En la casa conviven dos jóvenes ahijadas, el secretario del finado, el mayordomo, la cocinera y las doncellas.
Un completo misterio cuya investigación recae en Ebenezer Gryce, el detective encargado del caso con tendencia a hablar con cualquier objeto que tenga cerca en lugar de hacerlo mirando a su interlocutor, y Raymond, un joven abogado requerido para asistir a la familia, un entusiasta y voluntarioso aunque poco eficiente ayudante, sobre todo en el momento en que no puede evitar implicarse emocionalmente y tomar partido.
La causa y motivo del asesinato se busca en la lectura del testamento, en la casual desaparición de una sirvienta la misma noche del crimen y como no, las sospechas sobre dos primas, casi hermanas, que conviven con su tío desde que un fatal accidente las dejara huérfanas y ahora este nuevo suceso las convierte en herederas. De hecho solo una de ellas por voluntad propia del finado que sin aclarar la decisión apartó a la otra de cualquier privilegio post mortem.
Dos jóvenes de singular belleza y etérea fragilidad que ven hundirse su mundo por la muerte de su protector y amado tutor y también por estar en boca de curiosos y en portada de periódicos vinculadas a tal vil suceso.
El argumento se apoya en el patrón social de su época y el lenguaje excesivamente adornado y florido para los tiempos actuales resulta entrañable a la par que relamido por sus constantes circunloquios.
Por ese motivo, descripciones abigarradas y diálogos cortesanos la narración avanza a un ritmo que para las prisas de hoy en día resulta desesperante. Entendida esta particularidad y puesta en su debido contexto, la novela entretiene y atrapa más por su trascendental significado histórico en la Historia de las publicaciones policíacas que por su contenido, probablemente atrevido en su época y hoy prácticamente demodé.
No obstante la novela conserva aún su punto de modernidad en la forma en que está construida y en como va deshaciendo la madeja de información y pistas según avanza la lectura permitiendo que la lectura y la investigación vayan a una. El aporte de información se sustenta en subtramas contadas en forma de flash back absolutamente melodramáticas y totalmente acorde a la época que denotan el enorme peso que las normas de etiqueta sociales y religiosas ejercían sobre las decisiones individuales, máxime de las mujeres: poco menos que objetos delicados a servicio de la adoración masculina cuando no de su sumisión a ella.
Anna Katharine Green está considerada la madre de la novela enigma (1).
Nacida el 11 de noviembre de 1846 en Brooklyn (New York) y fallecida el 11 de abril de 1934 en Buffalo (New York), publicó El Caso Leavenwort en 1878 y lo convirtió en un éxito de ventas ya por aquel entonces e incluso fue considerado como temario de estudio por la Universidad de Yale para demostrar la importancia de las evidencias circunstanciales en toda investigación.
De prolífica producción literaria, su forma de escribir definió un camino a seguir que tomarían, a su manera, Wilkie Collins, Arthur Conan Doyle (con quien se entrevistaría en 1880 a poco de publicar la obra que aquí se comenta) o Agatha Christie por citar autores de renombre.
Y se dice que cuenta también en su haber el haber creado la primera mujer detective de la historia: Violet Strange; y la solterona y detective aficionada Amelia Butterworth con quien Jane Marple podría tener algún parentesco aunque medie un océano entre ellas.
(1) Aunque podría ser que este mérito corresponda en realidad a Metta Victoria Fuller Victor por su novela ‘The Dead Letter’ publicada en 1864, o sea bastante antes que la publicación de ‘The Leavenworth Case’ según diversas fuentes como recoge este post en el blog Women of Mistery
Sea como fuere la realidad se torna misterio tan apasionante como las propias novelas.