En Los cuerpos extraños, Vila y Chamorro se comen una paella |
Es domingo, día
de descanso dominical, día para honrar al señor en muchas de las religiones que
confortan a sus fieles, día para compartir con la familia.
Día de
celebración como lo está disfrutando Rubén Bevilacqua, el brigada de la Guardia
Civil protagonista de, con esta, una serie de ya ocho novelas publicadas.
Rubén
Bevilacqua, Vila para facilitar la mención de su italiano apellido, ve
turbado el placer de la fiesta por la llamada de un superior con la denuncia de
un asesinato. Se ve que no todo el mundo descansa en domingo.
Y
rápidamente convoca a la sargento
Virginia Chamorro y el guardia Arnau para desplazarse a
la costa valenciana donde le esperan para traspasarle la responsabilidad de las
investigaciones.
En esta ocasión Vila y su equipo van a enfrentarse a un caso de esos que sacuden cada día la
conciencia ciudadana, encienden ira e impotencia y son fábrica involuntaria pero
de incidencia directa de nuevos indignados.
Van a enfrentarse
con el asesinato de una alcaldesa liberal, Karen Ortí Hansen, en el amplio
significado del calificativo tal vez por sus genes europeos, y van a
encontrarse con un ambiente enrarecido con distintas líneas de investigación, envidias,
lujuria, arribismo, especulación y corrupción, todas factibles y todas sentadas
a la mesa de juego donde las apuestas son altas y sólo se admiten jugadores por
invitación.
Lorenzo Silva
sigue poniendo en boca de sus mangas verdes ese lenguaje castrense en
exceso trufado de ribetes castizos y rancias coletillas; y a buen seguro que
las nuevas hornadas de números de este cuerpo ya las han trascendido y tal vez preferirían
verlo renovado.
Y lo emplea para
articular una novela negra, una de las más flojas de la serie, de denuncia
social que bebe en exceso del momento actual, y que pierde por momentos su
norte que ha de ser fabular dentro de la realidad, y que ofrece poco suspense
policíaco al ser fácilmente detectado hacia donde apunta la culpabilidad al
momento de haber oído a todos los protagonistas.
La fenomenología
delictiva basada en la especulación, el favoritismo, la connivencia, el
nepotismo, la corrupción y la prevaricación ha calado en la calle y en los
hogares, alimentada desde los medios, ya sea tratándola en noticias, temas de debates
y tertulias de televisión y de radio y artículos en los periódicos, y por tanto
está tan imbuida en la cotidianeidad que ha conseguido casi desplazar los temas
recurrentemente habituales en barras de bares, comidas de trabajo y alrededor
de la mesa familiar.
Es por eso, por
esa saturación, por esa proximidad, por esa recurrencia, por las que si la
novela negra trata estos mismos temas del presente y el lector los lee en el
mismo tiempo presente, el mismo tiempo en que se está divulgando por los
medios: la realidad y la ficción tienden a confundirse.
Y eso aleja la
intención inicial de tomarse la lectura de una novela como momento de evasión. Uno
lee esta novela y ve un programa de televisión y ya no sabe cual protagonista
es el de la novela y cual el de la realidad. Demasiado próximo el tema para
tomar perspectiva. O al menos es lo que a mi me ha sucedido.
La novela adolece
de mucho formalismo castrense, lo que le da veracidad a las situaciones y a los
diálogos entre agentes pero le resta la frescura que sobresalía en las primeras
novelas de la serie. Será que ésta, como los personajes, también envejece.
La BSO la pone Franco Battiato y su Se mai y si quieren poner en su móvil el
tono que tiene Vila ya saben: Primer
movimiento de la Quinta de Mahler.
Del mismo autor y
aquí, reseña de La marca del meridiano