Queremos que vuelvan es un grito desgarrado que rapidamente Twitter convierte en trending topic |
En esa España sumida en
la crisis, que se despierta cada mañana con los periódicos revelando casos de
corrupción de políticos, casos de malversación de banqueros, casos de
prevaricación de jueces, casos de trata de personas por bandas organizadas del
este de Europa, casos de policías al servicio del poder en lugar de estar al
servicio de la justicia y del ciudadano, en esa España suceden también delitos
de menor calado que rápidamente forman parte del olvido colectivo sustituidos
por los más recientes.
Como el caso de Mario y
Bruno, dos jóvenes que han desaparecido la noche del 15 de agosto de 2012 en
Alcorcón. Fueron a una fiesta para celebrar el inminente cumpleaños de Mario y
no regresaron. La policía, protocolo obliga, lo ve como algo normal en esa edad
y esa celebración y para cuando se toman en serio la denuncia ha transcurrido
tiempo suficiente para que las posibles pistas se hayan enfriado.
Hoy después de dos meses
se sigue sin tener noticia ni línea de investigación alguna. Los padres
desesperados se ofrecen como carnaza en programas televisivos de máxima
audiencia, telebasura pura y dura, a fin de mantener la esperanza.
Queremos que vuelvan es su grito desgarrado que rápidamente Twitter
convierte en trending topic.
Las redes sociales se
inflaman por muy poco y pronto Mario y Bruno están en boca de todos pero esa
misma prontitud se vuelve en contra al surgir nuevos intereses que eclipsan
cualquier evento.
Sólo Javier Redondo, un
periodista en paro, que ya cubriera la noticia en su momento sigue investigando
y podría haber encontrado un hilo de donde tirar. El tiempo no juega a favor de
encontrarlos con vida pero mientras no se hallen sus cuerpos hay esperanza y
este esforzado redactor puede ser su única esperanza.
La novela es un thriller
noir de componente político donde la culpa de que la gente sea como es y se
comporte como lo hace no se achaca a los males de la sociedad ni a causas
exógenas, sino que la culpa es de las personas por ser como son y ellas han
convertido la sociedad en lo que es.
Se habla, se sabe que
existen, de las cloacas del poder. Son aceptadas casi como un mal menor y
necesario. Hay acciones que llevar a cabo y no deben, no pueden, ser aireadas.
Lo que no se dice, lo que no se sabe, es que hay más vida en ellas que en la
superficie y que la impunidad que otorga el secretismo favorece no solo que se
incremente el número de usuarios sino que además los actos que se protegen ya
no se refieren solo a asuntos de gobierno sino a asuntos personales de los
poderosos con la aquiescencia policial y que estos actos sean cada vez más y
más execrables.
Miguel Ángel Santamarina |
La posición de poder en
este país parece conllevar la patente de impunidad. Incluso los presentadores
famosos de los programas de televisión donde se airean las miserias de los
demás se creen por encima de la ética y de la moral y utiliza el paradigma la
audiencia tiene derecho a saber como excusa para emplear sin ningún tipo de
escrúpulo cualquier método y argucia con que manipular sentimientos y opinión
pública en beneficio propio como si fueran los nuevos brujos de la tribu.
Miguel Ángel Santamarina ha escrito una novela que bajo su aparente e
inocua máscara de ficción, esconde una denuncia que evidencia la indefensión de
la persona aislada cuando enfrente tiene corporativismos capaces de blindarse hasta
la impunidad y disponen de capacidad de actuación ilimitada aunque transiten
ora a un lado ora al otro de la
legalidad. Una denuncia que se sustenta en veraces investigaciones y su lectura
estremece porqué se sabe que lo que se cuenta no es que pueda ser cierto sino
que con otros nombres y otras circunstancias, lo es.
La banda sonora de la
novela la forman:
Adagio para cuerdas de Samuel Barber
You can’t win de Al Jones
This is a call de Foo Fighters
Everlong de Foo Fighters