La esencia de P. G. Wodehouse y de Agatha Christie trasponiéndola a la época actual. |
En el palacio
de la memoria se guardan conocimientos y recuerdos de toda clase y condición. Allí
se almacenan esas vivencias proporcionadas por horas y horas de lectura
evocadora de mágicas hazañas y exóticas y triunfantes aventuras.
Lucas Alcón
Seoane ha vaciado su fascinante, como el de la inmensa mayoría de lectores que
empezaron de muy jóvenes, cajón de sastre y ha elegido aquellos sueños más
preciados para componer, con encaje de tetris, una novela amalgamada de
agradecimientos y homenajes a los personajes que nos dejaban acompañarlos en
sus aventuras.
Todos tenemos
esos recuerdos. Distintos pero parecidos. Esa emoción adolescente forjada a
partir de las aventuras de Guillermo o de Los Cinco o de Los Siete Secretos o de
Los Tres Investigadores o de Los Jóvenes
Detectives o tal vez de El Detective Conan. Poco importa la edad. Todos tenemos
nuestro cajón de sastre.
El autor, embargado
de ese sentimiento intrigante y aventurero ha escrito una obra policial para adultos: un
pastiche que aúna lo mejor de la novelas de P. G. Wodehouse y de Agatha
Christie. Del primero toma la mansión, el mayordomo, esa familia pudiente que
se desmorona, esos nuevos ricos; y de la segunda esos asesinatos en
habitaciones cerradas, esos familiares todos sospechosos, esos coup de efecte del detective.
Pero es que
además resulta que la mansión, un castillo con todas sus fantasías: cripta,
voces de ultratumba, decoración proveniente de exóticos lugares, pasadizos
secretos y servicio doméstico de época victoriana está en La Moraleja de Madrid
y la familia, el clan Devereaux es de origen francés. Y la época es la actual.
Así que
cogiendo la esencia de la novela policíaca clásica inglesa y añadiéndole un
detective con hechuras propias de la novela negra actual desarrolla, con cierto
desenfado juvenil y mucho humor e ironía, una aventura con la que se reivindica
el placer de la lectura de evasión.
La
complicidad entre lector y autor ha de ser previa a la lectura y aceptar que se
está en medio de una trama con licencia para ficcionar sin costuras, sin
remaches y para aceptar que haya botones sin ojales y viceversa.
El clan
Devereaux arrastra una maldición generacional desde sus tiempos de arqueólogos
en Egipto. Una maldición que se va cobrando vidas, una tras otra a lo largo de
los años. La que ahora se produce introduce al inspector Valentín Largo en una
investigación compleja y vibrante dentro de un castillo poblado por estrafalarios
personajes que parecen inquietos y temerosos.
Lucas Alcón Seoane |
Las ópera prima suelen adolecer de excesos:
de verborrea, de descripciones, de páginas y de pensamientos enquistados del
autor. Toda regla tiene una excepción y La maldición de Sikris lo es.
Aúna frescura
con calidad y soltura con prudencia para acabar siendo una elogiadora boutade,
donde la premeditada opción de tirar de tópicos y hábitos no son el fin sino el
medio.
Remuevan en su cajón de sastre y lean La Maldición de
Sikris. Van a disfrutar y rejuvenecer de golpe.