El ladrón de tatuajes no es un mote sin sentido: es una macabra realidad. |
Los tatuajes son, mayoritariamente, esas obras de arte que
tienen vida propia. Dibujos a veces realistas, otras figurativos, otras
símbolos, otras simplemente textos, algunas veces a color, que emplean la piel
humana como soporte.
Y no hay que confundir las inserciones con ilustraciones igual
que hay que discriminar entre firmas y grafitis.
Marni Mullins es una reconocida tatuadora de Brighton,
localidad costera inglesa, que al descubrir casualmente un cadáver se ve
envuelta, a su pesar pero sin desagradarle, en una investigación en la que
coincide con los intereses policiales: detener al asesino es librar a un
depredador de las calles que parece no tener bastante con un asesinato y que
parece tener una fijación en la elección de las víctimas.
El ladrón de tatuajes no es un mote sin sentido: es una macabra realidad.
Alison Belsham estructura el argumento presentándolo con
varias voces, de los principales protagonistas, incluido el asesino, que
permiten el avance de la trama desde varios ángulos y siempre según las
preocupaciones e intereses de cada cual.
Tatuadora e Inspector Jefe, Francis
Sullivan, ambos arrastrando sus habituales fantasmas personales, de los que se
podría extraer petróleo, establecen una colaboración que trasciende lo
profesional y de la que se podría haber extraído aún más petróleo para enriquecer
el perfil.
Alison Belsham |
Al parecer la omisión no es casual ya que parece que estamos
ante la primera entrega de una trilogía y por tanto hay que reservar material.
La autora elige un tema que tiene su propio hábitat pero
lamentablemente no profundiza ni en el primero, historia y técnicas, ni en el
segundo, etiología de los diseños y perfiles de clientes, desaprovechando así
una magnífica ocasión para poner luz sobre esos maravillosos trabajos y
extraerlos de esa ubicación lumpen asociada generalmente, y gracias al cine, a cárcel, delincuencia y
marginación.
Pero descartado el fin didáctico hay que centrarse en su
aspecto policial y de novela negra en el que cumple debidamente a cambio de
limitar sus aspiraciones. Y no porqué esté mal escrito, ni mucho menos, sino
porqué fuera del elemento tatuaje el resto sigue a pies juntillas la tradición
y los tópicos más sobresalientes con lo que consigue una novela interesante y
emocionante pero previsible.
Hasta tal punto lo es que ya en la primera página se
adivina un aspecto determinante del asesino.
La prosa empleada por Alison Belsham es directa y sencilla, los diálogos ágiles y
concisos, las descripciones breves y el ritmo trepidante y todo servido en
capítulos cortos, ¿cómo? ¿Qué utilizo tópicos para describirla? A juego.