En los últimos años están desapareciendo librerías consideradas de referencia por su antigüedad, especialización, enraizamiento o tradición. Formaban parte del paisaje urbano y parecía que iban a estar ahí siempre, porque las habíamos visto siempre: algunas ya estaban cuando nacimos o en nuestros primeros balbuceos aprendiendo a leer.
Cierran librerías y se mueren, un poco, los barrios. Librerías que plantaron cara a la represión y censura franquista están perdiendo ante la poderosa competencia on-line legal o penal.
Y es que no solo hay que guardarse de los enemigos sino también de los amigos. Las editoriales siguen necesitando dar salida a su producto para sobrevivir y los autores royalties (cuyo importe da risa) para lo mismo y ante el cierre de los puestos de venta optan por apostar por el mundo digital y vender directamente al cliente final.
Hay librerías que, como aquella aldea gala, resistían ahora y siempre al invasor, destinando cada vez más recursos, tiempo y espacio a multiplicar las presentaciones de libros, organizar charlas con autores, clubes de lectura, música en vivo, habilitar espacios de encuentro y recomendaciones entre clientes… todo con la intención de devenir espacios pluriculturales y reinventarse.
No ayuda la evidente, y parece que irreversible, disminución de nuevos lectores a los que se suman los que si leen pero las restricciones en su poder adquisitivo (contratos basura y ERTES y ERES que no ayudan nada) los está redirigiendo a bibliotecas públicas o tiendas de libros a 1€. Y, claro, tampoco ayudan los efectos pandémicos. Puntilla inmisericorde.
El COVID provocó en marzo el confinamiento y cierre (y eso cuando las estadísticas dicen que durante la cuarentena se leyó más que nunca), después obertura con restricciones, cita previa… fase a fase, sin el apoyo de las ferias dedicadas al libro, ni los certámenes, ni los festivales, ni ayudas económicas que eso de la cultura si eso ya lo vemos más adelante. Y luego el verano, época en la que solo se llenan para aprovechar el aire acondicionado mientras se hace tiempo para no llegar pronto a una cita.
Y cuando empieza el nuevo curso y asoma un brote de esperanza es segado con un nuevo cierre. La caída de las hojas de los árboles arrastra también las de los libros, como víctimas colaterales del rebrote pandémico otoñal.
Y toca esperar, no parece que esté todo dicho, a ver con que nueva ocurrencia se despertará ese dios que aprieta y como te descuides también ahoga.
Este próximo 13 de noviembre es el Día de las Librerías y en muchos lugares van a estar cerradas pero no muertas. Si pasan por delante no pongan flores en la persiana in memoriam ya que trás la puerta sigue latiendo un corazón.
Las librerías no pueden competir con tiendas de alimentos, supermercados, farmacias, gasolineras o panaderías como establecimientos de primera necesidad. Para alimentar el conocimiento, la opinión y el criterio alguien supone que ya está la televisión y su amplia oferta de canales de pago.
Las librerías no venden baguettes ni jamón en dulce ni paracetamol. En un súper no necesitan saber prácticamente nada de los productos que abarrotan lineales. Pero las libreras y libreros sí. Necesitan leer y entender y recordar para poder recomendar adecuadamente. Médicos de la lectura que han de prescribir a sus pacientes. Es su valor añadido. Es su impagable aportación.
Han de estar en situación de formación permanente, estar al día de todo lo que se publica, leer mucho y de todo tipo de género lo que les supone dedicar mucho tiempo extra al que ya de por si se dedica al mantenimiento de su negocio, que de negocio poco y mantenimiento mucho. Hoy en día en las librerías trabajan multigestores que no cobran ni como mediogestor.
Por aquello de llegar al corazón y al cerebro por el estómago en algunas se sigue combinando la fórmula de vender libros junto con bebidas y comidas esperando que los beneficios por lo comido no superen los costes de lo servido.
En nada en las librerías se podrá escuchar peticiones como: póngame un bocadillo de Proust por favor, pero bien hecho que si no me repite. Todo sea por sobrevivir.