viernes, 12 de febrero de 2021

Seis-Cuatro, 64, de Hideo Yokoyama

Al avezado lector occidental, la lectura de Seis-Cuatro, 64, le desenterrará recuerdos de una literatura existencialista con preocupaciones que hoy no ocupan pensamientos.

Imposible no evocar a Sartre, Camus y especialmente a Kafka. Hideo Yokoyama presenta una organización policial extremadamente jerarquizada, burocratizada y laberíntica que actúa como un ser vivo autónomo, en una escala supraindividual, y carga contra ella.

Denuncia como el individuo se ve superado como sujeto y la experiencia de su existencia viene determinada por su control emocional, su asunción de responsabilidad colectiva y su supeditación subordinada.

Es el eterno conflicto que enfrenta la individualidad al sentimiento de rebaño, un hecho cultural en Japón autoimpuesto por el estado como regla de relación social y empresarial y que cuesta de entender en occidente.

Y aunque Beckett sea la antítesis al realismo de Yokoyama, ambos tienen en común el tratar en primer plano los componentes esenciales de la condición humana. Y en la espera a Godot del primero se ve el reflejo, en 64, en la prevista visita del Comisionado General, el más alto cargo de la Agencia Nacional de Policía, como desencadenante de unas reflexiones que van más allá de impedir cuestionar el orden establecido.

Hideo Yokoyama proyecta esas abrumadoras disquisiciones en sus personajes y las vivimos sobretodo en la persona del comisario Yoshinobu Mikami, el otrora talentoso inspector de Investigaciones Criminales y hoy, defenestrado, Jefe de Prensa del departamento de Relaciones con los Medios. De la calle y la realidad a asuntos administrativos. De policía de verdad a burócrata de oficina.

Su función, tratar a diario con el Club de la Prensa, formado por periodistas de 13 medios, informando sobre sucesos y hechos delictivos para que la información no llegue distorsionada, por exceso de imaginación o creatividad, a la población.

Un cargo donde la tensión es el pan de cada día. Los medios de información exigen total transparencia en los hechos y en datos de filiación de las personas implicadas. Algo que el supra individuo que es la Jefatura Policial se reserva en determinadas circunstancias.

Lo que supone un tira y afloja constante y leit motiv de la novela: las luchas de poder entre un poder factico y un órgano del aparato formal del Estado.

Ya que el caso policial no resuelto, un secuestro que acabó con la víctima, Shoko, una niña de primero de primaria, muerta y el secuestrador y el dinero en paradero desconocido desde hace 14 años y que, con la visita del Comisionado General, se pretende activar; y la desaparición ahora, presuntamente voluntaria, de Ayumi la única hija del comisario Mikami, se concatenarán con un nuevo caso criminal, para formar una trinidad McGuffin sobre la que orbita esa crítica en favor de la libertad de prensa y como responde la ética individual y corporativa al envite.

La lectura de Seis-Cuatro, 64, más de 650 páginas, avanza con los circunloquios propios de la cortesía nipona lo que supone estar releyendo el mismo concepto durante varias páginas expresado de distinta manera pero con idéntica intención y significado y solo hasta el final no se despierta el caso criminal. Terminar la novela exige voluntad, tiempo y esfuerzo y no hay garantías de que al finalizar haya merecido la pena.

Si nos centráramos en su aspecto de investigación criminal, con menos de la mitad de páginas se obtendría un resultado acorde y francamente interesante, ya que en ese aspecto, como otras novelas de género negro japonesas, resulta sorprendentemente brillante en su planteamiento y resolución.

Pero el autor lo utiliza solo para bucear en la denuncia social de un asunto, que responde a un funcionamiento tan particular de la sociedad nipona, que para el lector occidental puede resultar tan curioso pero tan poco atractivo como comer carpa fermentada (Funazushi), larvas (Zaza Mushi) o peces vivos (Shirouo no Odorigui), si fuese el caso, habiendo ingredientes de la cocina japonesa más adecuados al paladar occidental.

Otorgarle el rango de novela negra a Seis-Cuatro, 64, de Hideo Yokoyama, supone que también se le conceda a El Proceso de Franz Kafka. Lo cual no desmerece la obra pero la archiva en el cajón correspondiente.

Si no conocen la novela negra o policial japonesa y quieren acercarse a ella hay opciones más asequibles y agradecidas. Empezar por esta podría suponer armarse de unos prejuicios totalmente injustificados, aunque comprensibles, que les impediría conocer verdaderas joyas.

En este blog se ha dedicado espacio a la novela negra y policiaca japonesa y aquí se encuentran enlaces a reseñas de novelas muy interesantes 

domingo, 7 de febrero de 2021

Bajo la piel de Susana Rodríguez Lezaun

Los asesinatos son los delitos por excelencia en toda novela negra, pero en muchas el modo y método, y criminal y víctima e investigación copan las páginas y a quien se encarga de las pesquisas se suele dedicarle justa atención.

Pero hay unas pocas, como es Bajo la piel, en las que es precisamente quien investiga quien copa el grueso de las páginas. Una novela negra dibujada en la piel de una mujer policía.

Y es que Marcela Pieldelobo, inspectora del Cuerpo Nacional de Policía de Pamplona, es un personaje difícil de contentar con pocas páginas y difícil de contener dentro de las mismas.

Trasciende, desborda y absorbe el protagonismo del caso hasta convertirlo en un satélite que gira alrededor de su persona, de sus actos, desmesurados y autodestructivos a veces, ilusionantes y comedidos en otras.

No es una persona trastornada; es una persona dolida. No actúa con amargura pero si con reticencia. Es vengativa y rencorosa, aunque siendo policía intenta contener sus emociones, muy humanas por lo demás, aunque no consiga hacer lo mismo con su lengua. Tozuda y obcecada no se corta en decir lo que piensa lo que, sumado a su salto de las normas, le supone asumir consecuencias administrativas. Entiende las órdenes como sugerencias y actúa desde la premisa de que el resultado justifica los medios, obsesiva del control como es.

A lo largo de una investigación que se inicia con lo que parece ser un accidente de tráfico con una persona desaparecida y el encuentro de un bebé abandonado, vamos a ir viendo cómo se desenvuelve Marcela en todas las facetas de su vida. La veremos irritada, contestona, dulce, cariñosa, sensible, dura e inflexible. Porque en la vida hay momentos para todo.

La novela es una suerte de biografía de una inspectora, que casi deja de lado la temática criminal, que sirve como carta de presentación de esa mujer que busca su lugar en la vida, después de dolorosas decepciones que tatúan su piel con dibujos en su superficie que no dejan de ser profundas cicatrices bajo la misma. Acaba de perder a su madre, le pesa una infancia truncada por un padre maltratador y un divorcio que rompió en pedazos LA felicidad a la que tenía tanto derecho y parece que la vida se empeña en arrebatarle.

El motor que la hace vivir es su profesión, ser policía fue una elección consecuente y no es lo siente como un trabajo sino como una misión autoimpuesta que persigue ayudar a quien aún sea posible y vengar a quien ya no tiene voz. Su determinación es innegociable.

Y es esa perseverancia la que la lleva a resolver el presente caso criminal, sordido y despiadado, que va cogiendo cuerpo a medida que sus suposiciones, con ayuda de complejas investigaciones y de poner su vida en peligro, van viéndose corroboradas. Y es que para desafiar al poder económico amparado bajo el paraguas del Opus Dei hay que ser o muy valiente o muy inconsciente. O ambos.

Susana Rodríguez Lezaun ha arropado a su protagonista, que pedía a gritos ser creada, con unos secundarios, de ambos bandos, con mucha presencia que cubren diversos registros y que no dejan que los focos solo sigan a Marcela, sino que reclaman el derecho a tener voz propia. Y entre ellos hay que destacar a Antón, con poca presencia pero contrapunto preciso para que una de las facetas de la inspectora Pieldelobo sea la de piel de cordero.

En Bajo la piel describe alternativamente a una mujer, a una persona y a una inspectora de policía y deja que sea ella quien actúe en todo momento como corresponda. Y lo hace escribiendo como sabe, tan lisa y llanamente que consigue que la lectura no solo no se encalle en ningún momento sino que fluya con tanta facilidad que se hace corta.

Es de esas lecturas que al acabar no dicen adiós sino hasta luego. Hasta pronto Marcela.

miércoles, 3 de febrero de 2021

La hora de las gaviotas de Ibon Martín

En Hondarribia, como en otras poblaciones costeras, hay gaviotas. Pero ahí, y a pesar que todas tienen dos patas, unas vuelan y otras no, y aunque a estas últimas se les suponga personas, no dejan de ser depredadoras tan omnívoras y peligrosas como las gaviotas.

En Hondarribia, cada 8 de septiembre se celebra el Alarde, simulado desfile militar que evoca un hecho que ensalza el espíritu y los orígenes. Alardear es hacer ostentación de algo. Generalmente de hombría. Y es que las celebraciones populares que vienen de tiempos pretéritos exigen, en nombre de la tradición, perpetuar los actos y festejos a imagen y semejanza de cómo se iniciaron. Y si hoy en día a la mujer aun le cuesta pintar algo es obvio que por aquel entonces nada de nada.

De ahí que la mayoría de anacrónicos eventos, que la historia se empecina en mantener, no tengan presencia femenina, salvo si es servil. En Hondarribia, en los últimos años, se ha abierto un resquicio a la testarudez y permiten un desfile de mujeres, separadas de los hombres y como teloneras.

Que la mujer quiera hacer cosas de hombres, desfilar o ser patrona de pesca por ejemplo, suscita el rechazo de las gentes de la localidad. Y no solo por contaminados adultos sino también jóvenes en los que ya ha germinado un machismo extremo e incluso muchas mujeres jóvenes y no tanto.

Las vecinas y vecinos oscurecen el recorrido con plásticos negros para no ver y ensordecen con pitidos para no oír. Lo que no se ve ni se oye, no existe. Brutal desprecio con el que obsequian a sus amigas, compañeras de clase, de trabajo, vecinas, por querer un derecho que no se les reconoce.

Por eso cuando se produce un asesinato en pleno desfile no sorprende a nadie: algún día tenía que pasar.

Ane Cestero y su equipo se hace cargo de la investigación. Los conocimos en otro caso policial, en la localidad de Urdaibai, bajo el título de La danza de los tulipanes y ya vimos su fuerza de carácter y su inquebrantable solidaridad para con víctimas, sean de violencia física o de violencia social, y en esta ocasión van a encontrarse con extremos inimaginables.

En un pueblo, el culpable siempre está a la vista. Pero no basta con mirar, hay que saber ver. El machismo, deleznable lacra de profundo arraigo, no siempre tiene toda la culpa ni la culpa de todo.

En su deambular por el pueblo, entrevistando y recogiendo migajas de información, se van a encontrar con ese coctel explosivo que supone mezclar odios, envidias, intolerancias y venganzas, que van a sustraer su atención, y la de las personas lectoras, y van a confundir sus premisas con aspectos que abren interesantes, y apasionantes, subtramas y que el autor se encarga de cerrar convenientemente y a satisfacción en el momento preciso.

Ibon Martín escribe con determinación, presenta un argumento tejido con muchos hilos y lo relata con prosa viva y ágil. La hora de las gaviotas es un thriller noir de potente denuncia en el que la emoción y el suspense están garantizados hasta el mismo final.

Y mejora, si cabe, su anterior entrega con Ane Cestero a quien en esta ocasión le hará vivir un episodio desgarrador y la enfrentará a una tremenda tesitura en la que nadie puede salir indemne, sea cual sea la decisión que se tome.

La hora de las gaviotas desgarra, como pico ganchudo del ave del título, las tripas de una sociedad que esconde horrendos crímenes entre idílicos paisajes.

Aúna lo mejor del thriller noir, de la novela negra y de la policiaca para poner la piel de gallina con un relato estremecedor desde el inicio y que no decae en ningún momento. Lectura obligada. Recorrerán ese rincón de la fría costa cántabra y experimentaran las emociones, que son muchas y variadas, que les va a ofrecer.

Y si oyen risas de gaviota, no se confundan no es amabilidad, es burla.


miércoles, 27 de enero de 2021

Cielos de plomo de Carlos Bassas del Rey

Las ciudades que hoy conocemos, principalmente las grandes capitales, no siempre han sido así. Como las personas, nacen, se desarrollan física y mentalmente y engrandecen sus horizontes; pero a diferencia de los seres humanos, no mueren, solo se transforman.

Las ciudades son testigos de la historia. Sus edificios con sus comercios y sus calles, otrora caminos llenos de escombros e inmundicia y verdaderos y asquerosos barrizales en días de lluvia, cuando el agua arrastra consigo vertidos humanos desechados sin miramiento, son testigos de la historia de quienes las habitan que son quienes la escriben. Las ciudades tienen arte y parte, y culpa, de lo que en ellas vive y muere.

Los cielos de plomo, lo son por el color gris de lo que escupen las grandes chimeneas, son una muestra de lo que se respira y de lo que supone vivir y morir bajo ese manto de partículas que casi no deja pasar el sol.

En 1843 Barcelona es una ciudad con vida intramuros y extramuros. Son tan distintas que se diría que no son hermanas y sin embargo así es. Ritmos distintos, colores distintos, olores distintos y distinta longevidad. En extramuros se puede morir de enfermedad, de hambre o de vejez. En intramuros también pero además se puede morir, en cualquier momento y lugar, de un navajazo en las tripas, recostado contra un muro o sobre adoquines de color del cielo: gris plomo por el material y oscurecidos adicionalmente por la suciedad.

En 1843, Barcelona, intramuros, es una ciudad muy peligrosa si no se sabe dónde se pisa ni con quien se habla. A Víctor no le ha servido nada ser experto en ambas condiciones y por eso sus intestinos sobresalen, ya fríos, y sus ojos ya no ven aunque estén aún abiertos.

Víctor pertenecía a la Tinya, esa organización donde se agrupan quienes nada han tenido y nada pueden perder, si acaso la vida, y pugnan por sobrevivir robando y comerciando con información. Jóvenes harapientos con un código de honor militar a pesar de que la Tinya no quiera ser un ejército sino una familia, que tiene ecos entre los Irreductibles de Baker Street, y la cuadrilla de Oliver Twist. Hijos de la época.

Miquel Expósito amigo de Víctor a quien este apadrinara en su entrada a la organización se siente más que obligado, si no lo hace él nadie lo hará, a investigar la muerte de su amigo y vengarlo. Conoce las calles y cree saber cómo y qué hacer para esclarecer lo sucedido, pero es más lo que no sabe y entre lo que desconoce está el que la muerte de Víctor no es un hecho aislado como pudiera creerse en un principio.

Hay todo un entramado de corrupciones que deja las corruptelas de la Tinya en un juego de párvulos.

Carlos Bassas del Rey tiene un don natural para contar historias humanas y urbanas que embelesen a quienes se presten a leerlas. En ésta, como en las otras, el relato es fácil de leer, engancha desde el inicio y no te deja soltarla hasta el final. Verdades que engendran ficciones perfectamente engarzadas con ritmo y hechuras de intrigante thriller histórico; un nuevo registro bien resuelto para quien tan bien se desenvuelve en novela negra, como en esta maravilla que tituló Justo.


domingo, 24 de enero de 2021

La Tetera de Russell de Pablo Sebastiá Tirado

El terrorismo busca aterrorizar; el fanatismo aleccionar y afiliar. Para el terrorista religioso, el más fanatico, no hay término medio: o con sus ideales o contra ellos. Así, si no te conviertes a su ideario no dudará en matarte, aunque pueda comportar incluso su propia destrucción.

De ahí que religión y totalitarismo vayan de la mano, aunque no sea la religión quien actúe sino su interpretación y manipulación por parte de quienes la instrumentalizan para lograr sus fines.

Por eso vade retro ciencia que, con su quod era demonstradum, resulta la peor enemiga de la fe. Con la fe se cargan las armas con la que los fieles fanáticos matan y destruyen. Si la fe mueve montañas que no hará con las personas.

La acción de La Tetera de Russell transcurre en 2070, un futuro ciertamente distópico, en una Madrid, en una España, en una Europa, en un mundo, que poco tiene que ver con lo que se conoce en 2020. Hay países donde gobierna la racionalidad y otros donde lo hace la religiosidad. En unos se debate en otros se acata. En uno se castiga en otros se quema en la hoguera.

Hipatia, una joven y brillante matemática, tiene la suerte de vivir y trabajar en Madrid. En Alemania sería quemada por pensar, por leer, por ser algo más que un receptáculo destinado a la procreación.

Hipatia está ultimando un gran proyecto Deux ex Machina con el que espera poder eliminar la demora en el envío de mensajes en largas distancias espaciales; algo que, de lograrse, puede suponer un cambio de paradigma en la relación de tiempo, distancia y velocidad; y en el plano dimensional actual limitado a tres dimensiones.

La Tetera de Russell (no se preocupen del porqué del título: el autor lo explica al principio y su imagen no se les va a olvidar en la vida) es un thriller científico, filosófico, de contenido político y social que entretiene con sus propuestas científicas, incita a la reflexión con las filosóficas y evidencia que el poder político no acepta evoluciones sociales que no pueda controlar. Una novela negra atípica, donde la religión es protagonista. 

Pablo Sebastiá Tirado sorprende a cada nueva obra, capaz de escribir géneros variopintos y no desafinar en ninguno. En este blog ya se han reseñado La Sonrisa de las Iguanas, (un thriller noir humorísticamente descontrolado sobre las influencias y la corrupción frente a los ideales en la España de la crisis) y Reikiavik (una novela negra que introduce aspectos tecnológicos de anticipación y que ya deberían haber leído).

Redacta con palabras poco manoseadas y elige argumentos de trascendencia humanista en una constante búsqueda de respuestas científicas a lo que solo son creencias o en el mejor de los casos, teorías.

E insufla a Hipatia la determinación de Eleanor Arroway, esa Jodie Foster en el papel protagonista de Contact, esa película basada en la novela homónima de Carl Sagan.

Y recoge el testigo de la esencia literaria de Robert J. Sawyer buscando más sentido, si cabe, a los habituales postulados del escritor canadiense.

No dejen de leerla. Les entusiasmará el reto que les plantea. Y les hará pensar.

La ciencia ficción humanista tiene siempre su moraleja y para esta me viene a la cabeza aquel chiste en el que un nerd dice:

¡No se te ocurra leer La Eneida en tu ordenador!

Y se parte de risa (está llena de troyanos)