En la literatura de suspense se recorre al ayer para explicar
la situación del hoy, buscando por qué, sabiendo que tal vez no haya un mañana.
Jason Chapman inicia ese recorrido sabiendo que necesita
exorcizar viejos fantasmas que le arrebataron su adolescencia, rompieron su
familia y le condenaron a un exilio forzado. Nada se puede ya evitar, pero si saber
por qué le tocó a él sufrir la pérdida de su hermano, de su familia, de su vida
y de sus proyectos.
Su hermano gemelo fue acusado de unos gravísimos asesinatos
y desapareció al poco de que se descubrieran; ahora, dos décadas después del
suceso, acaba de ser encontrado. Muerto. Tantas preguntas sin respuesta a no
ser que alguien todavía pueda aportar luz. Y para eso hay que regresar a
Thornwick, donde pasó todo. Dónde todo empezó.
Para Jason, Thornwick, el pueblo de su infancia, no es un
regreso a una niñez feliz, es un descenso al infierno y no va a tardar en darse
cuenta.
Rubén Aído Cherbuy ha entrelazado una intrigante historia aunque no haya podido sustraerse a los tópicos propios de este subgénero psicológico de suspense: el miedo en una comunidad rural cerrada, el ascendente de una personalidad fuerte sobre otras más débiles, el temor de Dios… un relato más propio del siglo XVIII que encuentra acomodo en nuestros días sin perder autenticidad.
Los personajes están construidos desde su pasado, lo que
les da cuerpo y consistencia, y ha sabido dosificar la información para ir
sabiendo más de cada uno a medida que avanza el relato. Lo que mantiene en vilo
la duda sobre en quien confiar.
Lágrimas
de ceniza es un thriller de suspense que cuenta con la habilidad de
ir desmontando las hipótesis que se van elaborando en la lectura. A la que algo
se da por sentado viene un giro que supone una visión distinta, desde otro
ángulo; una nueva explicación a unos hechos que parecían irrefutables.
Las cenizas de un fuego pueden quedarse pegadas en las
mejillas si estas están húmedas por las lágrimas. Y en esta novela hay muchas
lágrimas y muchas cenizas.