En esta nueva muestra de novela policiaca y de misterio japonesa, Noir made in Japan, nos volvemos a encontramos con el choque entre la realidad y lo convencionalmente correcto.
Las actuaciones de las personas con ciudadanía japonesa
suelen regirse por tradiciones atávicas y protocolos sociales, por eso sus
reacciones son siempre contenidas. El respeto social sacrifica las necesidades
personales y toda iniciativa se ve coartada antes de tan siquiera poder ser
atisbada.
Por eso sorprende esta novela donde encontramos que la hija
de un abogado asesinado emprende por su cuenta y riesgo una investigación
paralela a la policial al considerar que esta está tomando decisiones
incorrectas o cuando menos cuestionables. Todo un desafío al orden establecido.
Y es que el abogado Kensuke Shiraishi, su padre, ha sido hallado
en su propio coche, en un lugar inhabitual en su quehacer diario, sorprendentemente
en el asiento posterior y asesinado por apuñalamiento en el abdomen.
La investigación a cargo de Tsutomu Godai ayudado por
Nakamachi se termina pronto gracias a una confesión espontánea. Caso Cerrado,
todo listo para juicio.
Pero la hija de la víctima y el hijo del asesino confeso no
opinan lo mismo. Y aunque el caso esté archivado para la policía, y en contra
del criterio del fiscal y del abogado defensor, para ellos quedan muchos
interrogantes por cerrar.
De hecho Tsutomu también tiene dudas pero la obediencia debida por el cargo le impide seguir investigando oficialmente.
El desarrollo de la trama redunda en reiteraciones debidas
a las tres voces que investigan simultáneamente y que probablemente para su
público objetivo, más dado al rodeo, sea natural, pero para el occidental, más
acostumbrado a la línea recta, parece innecesario.
Keigo Higashino escribe
una novela muy circunscrita a la forma de entender y manifestar los
sentimientos en la sociedad japonesa y ahonda en el misterio que toda novela
policiaca nipona debe contener.
Lejos de la magnífica La devoción del sospechoso X
esta novela utiliza los asesinatos para mostrar como de importante resulta el
código de honor antepuesto a la justicia. Es como meterse en una jaula, cerrar
con llave para luego arrojarla lejos y a continuación quejarse amargamente de
no poder salir.
Las contradicciones de una sociedad en la que las acciones importan
más que los resultados se someten al escrutinio del lector occidental que
aparte de las diferencias culturales accede a una trama en el que la conciencia
es el juez supremo.