Si la política hace extraños compañeros de cama, la venganza lo ve y sube la apuesta.
Y es que vengarse es un placer
solo degustable para quien entiende que la vida no es más que un hilo que en cualquier
momento alguien o algo puede cortar. La vida es corta y el tiempo es oro, y
como tal hay que saber invertirlo en lo que de mejor rédito.
Y si te matan a alguien
cercano, ¿qué mejor rédito que dedicarte en cuerpo y alma a buscar placer en la
venganza?
Esta historia se inicia
recorriendo las calles al lado de un par de sicarios. Unos amigos que ya llevan
años matando como para ser considerados profesionales, lo que no quita sin
embargo que a veces se puedan cometer errores y, que estos, supongan un peligro
insospechado para quien convive con el peligro, como quien echa pan a los peces
de un estanque.
A los protagonistas se les
nota el cansancio y la tensión, y evidencian la falta de reposo, de buenas
comidas y ausencia de felicidad; algo que parece estarles vetado.
El arranque nos muestra que
estamos ante un guion tan excesivo como magnífico; un homenaje a Pulp Fiction
desde la primera viñeta que se abre paso con un diálogo tan banal como
significativo y trascendente para el desarrollo de la trama.
Una trama que va ofreciendo
giros y, como si estuvieran peraltados, a cada uno va incrementando la verticalidad
y con ella la tensión. Sin saber a dónde conduce; sin intuir el final. Una
trama cargada de suspense que mantiene pegada la vista y la atención en cada
viñeta.
Espectacular trabajo el que ofrece este cómic. El guion se lleva la mejor parte, es obra de Matz (seudónimo de Alexis Nolen) a quien ya reseñé en “El asesino”, una emotiva historia de un asesino profesional, tensionado hasta extremos, seriada en 5 álbumes. Donde matar y morir son caras de una misma moneda. Una historia donde dudar significa morir y donde matar significa vivir (se acaba de estrenar su versión cinematográfica en Netflix, con el mismo título El Asesino, dirigida por David Fincher e interpretada por Michael Fassbender).
El dibujo lo aporta el
australiano Colin Wilson, alguien con mucho oficio gracias a su
versatilidad, que en esta ocasión emplea un trazo limpio para que sean las
expresiones de los rostros y las intenciones de los gestos los que hablen por sí
mismos ante la exigencia de un guion que le obliga a exprimirse al máximo. Un
trabajo que parece fácil porque sus líneas aparecen sueltas, pero es que lo
difícil es precisamente conseguir eso.
Una de esas lecturas que gusta
compartir, que demanda nuevo visionado y que pide que se charle sobre
ella.