Desdichadamente todo se irá por la borda cuando
se produzca un inesperado asesinato y las inquietantes sospechas se conviertan
en certezas.
Peligrosas certezas mortales.
Agatha emprende junto a su, un decidido y
dinámico, Charles, una investigación paralela a la policial para esclarecer los
hechos.
M. C. Beaton plantea su escenario habitual y no
consigue salir de un bucle argumental que atrape como lo hizo con sus primeras
entregas que para nada hacían presagiar que se instalaría en una cómoda rutina
sin dar cabida a la sorpresa.
La novela cumple, pero ni satisface ni seduce,
incluso resulta cansina no solo por la falta de originalidad en la trama, y por
lo pueril del motivo del asesinato, sino por el comportamiento y la actitud de
la propia Agatha, tan dependiente de un amor incomprendido.
Esta es la 8ª entrega y todas las series que se
extienden sufren de esos síncopes que se traducen en bajones de entusiasmo ante
obras que no están a la altura de las anteriores, especialmente las primeras, y
desespero ante el temor de que pueda ser tendencia y tengamos que olvidarnos
del disfrute futuro para refugiarnos en el goce pasado.
Pero sin ser catastrofistas, las peripecias de
Agatha Raisin son siempre un buen remedio para los estados de ánimo alicaídos
bien sean provocados por resfriados inconvenientes, enfados con relaciones
habituales o enojosas declaraciones de renta, y evitarán que su hígado salga
mal parado si eligen darse a la bebida.
Lean a Beaton y acompañen a Agatha en su
desfachatez, esperando que vuelva a recuperar pronto su más genuino desparpajo.
Aquí, en este blog encontrarán más reseñas de Agatha Raisin