A Víctor Ocampo solo le queda hacer algo para recomponerla,
algo que a simple vista se ve casi imposible: Manuel, su hijo mayor, en
prisión; Alejandro Alex, el pequeño,
se fue en busca de una vida de ensueño hacia la tierra prometida, esos Estados
Unidos que con el abrazo del oso hacen como que te quieren pero como te
descuides te ahogan, y que acabó varado en México sin dirección conocida; y su
mujer, Amalia, ausente debido a una sordera que se va agravando y su mente, a
juego, solo ansía el regreso de sus niños.
Manuel no quiere salir de su encierro y Alex parece resignado
a que si bien México no es lo que esperaba tampoco le va tan mal. Su voz nacida
para el canto le está sacando de apuros pero le está metiendo en otros.
Y él, que de escribir canciones de amor para corridos ha
pasado a los narcocorridos por encargo, debería saber mejor que nadie que esas
letras no son ficción y mejor quedarse en el papel de moderno rapsoda antes que
implicarse emocional y sentimentalmente.
Víctor va a contentar a su mujer y seguir los pasos de su
hijo Alex de Perú hasta México para regresarlo o convivir. Lo importante es
volver a juntarse. Va a reseguir las huellas de la ruta de quienes emigran, de
los sin papeles, de los soñadores, de los
desperados.
Solo
vine para que ella me mate es un magnífico título, tanto para un
narcocorrido como para esta novela, que entremezcla pasiones, ilusiones y
vivencias, con dolor, sufrimiento y amor. Y es que en la vida unas no se
entienden sin las otras. Relata una historia de gentes que viviendo en el cono
sur ansían encontrar su norte y a veces lo confunden con el geográfico.
Alex escribe el narcocorrido como si fuera un corrido, una canción de amor y no de muerte. Solo
vine para que ella me mate es el pensamiento que surge de su mente
desvariada, una declaración de intenciones pero no de deseos. Lo que a veces se
piensa no se corresponde con lo que se siente.
Charlie Becerra ha escrito una novela negra de las que se conoce como narcoliteratura en la que va soltando capítulos que transcurren en momentos temporales distintos. Una historia en la que las biografías de las que la componen son de por si pequeños relatos a cual más desamparado. Una obra que remueve conciencias y entrañas.
Recorre calles desvencijadas, caminos polvorientos y
fachadas de calles baleadas para mostrar la otra realidad de lo que canta la
letra del narcocorrido: la del perdedor.
Una lectura que golpea el estómago como un tequila en
ayunas. Que desgarra como mordisco de coyote. Que desespera incluso a quienes
ya de por si son desperados. No dejen
de leerla.
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