Las historias que en esa época se sucedieron conforman
nuestra Historia y ya no se pueden esconder ni desmentir. Una de las más
deleznables, si es que hubo alguna que no lo fuera, tiene que ver con la
apropiación y venta de recién nacidos.
Mujeres jóvenes, sin posibles, o de pensamientos esquivos a
los impuestos por leyes arbitrarias, o repudiadas o con familias excesivamente
pudorosas o temerosas de Dios, parían sin poder llegar a ser madres.
Unas por omisión ante la unilateral e inapelable docta declaración
médica de muerte súbita del recién nacido; otras por acción cediendo a la
conveniencia de que su retoño sería más feliz en una casa bien estante.
La maquinaria bien engrasada apenas chirrió durante los largos años que se dedicó a suministrar bebés a familias afines al régimen. Una fábrica de producción en cadena ininterrumpida y muy rentable que surtía a familias afines a los principios del movimiento, de mentes moldeables candidatas a perpetuar los privilegios y de paso erradicar malas hierbas de aquel jardín del edén
Contrapaso.
Los hijos de los otros, denuncia esa tragedia a través de una
elaborado argumento en la que todo es cierto o nada es mentira, según como se
mire, espectacularmente dibujado y coloreado con gran sensibilidad y oficio.
La misma sensibilidad que emplea para relatar los hechos
sin que por ello se desvíe ni un milímetro de la ruta de desenmascaramiento
iniciada sin vuelta atrás. Nada está dejado al azar, la documentación,
rigurosa, minuciosa hasta la avaricia, avala todos y cada uno de los pasos que
mueven la trama.
Sin duda unos de los mejores cómics jamás publicados en
toda la historia de este país y de muchos otros. Por su guion respondería a una
novela negra del subgénero true crime
a ritmo de thriller policiaco y por su realización gráfica fácilmente equiparable
a una obra de arte. Un placer para la vista, un revulsivo para la mente y un sacudidor
de conciencias.
Teresa Valero demuestra un gran nivel como relatora tanto en el texto como en los dibujos. No hay voz en off y son los encuadres en las viñetas quienes se encargan de ir marcando el ritmo; y es en el detallado contenido de las viñetas, en ese estilo a caballo entre cartoon y realismo acuarelado, esa cariñosa evocación a Blacksad, donde se viste definitivamente la historia.
Poco más se puede decir, solo recomendarles su lectura e
insistir en recomendarles su lectura.
¡Ah! y lo mejor: su final indica que esto no ha hecho más
que empezar.
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