Pero hay unas pocas, como es Bajo la piel, en las que es
precisamente quien investiga quien copa el grueso de las páginas. Una novela negra dibujada en la piel de una mujer policía.
Y es que Marcela Pieldelobo, inspectora del Cuerpo Nacional de Policía de Pamplona, es un personaje difícil de contentar con pocas páginas y difícil de contener dentro de las mismas.
Trasciende, desborda y absorbe el
protagonismo del caso hasta convertirlo en un satélite que gira alrededor de su persona, de sus actos, desmesurados y autodestructivos a veces, ilusionantes y comedidos en
otras.
No es una persona trastornada; es una persona dolida. No
actúa con amargura pero si con reticencia. Es vengativa y rencorosa, aunque
siendo policía intenta contener sus emociones, muy humanas por lo demás, aunque
no consiga hacer lo mismo con su lengua. Tozuda y obcecada no se corta en decir
lo que piensa lo que, sumado a su salto de las normas, le supone asumir
consecuencias administrativas. Entiende las órdenes como sugerencias y actúa
desde la premisa de que el resultado justifica los medios, obsesiva del control
como es.
A lo largo de una investigación que se inicia con lo que
parece ser un accidente de tráfico con una persona desaparecida y el encuentro
de un bebé abandonado, vamos a ir viendo cómo se desenvuelve Marcela en todas
las facetas de su vida. La veremos irritada, contestona, dulce, cariñosa,
sensible, dura e inflexible. Porque en la vida hay momentos para todo.
La novela es una suerte de biografía de una inspectora, que
casi deja de lado la temática criminal, que sirve como carta de presentación de
esa mujer que busca su lugar en la vida, después de dolorosas decepciones que
tatúan su piel con dibujos en su superficie que no dejan de ser profundas cicatrices bajo la misma. Acaba de
perder a su madre, le pesa una infancia truncada por un padre maltratador y un
divorcio que rompió en pedazos LA felicidad a la que tenía tanto derecho y parece que la vida se empeña en arrebatarle.
El motor que la hace vivir es su profesión, ser policía fue
una elección consecuente y no es lo siente como un trabajo sino como una misión
autoimpuesta que persigue ayudar a quien aún sea posible y vengar a quien ya no
tiene voz. Su determinación es innegociable.
Y es esa perseverancia la que la lleva a resolver el presente caso
criminal, sordido y despiadado, que va cogiendo cuerpo a medida que sus suposiciones, con ayuda de
complejas investigaciones y de poner su vida en peligro, van viéndose
corroboradas. Y es que para desafiar al poder económico amparado bajo el paraguas del Opus Dei
hay que ser o muy valiente o muy inconsciente. O ambos.
Susana Rodríguez Lezaun ha arropado a su protagonista, que pedía a gritos ser creada, con unos secundarios, de ambos bandos, con mucha presencia que cubren diversos registros y que no dejan que los focos solo sigan a Marcela, sino que reclaman el derecho a tener voz propia. Y entre ellos hay que destacar a Antón, con poca presencia pero contrapunto preciso para que una de las facetas de la inspectora Pieldelobo sea la de piel de cordero.
En Bajo la piel describe alternativamente a una mujer, a una
persona y a una inspectora de policía y deja que sea ella quien actúe en todo
momento como corresponda. Y lo hace escribiendo como sabe, tan lisa y
llanamente que consigue que la lectura no solo no se encalle en ningún momento
sino que fluya con tanta facilidad que se hace corta.
Es de esas lecturas que al acabar no dicen adiós sino hasta
luego. Hasta pronto Marcela.