Una magnífica elucubración maquiavélica, producto de una brillante mente enferma. |
Un acto
siempre es una respuesta; una consecuencia. Alguien ha planeado, ha dicho o ha
hecho algo buscando esa respuesta. Provocando ese acto. Que no tiene porqué ser
inmediato y puede diferirse incluso varios años.
El azar
también cuenta como algo o alguien catalizador pero el azar no puede enlazar
una sucesión de actos mostrándolos además en una secuencia lógica, casi
matemática. El azar es impredecible. Los planes del ser humano, por complicados
que parezcan, siempre pueden ser predichos. Lo cual no significa que lo vayan a
ser.
En lo alto de
una parada de teleférico, a 2.000 metros de altitud, cerca del pueblo de
Saint-Martin en el Pirineo francés, encuentran el cadáver de un caballo sin
cabeza.
El hecho de que pertenezca a alguien importante en la comarca motiva al
juez a designar al capitán Martín Servaz de Toulouse (interpretado por Charles
Berling) como coordinador de la investigación junto a la capitana Irène Ziegler
de la Gendarmerie local (interpretada por Julia Piaton).
En la misma
zona se encuentra el Centro Warnier, un establecimiento penitenciario de alta
seguridad donde los internos presentan trastornos psiquiátricos. Uno de ellos, un
peligroso asesino en serie: Julian Hirtmann (hierático y convincente Pascal
Greggory), fue detenido por el capitán Martin Servaz.
Martin no
cree en las casualidades. No cree en el azar como catalizador de coincidencias.
Y si cree en cambio, porque lo sabe, porque lo ha sufrido, que la mente humana
está mejor preparada que el azar para ello.
La trama se
va desenvolviendo con lentitud, los encuadres, precisos y preciosos, permiten
visionar los acontecimientos desde perspectivas relajantes y por tanto intentan
impregnar al espectador de la tranquilidad necesaria para poder racionalizar
los hechos. Los planos no buscan escandalizar sino mostrar para poder discernir
entre las distintas posibilidades.
Glacé es una magnífica elucubración maquiavélica producto de una brillante mente enferma, en formato de serie televisiva.
Estamos ante
un thriller psicológico donde, también hay acciones de acción pero, los actos solo
son respuestas.
Y el paisaje
relajante ayuda a contribuir a la creación de esa atmósfera donde la mente gana
al cuerpo. El blanco de la nieve contrasta con las sombras de los árboles y con
la dicotomía de colores la busca también entre la pasión y la razón. Aunque ésta
es distinta según quien la argumente y si es un psicópata quien lo hace, sus
actos puede que no sean razonables según el comportamiento social definido.
Solo una
temporada. Solo seis episodios. Y no parece que pueda haber más habida cuenta
que se trata de una adaptación de la novela del mismo título, Glacé, de Bernard
Minier. Los que la han leído dicen que, a pesar de los múltiples cambios, la
serie conserva el espíritu del texto. El visionado merece la pena.