Hoy en día se suceden las mujeres detective o policías, incluso ocupando altos cargos en jefatura, en las series de TV y en las novelas y no sorprende en absoluto. El machismo detectivesco de antaño en la serie negra, que no enigma, ha sido sustituido por una suerte de feminismo femenino, pero cuando Kinsey Millhome entró en el panorama negro y criminal se podían contar con los dedos de una mano las mujeres protagonistas, que no autoras, con algo bueno que decir en el género. Kinsey fue una precursora sin duda alguna, copiada e imitada aunque cueste reconocerlo.
Sus casos y su modo informal de afrontarlos, para lo que era el género en ese momento, aportó una frescura en el tratamiento policial y detectivesco del que estaba siendo necesitado.
Hace exactamente 30 años, en 1982, nacía en ‘A de adulterio’ literariamente hablando Kinsey Millhome, la protagonista de las novelas de Sue Grafton (Tusquets nos la traería en 1990). Nacía con 32 años de edad, con dos divorcios a cuestas, viviendo en lo que fuera un garaje y con la licencia de detective privada emitida en la, ficticia, ciudad de Santa Teresa, en baja California.
Ahora, en 2012, Kinsey tiene 38 años recién cumplidos el 5 de mayo, lo que supone haber hecho un pacto con el diablo para mantener tal lozanía, y su último caso publicado ‘V de venganza’ transcurre entre abril y mayo de 1988.
V de Venganza es una novela más de la serie y como tal cuenta con los elementos que la han caracterizado durante tanto tiempo. En esta, la trama se presenta a modo de puzzle sin foto guía por lo que no resulta fácil el ir encajando las piezas que se suceden en vaivén temporal y en situaciones distintas según sea la voz que narra. Todo principia con Kinsey comprando bragas en unos grandes almacenes y no vean como se llega a complicar el asunto.
Al parecer Sue Grafton cometió su primer crimen movida por las ganas de asesinar a su marido a raíz de un despiadado divorcio que tuvo a bien somatizar finalmente en una muerte literaria. Le dio satisfacción sin visitar la cárcel y a la postre un medio económico de salir adelante. Visto el percal prometió publicar una novela al año. No lo ha cumplido, por poco, pero nadie se lo ha reprochado. La cadencia ha permitido madurar al personaje y demostrar que las prisas nunca son buenas.
La septuagenaria Sue Grafton (1940), y que cumpla muchos más, ha ido recopilando en estos 30 años, los informes correspondientes a los 22 casos en que Kinsey ha participado y agrupados a modo de novela los ha ido publicando en lo que conforman una de las series más longevas de la novela negra contemporánea bajo el nombre genérico del Alfabeto del Crimen, todas editadas en castellano por la visionaria Tusquets y cada novela con una cubierta diseñada ex-profeso a cargo de Loredano:
A de adulterio, B de bestias, C de cadáver, D de deuda, E de evidencia, F de fugitivo, G de guardaespaldas, H de homicidio, I de Inocente, J de juicio, K de Kinsey, L de ley (o fuera de ella), M de maldad, N de nudo, O de odio, P de peligro, Q de quien, R de rebelde, S de silencio, T de trampa, U de ultimátum, V de venganza.
Algunos títulos traducciones literales del original, otros inevitablemente adaptados al idioma según permita la inicial y ahora vendrá lo difícil al tener que adaptar títulos con las letras que queda: W, X, Y, y Z.
Hacia el principio de cada novela Sue Grafton dedica unas líneas a presentar a Kinsey Millhome y a sus adlateres; a saber: Henry Pitts, 88 años de edad, casero, amigo, vecino, panadero jubilado, ideador de crucigramas y hermano pequeño de 5 en total, cuya antigüedad la encabeza la única chica Nell con 99, siguen Charlie, Lewis y William. Solo Henry y William, casado desde hace poco con Rosie, una húngara que regenta un bar de comidas estrafalarias del que Kinsey es habitual, viven en Santa Teresa, el resto vive en Detroit.
En el transcurso de estos años hemos tenido ocasión de tratar a Kinsey en múltiples ocasiones y situaciones de toda índole.
Sabemos de sus gustos por determinado tipo de hombres, aunque acumule divorcios y desengaños; de su falta de familia aunque la haya; de su manía de cortarse el pelo ella misma con unas tijeritas para las uñas lo que le confiere un look muy sui generis; del disfrute ante un buen chablis o un chardonnay de calidad aunque se lo suelan servir peleón, en copa inapropiada y a temperatura ambiente; de su poca feminidad a la hora de vestirse o arreglarse, básicamente tejanos y jersey de cuello alto o vestido negro, que denomina multiuso por su camaleónica adaptabilidad a cualquier acto social, aunque ahora apueste por un plus sexy luciendo también medias negras; de su pasión por la comida basura aunque esté siempre dispuesta a aceptar una buena comida servida en una mesa especialmente preparada para la ocasión; de su meticulosidad profesional llevando la contabilidad, los informes de clientes y las investigaciones; de su fuerza de voluntad en tener claramente delimitado el tiempo de placer y el de trabajo, aunque cueste lo suyo cuando no se tiene jefe; de su tozudez para no ceder ante nada ni nadie y su constancia en mantener su forma física corriendo casi cada día cinco kilómetros al amanecer, bordeando la playa...
También hemos compartido peligros veniales y peligros mortales, disparos, golpes, palizas, lesiones, desprecios, persecuciones y claros intentos de asesinato. Y también hemos estado a su lado cuando ha tenido que apretar el gatillo y llevarse a alguien por delante. Matar o morir: la ley de la jungla entre buenos y malos.
Esta estrecha relación que se va fraguando con Kinsey es la que se tiene con una amiga de barrio, con una condiscípula de instituto, alguien con quien te sientes tan a gusto que, aunque haga siglos que no ves, siempre parece que fue ayer. Y no se necesitan explicaciones para justificar nada. Es esa persona en quien confías y a quien le escuchas y le cuentas aquello que nadie más puede oír.
Si no lo han hecho aún, lean a Kinsey. Verán como se hacen amigos.