Smoke
City es un cómic en dos tomos, dos partes separadas claramente por el enfoque
argumental de cada una que configuran una sola narración.
En
la primera todo un alarde de género policial clásico y en la segunda aporte de
fantasía sobrenatural que sorprende por lo inesperado de su irrupción y
despista en su comprensión precisando de una segunda y minuciosa relectura para
apreciar toda su magnificencia.
El
primer álbum salió en 2007 y el segundo tardaría bastante, hasta el 2011, y es ya
el momento de comentar esta grandiosa obra que ha dibujado Benjamin Carré sobre
un guión de él mismo y de Mathieu Mariolle.
Tras
unos años desperdigados por una traición, una banda de ladrones de guante
blanco es convencida por un poderoso cliente para volverse a reunir y perpetrar
un robo perfecto en un importante museo, en la ciudad de Smoke City “fascinante
ciudad donde, de tanta oscuridad, la misma sombra se vuelve luz”.
Y
Carmen es la encargada de volver a componer la banda, tarea que no resulta nada
fácil y que requiere gran parte del primer tomo. Lo que demuestra que el viaje,
y su disfrute, empiezan en la salida y en su recorrido y que no hay que esperar
a llegar al destino.
Y
aunque ni el punto de salida del argumento ni el mismo, ni la selección ni
presentación de los personajes sea muy original, el conjunto de todo no se queda
en tópico y se crece a medida que pasan las viñetas y el resultado da más que
la suma de los elementos.
Vivimos
las situaciones y sentimos las sensaciones sin caer en guiños artificiosos y
esto nos sumerge de lleno en la historia que tiene todo lo que hay que tener
pero sin hacerlo previsible: femme fatale, policías corruptos, samuráis,
enemigos poderosos y un protagonista, Cole, (¿no veis en él a Michael Madsen?)
que arrastra sus sentimientos confrontados entre efluvios de alcohol y humo de
cigarrillos mientras decide su futuro.
El
inicio ya apunta maneras de cine negro de años cuarenta con voz en off del
protagonista: “Había que reconocerlo. Montamos un buen follón y ahora íbamos a
tener que repararlo. ¿Cómo llegamos a eso?, para entenderlo debo empezar desde
el principio, hace apenas dos semanas, la tarde en que volví a encontrarme a
Carmen…”
Benjamin
Carré lo ha construido a imagen y semejanza del clásico cine negro pero en
color, el cómic se muestra en un estilo de dibujo a medio camino entre lo
fotográfico y lo etéreo propio de los bocetos con interesante tratamiento del
color, aunque el exceso de difuminado pueda acabar pareciendo incapacidad en el
trazo.
Hay
valentía en arriesgar con los encuadres como refuerzo de imágenes silenciosas
para que hablen por si mismas. Hay maestría en los edificios, muebles, enseres
y exteriores; más que cuando representa movimiento, rostros y sobre todo cuando
dibuja manos, que precisan de más atención.
El guión de Mathieu Mariolle sobre un argumento a medias con Benjamin Carré es demoledor y los protagonistas encarnan las habilidades imprescindibles para componer una banda de maestros, y ni falta ni sobra ninguno de acuerdo al código más toópico posible pero aún y así resultan carismáticos y muy interesantes.
Las
imágenes eclipsan por momentos la parte argumental, más compleja, pero no así
los diálogos que no dicen lo obvio y lo fácil sino que las voces resultan
inteligentes y casi se aprecian los matices y las inflexiones de los tonos de
los diferentes protagonistas.
Hay
persecución policial, hay habilidad informática, hay traición, hay artes
marciales, hay honor, hay pasión, hay componenda sobrenatural y hay viñetas
sencillamente maravillosas. No deben perdérselo. Es una obra de cómic que
merece especial atención y en cada relectura se aprecian nuevos detalles del
dibujo y del argumento.
Atrévanse: van sobre seguro.