Prmera novela de la serie de la comisaria Viviane Lancier |
En París se encuentra el
cadáver de un indigente. Nada debería hacer sospechar más allá de un robo que
ha acabado mal: el ladrón tiró de la bolsa con tanta insistencia y brusquedad
como el fallecido la quiso retener y el resultado fue que éste acabó golpeándose
la cabeza y falleciendo.
Pero resulta que si que
hay algo más en todo eso, y mucho más que va a haber, y más muertes y el caso,
por exceso de celo y entusiasmo de un subalterno, acaba cayendo en la mesa de
la comisaria Viviane Lancier.
Hay un soneto, en
propiedad del muerto, cuyos versos, que podrían pertenecer al mismísimo Charles
Baudelaire, embelesan los oídos de la prensa y el caso alcanza proporciones
mediáticas con lo que la comisaria Viviane que no siente pasión alguna por la
literatura y menos aún por la poesía, deberá bregar con un caso doblemente
complejo: criminal y cultural.
La comisaria lleva una
vida de soledad y recogimiento en su domicilio de la Rue Simenon (un guiño a la
alargada sombra del papá de Maigret). Oculta sus contradicciones y su
inseguridad bajo un carácter de mil demonios. No tiene vida amorosa aunque la
desearía y suspira con enamoramientos imaginarios mientras alivia sus apetitos
sexuales en encuentros esporádicos con un amigo con derecho a roce. Mantiene
una, de antemano perdida, lucha eterna contra su báscula y se recrea
idealizando una vida que no tiene ni tendrá.
El personaje tiende a
despertar instinto de protección sobre todo en sus episodios depresivos donde
aúna música de Johan Sebastian Bach con barritas de chocolate Mars y aunque a
veces resulta cargante y más un tropiezo que un acierto hay que reconocer que
se mimetiza perfectamente con lo que se pretende de la novela que rebosa
estereotipos.
La trama de inicio rápido
y lineal va adquiriendo tonalidades de gris, como el París frío y lluvioso
donde transcurre y va aumentando su complejidad a medida que evoluciona la
investigación. Una evolución sucedida de altibajos con momentos lúcidos y
divertidos y otros lastrados y aburridos que conforman un conjunto desigual.
Georges Flipo |
A la comisaria no le
gustan los versos es la primera de una serie de novelas protagonizadas por la
comisaria de la 3ª División de la Policía Judicial de
Paris Viviane Lancier del escritor francés
Georges Flipo. Un autor que no puede sustraerse a su origen.
La redacción de la
novela, su ambientación y su tempo narrativo son muy francesas si se me
permite y entiende la expresión. Recuerdan los tiempos de la Nouvelle Vage, el
esplendor del comisario Maigret. A ratos tiene ese regusto a Pastís y
otras a croissant de mantequilla.
En
todo momento está presente esa curiosa y particular sensación de pérdida que
experimenta todo aquel que ha estado alguna vez en París y la recuerda desde la
distancia. Es una serie que puede
dar alegrías a los amantes de ese estilo continuista y tradicional del polar,
cómodos en ese ritmo dubitativo y bamboleante de quien pasea sin ir a ningún
sitio.