Y si en la vida nada transcurre de forma secuencial, en esta novela tampoco. |
Sam ha dejado de ser policía de manera formal, ha renunciado oficialmente con entrega de arma y placa, pero en su interior, la policía que fue lo sigue
siendo. Y es que si se lleva dentro...
Y es que cuando el oficio es como la propia la vida ya no
es oficio ni tiene beneficio, solo dedicación, entrega y servilismo. Y
renuncia. Por un ideal, por un sentimiento, se entrega todo, incluso lo que no se tiene.
Sam, Casandra en realidad, es ahora una detective privado y
desde fuera del cuerpo quiere investigar, con total independencia y libertad de
movimientos, que pasó con su padre, también policía y que murió con deshonor, veinte
años atrás, cuando nadie mejor que él lo había defendido.
Cenizas
para un blues es la continuación lógica de Puentes y sombras y aunque se
puede leer perfectamente sin conocer la anterior, la experiencia mejora con los
antecedentes. La trama subyacente en la primera entrega se desarrolla de forma
plena en la segunda.
En su nuevo papel, sin someterse a reglamentos, Sam actúa
sin líneas rojas que la coarten y emplea el método más adecuado en cada momento
para obtener información que le permita cerrar el caso que la lleva de cabeza
desde hace tiempo; pero como detective privado también tiene un caso: el secuestro de un chiquillo, y sabe que estas situaciones son de difícil
resolución y más si se dejan pasar demasiadas horas desde la desaparición.
Y si en la vida nada transcurre de forma secuencial en esta
novela tampoco, así mientras las dos investigaciones prosiguen su avance atropellándose en el tiempo hay
otros protagonistas y otras situaciones que atrapan la atención, simultaneando, y que muestran,
como un poliedro, las distintas caras que enseña la vida a quien la mira, viéndola.
Fernando
de Cea muestra una
evidente capacidad para entrelazar historias que evolucionan con ritmo y tempo propios y una destacable habilidad para
crear suspense. Y con esos recursos narrativos construye thrillers
noir muy convincentes y de gran fuerza visual.
Fernando de Cea. |
Su conocimiento de Sevilla, siempre se escribe sobre lo que se conoce, ciudad donde transcurre la
trama, le permite describir cada escenario de forma totalmente identificable no solo a nivel descriptivo sino a nivel ambiental, aunque no se haya estado nunca como es mi caso, y faculta para desarrollar
ese noir urbano que no precisa de la oscuridad ni la niebla para generar la
misma incertidumbre, duda y sospecha.
Y para ello el autor no duda en emplear hasta tres niveles de narración distintos con lo que consigue que una novela ya de por si coral
amplifique esa percepción al añadirle más voces y diversos puntos de vista.
Sonido envolvente y pantalla panorámica para lucimiento de Sam, Merche, Roberto, Miss Nolan, Hidalgo, O’Malley,
Cisco, el Ogro Bueno y sin olvidar a Wato, un gato cuyas rayas parecen señalar
con una W el lugar de su tercer ojo. Pueden acabar siendo buenos compañeros en estos días perezosos.
Y, no se vayan que aún hay más: algún que otro cabo ha quedado
suelto y pueden ser motivo para una nueva entrega, aunque transcurra allende.