La comisaria española Carola Rey Rojo se ha tomado un año de excedencia mientras decide si se acoge a la prejubilación o sigue todavía un tiempo más en el cuerpo. La resolución de un caso reciente le hace cuestionar su función como policía, como viuda, como madre y por tanto como persona.
Viaja a Viena, donde tuvo, veinte años atrás, la más
terrible experiencia que pueda tener una madre, para clasificar y evaluar una cuantiosa
biblioteca. Un encargo agradable y lo suficientemente absorbente e íntimo como
para alejarse de la realidad criminal de las calles y poner en orden sus
prioridades.
La protagonista encarna a todas aquellas personas que
llegadas a cierta edad deben de reorientar sus vidas en esa encrucijada que supone
finalizar la etapa laboral, readecuar la de madre y pensar si conviene una
pareja estable o dejarse llevar.
La autora retrata ese momento de vida con toda la amplitud
de un horizonte por explorar y con toda la ilusión que supone la capacidad de
recorrerlo, a la que vez que permite comprender la soledad vivencial que supone
ser policía: sin horarios, sin descansos regulares, sin comidas familiares, con
los ojos llenos de horrores y la mente en permanente programa de centrifugado.
Para ello escoge a dos protagonistas de parecido perfil
pero distinta proyección. Mientras que Wolf, un amigo también policía, se
conforma con poco y agradece la comodidad de la rutina, Carola aún no ha
colmado su tubo de ensayo experimental y mantiene intacta la ilusión de vivir experiencias
que sigan sorprendiéndola.
La novela ofrece un contenido profuso y denso del que no
sobra nada y se agradece todo. Hay varias tramas todas con largo recorrido y
sus consecuentes subtramas que no se quedan atrás, con hechos reales, bien
documentados, y contenido ficticio que ensamblan a la perfección.
Hay riqueza cultural: musical, literaria, pictórica y
gastronómica. Hay hedonismo. Hay relaciones humanas de diversas tipologías: por
interés (Eva y JuanMa), por amor (Julio y Sheila), por amistad (Carola y Wolf),
por conveniencia (Flor y Carola) y por necesidad (Jacobo y Santos) y todas con giros
e imprevisibles finales. Y hay investigaciones policiales en marcha.
Y es que etiquetar como novela negra esta obra literaria es
reducirla a solo una parte de lo que contiene y transmite.
Aparte de la bien estructurada trama policial y ejemplar
labor de investigación en un caso asociado a unos hechos criminales
absolutamente execrables, verdadera lacra social, ejercidos, en el más perfecto
anonimato, por depredadores adinerados y poderosos, la gran riqueza de la
novela es Carola.
Elia Barceló elabora un personaje tan complejo como lo son
las personas en la vida real. Carola es tan real como su autora, los lectores e
incluso para quienes ignoran su existencia. Transmite todas las ilusiones de
adolescente, recelos y sacrificios de madre, afectos y necesidades de mujer,
capacidades y aptitudes de policía que conforman ese prisma de múltiples
facetas, a veces contradictorias, otras complementarias que supone ser persona
y estar y sentirse viva.
Y la enfrenta a sus temores, a sus miedos, a sus anhelos y
a sus esperanzas. Ni más ni menos como hace cada mortal cada mañana al
levantarse.
Y en paralelo la hace partícipe directa y a la vez indirecta de un caso policial que parece perseguir fantasmas. Elia Barceló escribe sobre ese crimen que es la trata de niñas y niños para deleite de las más insanas intenciones sexuales. La autora se ahorra las descripciones y trata el caso policial desde la perspectiva del tiempo lo que permite una lectura alejada del horror pero que deja el nivel de desagradable incomodidad a la imaginación de cada cual.
El poder y el dinero encierran sus secretos y delitos tras puertas
con doble vuelta de llave pero mientras exista la llave existe la posibilidad
de encontrarla y hacer justicia y Carola, empedernida bibliógrafa, madre
amantísima y excelente policía lo sabe.
Una lectura interesante que complace y desespera a la vez y
que no puedo dejar de recomendar encarecidamente.