domingo, 9 de mayo de 2021

Verano de lobos de Hans Rosendfeldt

En el norte, bastante al norte, donde la climatología es tan extrema como radical es la luz del sol, tan pronto hay muchas horas como tan pronto muy pocas, se descubre el cuerpo, semioculto en un bosque, de un hombre muerto.

La pista la ha facilitado un lobo y no precisamente un lobo detective. Y esto solo es el principio. Bueno el principio fue antes, cuando la matanza en zona lejana y fronteriza lo desencadenó todo sin posibilidad de marcha atrás y huyendo hacia delante, aunque sea hacia el precipicio.

Luego el destino, el azar, las habilidades del guionista, hicieron el resto hasta conseguir que pase de todo donde hasta hace poco no pasaba nada. El aburrimiento cede ante el estrés.

Más tarde sabremos más de ese cuerpo y sabremos de como las casualidades son consecuencia de causalidades concatenadas. Sabremos como hechos distantes en tiempo y espacio tienden a relacionarse y como las decisiones que se toman siempre han de partir de cabezas frías y nunca de cabezas calientes o, peor, vacías. La ambición ciega incluso a quienes no ven.

El cuerpo de policía de Haparanda se encarga de averiguar quién es el muerto y no sospecha que pronto va a cubrir el cupo bianual de cuerpos en solo unos días. Y no van a ser víctimas de accidente precisamente.

Hay mucho guion en Verano de lobos, mucha intención visual, mucho dominio del ritmo de pantalla, y por eso es tan fácil de leer. Y por eso atrapa con tanta facilidad como ver una serie repantingado en el sofá.

La presentación de los vecinos de Haparanda, con esa voz en off omnisciente que hace de ciudad y que conoce todo de todos, formula muy socorrida por el cine español de los ’50 y ’60, es inequívocamente cinematográfica.

Sus altibajos de atracción de feria, con momentos de alta tensión compensados con momentos de anodina cotidianeidad, para dar respiro, son los habituales de los realizadores de series de televisión.

Todo pensado, incluso ese final que lo cierra todo pero no cierra nada, para cautivar al lector no solo en esta primera entrega sino para las futuras, con esa anticipación, solo sugerida, que actúa a modo de tráiler de próximamente.

Innegable y admirable la capacidad del autor, Hans Rosendfeldt, para trenzar una trama que imbrica hilos de muchos ovillos y por tanto permite ir adecuando las combinaciones de colores y grosor para ir mostrando distintas subtramas y escenarios y alargar o acortar sobre la marcha en futuras entregas.

Entretenimiento en estado puro: acción, mujer como arma letal, término muy recurrente pero siempre efectivo, drogas, mafias del noreste, amor… Queremos saber más de la vida de cada personaje, queremos saber todo de sus relaciones, queremos conocer su futuro, queremos más. Y eso es un logro que no hay que dejar de reconocer. No estamos ante literatura sino ante televisión leíble en páginas de libro.

Verano de lobos es una primera entrega que tiene garantizado el éxito y su continuidad. La segunda se anuncia para 2022 y la tercera, y aún no se sabe si última, para 2024. Todo planificado. Lo dicho, más parecido a un guion expandido para televisión, imposible.

domingo, 2 de mayo de 2021

Animal de Leticia Sierra

Animal es una novela negra de Leticia Sierra cuya cubierta, un lindo gatito, no hace justicia al contenido que contiene, y que resulta una de las mejores primeras novelas de autora.

Explorar los límites entre el ser humano y la bestia que lo habita, y evidenciar la doble moral por la que se rigen las personas con poder, es la razón de ser de esta novela. Una novela negra que pone sobre la mesa algo para comer que no resulta apetitoso.

Siempre hemos creído que todo ser humano lleva una bestia dentro, pero la sorpresa se produce cuando se descubre que hay muchísimas bestias que muestran tímidamente la persona que llevan dentro.

Animal racional o animal irracional. Todos somos animales aunque por suerte solo unos pocos se comportan como tales. Como lo que son. Animal es una novela que se atreve a bucear en ese interior sin miedo a toparse con el monstruo.

La trama se despliega inteligentemente a partir de las investigaciones paralelas llevadas a cabo por el equipo policial, encabezado por el inspector Agustín Castro y supervisado por la juez instructora del caso, y por el equipo periodístico que cubre la noticia en busca de liderar la exclusiva con la periodista Olivia Marassa al frente ante el descubrimiento de un cadaver mutilado encontrado en un polígono adyacente a un club nocturno.

La primera de las líneas de actuación encorsetada en el procedimiento policial muestra las limitaciones de los agentes que han de obviar la intuición, tan frecuente en serie de televisión, para centrarse en hechos y pruebas a petición de la juez de instrucción.

La segunda, más abierta, responde solo al criterio informativo y por ello solo necesita informaciones y datos, previa constatación, que permitan hilvanar una historia de interés lector.

Este poco habitual planteamiento permite ir conociendo hechos anteriores al asesinato y presentes desde dos puntos de vista que a veces se solapan, otras se complementan e incluso por momentos llegan a conformar una figura que si bien para la persona lectora aparece claramente dibujada para los dos equipos de investigación aún no, por no disponer de todos los elementos.

Hábilmente planteado así, el argumento resulta interesante por sus distintos ritmos de avistamiento de datos y la lectura se beneficia de este dinamismo y coexistencia.

Ni Agustín Castro ni Olivia Marassa se alejan de los estereotipos de inspector solitario al que le cuesta socializar el primero, y periodista con olfato de investigadora tenaz, sociable y mundana la segunda. Pero la autora no se regocija en tópicos y si los usa es para mostrar el contrapunto de que los polos opuestos se atraen e incluso pueden llegar a complementarse. Como la investigación.

Ambos son profesionales de seriedad incontestable. Y sorprende que tanto la dirección del periódico, como su equipo jurídico, como, por supuesto, el equipo de redacción Olivia y Mario, antepongan, como principio inamovible, la ética al sensacionalismo. En estos tiempos de fake news y de periódicos y otros medios tan dados a la mentira y al escándalo se agradece que alguien rompa una lanza a favor del periodismo entendido como información veraz y contrastada.

Leticia Sierra ataca una novela que mejor no podría empezar y que va ganando en interés a medida que van saliendo a relucir las interioridades de la víctima y consigue un final de clímax.

jueves, 29 de abril de 2021

Soledad de Carlos Bassas del Rey

Soledad es una novela negra que es un combate de boxeo. En el ring dos contendientes: Soledad y Romero. La madre de la nena muerta y el policía encargado de esclarecer la muerte. No luchan entre sí sino consigo. Yo, mí, me conmigo, tu, te, ti contigo, el, ella, se, si, consigo.

Dan golpes al aire, a su pasado, para alejar fantasmas y sombras que les han maltratado sin concesión. Golpean alejando este presente que no han buscado ni deseado y que les devuelve los golpes con saña. Golpean para parar golpes, no golpean para ganar, golpean para defenderse.

Soledad lucha para no desfallecer; para no acabar hundida sin salida. La nena, fruto maldito de su vientre, le ha dado sinsabores, como la vida, pero sabe que vivió por ella y que sin ella muere.

Romero lucha para no desfallecer. El trabajo, maldito usurpador de la familia le ha mostrado el abismo y el infierno, pero sabe que eso es lo que lo mantiene y que si lo pierde no le queda nada.

Abigail, la nena, 14 años, piel blanca y belleza sin artificio, futuro de colores por descubrir, ha sido hallada muerta. Abuela y padre se quedan sin pasaporte hacia una nueva vida y madre se queda sin vida a pesar de poder disponer ahora del visado de salida de una casa que nunca fue un hogar.

La vida de Soledad, su marido y su suegra la encarnan, es sinónimo de violencia, desprecio y servilismo extremo. Y ahora sin la nena va a ir a peor, si es que hay algo peor que perder una hija. La hija. La nena.

En ese punto ya solo importa volcar toda la rabia, todo el dolor, toda la impotencia en una venganza hacia el culpable. Ya solo importa poner cara. Ya solo importa saber quién ha sido; quién ha cortado el tallo de esa flor en el momento en que empezaba a abrirse; quién puede ser tan ominoso como para haber cortado el hilo de plata que separa la vida de la muerte.

Soledad necesita saber. Romero necesita saber. La lectora, el lector necesitan saber. Para tener un rostro a quien odiar, un rostro a quien escupir y golpear, para liberar esa tensión ponzoñosa e insostenible.

Soledad es el nombre de la madre de la nena muerta. Soledad es el vacío que queda cuando no queda nadie. Soledad es una novela pero también una radiografía que expone lo que los ojos no ven pero el corazón presiente y la mente intuye.

Carlos Bassas es un cirujano en el empleo del lenguaje, salvando lo preciso y cortando lo sobrante. Adecuándolo a la edad de los protagonistas y al contexto social de donde proceden o por donde se mueven.

Emplea su dominio del diccionario como arma con la que disparar las palabras justas y con la suficiente puntería como para colocarlas en el lugar preciso para infringir dolor: el mínimo para no dañar de forma irreversible anticipadamente y el máximo para que duela como mil demonios. Como una maldición gitana. Siempre es una gozada leer a este escritor.

Soledad es una novela negra sin etiqueta, pero devastadora como la más negra de las novelas negras. Una lectura que supone que en algún momento haya que tragar cristales, pero, masoquistas irredentos, nadie puede dejar de leer. Aunque deje marca.

Una marca que puede parecer tan inexistente y leve como el corte del filo de una hoja de papel pero el dolor, lo notaran, persiste durante mucho rato. Si no leen esta novela es que no se la merecen.

Del mismo autor e igualmente recomendables y reseñadas en este blog, las novelas:

· Justo

· Cielos de plomo

 


lunes, 26 de abril de 2021

La gallera de Ramón Palomar

Si algo tienen las novelas negras, las de verdad, es que ficcionan la cruda realidad. No para hacerla más interesante o digerible sino para que sea creíble. Porque casi todo lo que se cuenta existe y la verdad está ahí fuera.

Y La gallera es una novela negra de esas. De las de verdad, las que cuentan hechos que entrelazan historias de perdedores, porque aunque creas ganar siempre sales perdiendo y puedes acabar como el gallo de Morón: sin plumas y cacareando.

Las peleas buscan lavar afrentas, imponerse sobre alguien, marcar territorio, demostrar orgullo y casta. Tanto da el tipo de bípedo que en ellas se meta: humano o gallo.

Perico, gallo. Si es que van de la mano para marcarse un baile en el que los protagonistas masculinos llevan el ritmo mientras ellas marcan el compás: Leonor, Sacra, África mujeres con roles inicialmente dubitativos y que van cogiendo protagonismo para revelarse como los caracteres verdaderamente racionales y fuertes de la trama.

Una novela que transcurre en la España peninsular, insular y enclave africano pero que respeta en todo momento su comportamiento subproletariado, ejemplarizado en personajes degradados que subsisten por sus trabajos deshonestos, su falta de conciencia social y su sumisión al poder sobre el que gravitan.

La gallera es una de esas novelas negras intensa que va cociendo las subtramas a fuego lento reduciendo los puntos de fuga y espera el momento justo para acoplar los ingredientes y ofrecer un concentrado sabroso y aromático. Con su punto de socarrona acidez, su incuestionable ternura, su despiadado sadismo y su casticismo caciquil.

Y está hecha con ingredientes sacados de todas partes y de ninguna, de horas de estudio e investigación de peleas de gallos, de los efectos efervescentes de sustancias euforizantes, de vidas de santos dedicados al narcotráfico, de evasiones ruidosas en recónditos ibicencos, de comportamientos ilustrados de incultura adinerada, de vivencias ciertas de chonis, de yonquis, de traficas, de maderos, de putas, de lejías y de moros y de veleros.

Y macerados con unas gotas, pocas, las justas, las suficientes, de Valle Inclán (Santiago Esquemas, Generoso Coraje, Sacramento Arrogante… se puede decir más alto pero no más claro) y flambeados con un chorro del Tarantino añejo, el de las grandes ocasiones: violencia impersonal, estética, abundante pero sin rebosar y sanguínea

Ramón Palomar escribe con frases cortas y dice lo que quiere decir pasando de lo que se quiera o no oír. Se regodea con las aliteraciones, anáforas, gradaciones, epífrasis y otorga, a veces, rango intelectual en diálogos por boca de sus personajes cuando son manifiestamente iletrados cuando no directamente incultos y semianalfabetos.

Una novela que sorprende y apasiona. Recomendarla es quedarse corto.

 

miércoles, 21 de abril de 2021

El Campamento por Blue Jeans

Es esta una reseña ambivalente de dificil realización de la que espero salir airoso. Sigan leyendo y entenderán.

El Campamento es un intento de actualizar la que quizá sea una de las mejores novelas policiacas de la historia. Acercarse a un clásico infunde respeto, tan solo intentar pensar en poder actualizarlo ya es una osadía pero aún y así hacerlo, a sabiendas de donde te metes, es de una inconsciencia supina o de una valentía admirable.

El Campamento recoge el espíritu y el armazón de Diez Negritos de Agatha Christie y se lanza a reinventar para alejarse lo más posible del reflejo del espejo pero al distanciarse solo consigue una imagen borrosa que sigue recordando el original y no logra asentarse como distinta.

Para el público más leído y mucho leído ¿para qué un sucedáneo teniendo el original? Para el público menos leído todo un descubrimiento que comentar y viralizar.

Estamos viviendo tiempos donde el cortoplacismo se ha instalado con, al parecer, intención de permanecer. La gente parece querer ir deprisa en todo, incluso en la lectura, y tal vez por eso la novela no dedique páginas suficientes para ir construyendo el ambiente propicio para desarrollar la trama y vaya al grano.

Generar tensión, claustrofobia, angustia es imprescindible para que, en el relato, los asesinatos no sean un mero medio para hacer avanzar la trama.

Blue Jeans escribe para un público, en general, con sus excepciones, más acostumbrado a los mensajes breves de las redes sociales, con preferencia por el uso y disfrute de la imagen y mayoritariamente solo interesado por lo que le resulta conocido a su cultura de grupo.

Así para el argumento escoge protagonistas cuyos roles no solo sean conocidos sino incluso identificables con lenguaje afín, e incide en la química de los sentimientos opuestos: amor y desamor, fidelidad y lealtad, honestidad y mentira, en ese contexto donde la ilusión virtual a veces se confunde con la evidencia de la realidad.

Intenta humanizar el lado menos conocido de la fama: los famosos también lloran y sufren; y no se corta en denunciar el todo vale para alcanzar un posicionamiento de influencer. Pero no consigue dotar a la trama de lo necesario para que sea una novela policiaca y no solo un cúmulo de situaciones o tensiones, aunque se quede solo a un tris de conseguirlo, en un gratamente intrincado y sobresaliente argumento, al que le escuece ese final de serie televisiva.

Desaprovecha la oportunidad de mostrar las tripas de ese mundo digital, lo que hubiera sido muy revelador, pero equivaldría a morder la mano que te da de comer. Por lo que solo se pasea por la delgada línea roja que supone el entrever y el mostrar abiertamente con la sensación de que hubiera podido dar más de si. Habrá que esperar a una nueva novela completamente original para conocer realmente sus posibilidades en este género donde se estrena.

Por tanto, un público ya ducho en novela policiaca no debería leerlo so pena de entrar en comparaciones en las que Blue Jeans saldrá siempre perdedor. Y sería un error. Como comparar nueces con melones.

Pero un público no lector de género, sin referencias que condicionen la lectura y de una juventud insultante debe leer esta novela sin dudarlo ni un instante y disfrutar de esa experiencia como si no hubiera un mañana.

Hace tiempo Bob Dylan decía que los tiempos están cambiando, y tan cierto es, como que los tiempos siguen cambiando. El Campamento de Blue Jeans es un exponente de esa transición que vive la novela policiaca que la generación Z está descubriendo. Son otros tiempos. Y otras necesidades, intereses y desvelos ocupan a esa juventud incomoda ante la falta de expectativas.

El Campamento de Blue Jeans tiene su oportunidad en ese target y el tiempo la consolidará u olvidará; de momento está consiguiendo que una generación poco dada a leer, lo haga. Y si es revisitando un gran clásico mejor que mejor, ya que quizás consiga no solo hacer viral su obra sino la de quien homenajea.

La gente que mayormente sigue y lee a Blue Jeans igual no ha oído hablar en su vida de Agatha Christie, o tal vez le suene de alguna película pero casi seguro que no se pondrá a leer sus novelas de igual modo que rechaza un filme en blanco y negro, de los de antes.

Si leen El Campamento, sin tener idea de sus antecedentes, lo más seguro es que disfruten y difundan su contenido y a partir de ahí el infinito y más allá.

La cultura siempre sale ganando.