Rabishpool anda, como no, alterado. Y empieza a ser su estado natural habida cuenta de que el crisol de culturas, idiomas y tendencias políticas alientan la ebullición de un caldo de cultivo que se traduce en desestabilización permanente. La calma en Rabishpool debe ser algo que tal vez alguna generación futura alcanzará a saborear.
En esta ocasión hay tres eventos azuzadores de tensión. El primero, el próximo estreno de una obra de teatro que atenta contra principios inamovibles de moral religiosa y comportamiento social digno, estando Molly Grapes detrás no podía ser de otra manera. Una Molly Grapes cuyas acciones y pensamientos trascienden al feminismo de salón, que queda rancio ante su iconoclastia militante.
El segundo unos turbios asesinatos que no parecen responder
a patrón alguno y en tercer lugar la osadía de unas pintadas BRAMOGRA, así en
mayúsculas, que no solo ensucian paredes sino que incitan a todo tipo de
especulaciones y sospechas de que puedan ser la antesala de algún tipo de revuelta
o un hechizo para invocar fuerzas del más allá seguramente con claras intenciones malignas.
La intención de censurar la obra teatral y repudiar el
elenco protagonista por fanáticos defensores de una moral intachable obliga a
la policía a desdoblarse en proteger a los amenazados mientras intenta
descubrir quien pinta con el amparo de la noche y quien asesina a cualquier hora.
Harry Maesnow el agente de policía protagonista de esta serie debe multiplicarse para cumplir las órdenes de sus superiores, para atender a su prometida Molly Grapes bajo amenaza de ominosos anónimos y para cumplir su deber de cicerón para con su cuñado, recién llegado a Londres por unos días y cuya prioridad es retozar su miembro entre esos montes femeninos que Dios tuvo a bien de situar uno al lado del otro dejando un canalillo por donde descender hacia otro monte, el de Venus. Y es que el cuerpo es un templo para el placer y el sexo su oficiante.
El ritmo, el desparpajo, la seducción y el erotismo que caracterizan el burlesque son los resortes que se adueñan del argumento para navegar por una trama policial que tiene de todo y en abundancia.
Fernando Figueroa Saavedra va por la tercera entrega de esta irreverente serie policiaca, acertadamente calificada como Hard-Boiled cómico neo victoriano, de solaz lectura. Y si en la reseña encuentran palabras que retrotraen a otros tiempos es el contagio que supone moverse por 1892.
No dejaré de recomendar la lectura de las tres entregas,
todo empezó con Los Pistoleros o El Caso Hamster, continuó con Las Viudas o El Caso Gutemberg y
sigue con esta tercera.
Una colección del disparatismo (referido a disparate; no existe pero hagan la vista gorda) victoriano que no pueden dejar de leer. Hay oficio, amor por la escritura y mucha imaginación.