Los barrios rojos son rojos
porque es el color que avisa del peligro, el color que dice no pasar, el color
del infierno y del diablo, de la tentación y de la sangre.
Ramón Mascarell vive
accidentalmente en Frankfurt, muy lejos de su Cádiz, del mar y de un clima más
benigno. Como mochila de su novia Gabriela ha recalado en una ciudad áspera,
fría y en la que se come raro y se habla un idioma incomprensible.
La necesidad de ganar dinero
le hace aflorar habilidades que desconocía y ayudando a resolver situaciones,
para otros complicadas, se ha forjado una fama como investigador que ahora se
enfrenta a una dura prueba.
Contratado por una extraña
mujer para localizar a un joven, de quien poco le dicen, va a tener que serpentear
con habilidad por el lado oscuro, solo iluminado por la luz roja, para obtener
justo lo que quiere. Ni más ni menos. Ni más porque puede significar recibir
palizas extra o unas cuantas balas, ni menos porque incumpliría el encargo y no
vería ni un euro y entonces serían sus deudores quienes serían el más.
La humanidad de Mascarell, en
las antípodas de cliché detectivesco, es su debilidad y sumada a la de su endeble
y maltrecho físico lo hace víctima propiciatoria de quien se lo pida; por eso
debe exprimir su cerebro: única arma con la que puede contar.
Sus pesquisas se cruzarán con
las de Ayla, una adolescente que busca saber cómo y porqué murió su hermano.
Ambas investigaciones tienen mucho en común y pronto descubrirán que no solo
ellos buscan sino que hay más y con aviesas intenciones.
Y por encima la sombra ominosa
del Gran Rojo ¿un barrio? ¿una persona? ¿una organización? Que no solo no hay
que menospreciar sino de la que hay que mantenerse tan alejado como sea
posible. Una sombra capaz de devorar la luz y dejar a oscuras.
Benito Olmo se encarna en Mascarell, su alter ego a medias en esta investigación. A medias porque su aterrizaje en Frankfurt tiene mucho en común pero no en el oficio elegido. Por suerte Benito Olmo mantiene la de literato lo que permite que podamos disfrutar de la lectura de esta intensa, emotiva y violenta novela negra.
Tremendamente callejera, duelen los pies de tanto patear la ciudad y más si, como a Mascarell, te falta una pierna.
Rigurosamente urbana con charcos de agua turbia donde se reflejan rascacielos que parecen querer hundir la cabeza bajo tierra, como si intentaran ahogar a quienes en ellos viven, trabajan o se mueven.
Peligrosamente selvática donde se
agrede o se mata solo por ocupar una baldosa de más, por permanecer en una esquina o apoyarse en una farola.
Benito Olmo a quien ya
conocimos y admiramos en sus novelas anteriores "La maniobra de la tortuga" y "La tragedia del girasol" sorprende con un nuevo
registro que no viene sino a confirmar su destacado posicionamiento en el
panorama noir actual. Sus novelas negras lo son por su adn y no por que hayan
sido pintadas.