Estamos ante la última aparición literaria de Salvo Montalbano, el Comisario de Vigàta en la isleña Sicilia.
A lo largo de 33 novelas,
Camilleri ha ido construyendo un personaje que ha conseguido ser entrañable por
su humanidad y falibilidad, en especial en sus asuntos amorosos. Sus comidas,
sus paseos junto al mar y sus reflexiones en voz alta, han conformado un
personaje, un atrezo y un decorado que, aun sabiéndolo ficción nos seguimos resistiendo
a creer que no sea realidad.
En Riccardino, Camilleri, que
de esto del teatro sabe mucho, nos ha permitido asistir a una obra teatral y
como no podía romper la cuarta pared para todos, al final se ha decidido a
romperla para él.
Y con ello Camilleri se ha
transmutado en Pirandello, y si éste en su obra teatral más famosa, Seis personajes en busca de autor,
exhortaba a reflexionar sobre el concepto de la identidad humana a partir de la
confusión entre actores y personajes, Camilleri lo ha reducido a un solo
personaje pero manteniendo el hilo traumático de la trama.
Así Salvo Montalbano dialoga
con el autor, Camilleri por supuesto, y se enfada porqué lo comparen con el
Montalbano de la serie de televisión, a quien considera que no se le parece en
nada, y con el Montalbano literario a quien todo parece lloverle del cielo para
resolver todos los casos criminales a los que se enfrenta.
Él es el Montalbano real y los otros dos son ficción y él
decide cómo, cuándo y dónde actuar; cómo llevar sus investigaciones y cómo
resolver sus casos, por mucho que el autor se empeñe en insistir de su
condición de personaje de ficción.
En este clima de tesitura
filosófica, de conflicto existencial, se desenvuelve un caso criminal que se
apoya en aquello en lo que no debería y es en la suma de casualidades.
Riccardino muere asesinado por disparos a quemarropa y averiguar los motivos casi resulta más interesante que conocer al culpable, pero aún y así la trama se resiste a fluir y el artificio de obra teatral demuestra que, al menos esta vez, el fin puede justificar los medios pero no que estos hayan sido los acertados.
El caso apenas se instruye y
la investigación, en dos tiempos, está mal llevada por un Montalbano cansado y
hastiado de todo. Además se ve cuestionada por los medios informativos, entorpecida
por su jefe, influenciada por un obispo y recriminada por el autor que no para
de entrometerse,
La Nota del Autor al final de
la novela debería bastar para alejar la curiosidad y pasar de largo. Camilleri
explica como la obra fue escrita entre 2004 y 2005, cuando el autor rondaba los
80 años de edad y quería dejar cerrada la trayectoria de Montalbano ante cualquier
imprevisto. Viendo que pasaba el tiempo y seguía activo, retomó el texto en 2016
para adecuarlo en lenguaje y se acabó publicando póstumamente en 2020.
Desde aquel 2005 Montalbano ha
vivido mucho, casi 20 novelas, y el mundo ha seguido en su vaivén incesable;
aspectos que no se reflejan adecuadamente en Riccardino que, buscando la
atemporalidad, se desenvuelve en una neutralidad carente de atractivo e interés
ya que no se compromete en nada relevante a nivel social ni tampoco a nivel
personal y amoroso del protagonista.
Qué suerte haber leído a
Camilleri y haber conocido a Montalbano, pero no de acercarme a esta última y
póstuma obra. Ni Camilleri ni Montalbano ni los lectores merecían este final.