Publicada en 1934, partía de
dos premisas reales, una un secuestro similar y otra una detención forzosa del
tren Orient Exprés por razones climatológicas. El resto pura ficción.
Pero esta reseña no va de la
novela, cuyo argumento, probablemente, es de sobras conocido y si no, no será este blog quien
lo destripe. Antes al contrario, sugeriré encarecidamente que sea leída detenidamente.
Ni tampoco va de ninguna de
las adaptaciones a pantalla que ha vivido. Que, exceptuando la pertinente
interpretada por David Suchet, cuenta con tres: la primera dirigida por
Sidney Lumet en 1974, con Albert Finney como Poirot y un elenco de
celebridades, con gran respeto por el argumento original. La segunda realizada
para televisión por Carl Schenkel y con Alfred Molina de Poirot, perfectamente
olvidable. Y la tercera de Kenneth Branagh, que además interpreta a Poirot y
que por aquello de evitar comparaciones acaba siendo un producto más cercano a
un thriller rico en efectos especiales y acción, lo que lo aleja tanto, innecesariamente, del
original, que nada aporta a los ojos de los fieles seguidores del detective
belga que podrán distraerse pero no verse recompensados.
Esta reseña no va de todo lo
anterior porque va de la versión teatral que actualmente se puede ver, y
disfrutar, en el teatro Condal de Barcelona.
Una versión muy contenida y
que por ello exige a los actores mayor expresividad de rostros y modulaciones de
voz, lo que consiguen plenamente y todo el elenco en su totalidad aunque haya papeles más agradecidos que otros.
Una obra coral donde todos
tienen sus minutos de gloria, con interpretaciones muy sólidas y en la que
destaca, no podía ser de otro modo, Hércules Poirot interpretado por un Eduard
Farelo muy convincente en su papel para el que se ayuda de precisos ademanes,
un posado reposado y un ajustado acento.
La puesta en escena es, en
apariencia, escasa de medios. Pero se revela muy inteligente, tremendamente
efectiva y de gran complejidad técnica cuyos desplazamientos por el escenario,
realizados por los mismos actores, se integran en la trama con una sutil coreografía
que aporta y no distrae. Ya que no se puede evitar que se vea, se soluciona
integrándolo.
El vestuario, los peinados y los objetos responden a la precisa ambientación de la época; los sonidos, la música y un hábil juego de luces consigue crear la atmosfera adecuada a cada escena, que en todo momento consigue que creamos que vamos en un tren en marcha.
El resultado es una vibrante y
emotiva adaptación, trabajada desde los sentimientos y las concepciones de
ética y moral, realizada por Iván Morales, en primicia europea. Con un gran
respeto por el original (aunque reduzca el número de protagonistas de 12 a 8
por razones entendibles) mantiene el interés durante toda la obra, aunque quien
la vea ya conozca su trama. Son dos horas de entretenimiento que se pasan en un
suspiro y se agradece que no haya entreacto.
Hay que agradecerle también
que nos dé una pista sobre la soltería de Poirot.
Estará en cartel, salvo prorroga, que se la merecería, hasta el 9 de enero de 2022 por lo que no hay excusa para perdérsela.