miércoles, 21 de julio de 2021

Esclavos del deseo de Donna Leon

Leer a Donna Leon permite volver una y otra vez a Venecia; esa Venecia inalterable que siempre es igual y nunca es la misma. La que mira desde su inmovilidad, y la solemnidad que conforma su edad, a transeúntes locales y turistas siempre en movimiento efímero.

Donna Leon solo necesita dar cuerda a Brunetti, su comisario, y él solo lo hace todo. Los argumentos se mueven bebiendo del noir costumbrista y la denuncia social más exacerbada. Aquí se nota la militancia en la defensa de los derechos humanos y en la salvación del planeta que la autora practica y canaliza, nunca mejor dicho tratándose de Venecia, en las reflexiones de Brunetti y en las conversaciones familiares que este mantiene en la mesa con su esposa y sus hijos.

Brunetti y su familia son nuestra familia. Con ellos andamos, tomamos vaporetti, comemos y debatimps sobre temas diversos y con distintos puntos de vista. Hay enfados pero menos que visitas del fenómeno de l’acqua alta cada vez más proclive a aparecer por culpa de factores climáticos, esos contra los que lucha la autora.

Esta obra, la número 30 del comisario Guido Brunetti, tiene un inicio y desarrollo atípico en el marco habitual de la novela negra y policiaca actual, pero acorde a la búsqueda incesante de nuevas fórmulas que no aburran a un público fiel y atrapen a recién llegados a las que siempre ha sido proclive la autora.

No hay asesinato que investigar, aparentemente solo una posible agresión o un accidente de dos chicas jóvenes que han sido encontradas, con heridas, en las cercanías del hospital, lo que desencadena una trama de avance parsimonioso con mucho trabajo de campo para ir hilvanando pequeños detalles.

La paciencia de Guido Brunetti y el acertado contrapunto de las y los colegas con quien investiga llevan el caso a buen puerto, y de nuevo, disculpen el chascarrillo, nunca mejor dicho cuando entra en juego la Laguna.

Y es que la trama tiene en el agua de sus canales, de la Laguna y la Giudecca donde fluir y la investigación policial con la ayuda de la Guardia Costiera hace el resto incidiendo en un tema que va más allá del delito y que la autora ya denunciara en una novela bastante anterior, Muerte y Juicio, de la serie.

La prosa siempre elegante, como Donna, como Venecia, resalta el placer de la lectura y propicia que el lector disfrute desde la primera página. Los casos criminales del inspector Brunetti permiten conocer esa Venecia que, despojada de la máscara del carnaval perpetuo al que parece asociarse, solo resulta accesible a sus habitantes.

En esta ocasión además se permite una interesante disputa nacionalista con un dueto napolitano que confunde notablemente a un veneciano. Una agradable nota de humor del que nunca, afortunadamente, es exenta la autora.

Poco que añadir a la obra de esta autora consagrada, quien se diera a conocer, pronto hará 30 años, con su primera obra Muerte en La Fenice. Una carrera literaria que empezó como una broma y que se ha vuelto muy seria.

Este verano dense un paseo por Venecia, aunque sea con la imaginación, y léanla. Esclavos del deseo, una novela negra que se puede acompañar con qualquier vino italiano, aunque no coincida con los gustos de Brunetti.

Donna Leon es de las autoras de novela negra y policiaca que come en el comedor principal y siempre es un placer poder sentarse a su mesa a través de sus novelas. Y estamos de suerte ya la número 31 de esta serie está al caer.

domingo, 18 de julio de 2021

Las sombras del sótano de Tania Santana Ventura

Se suele escuchar que el cielo está arriba y que el infierno está bajo tierra; tal vez por eso los sótanos suscitan temor. Son el escenario ideal donde realizar actos deleznables u ocultar secretos inconfesables.

Lo sorprendente es que una hermosa y apacible casa puede contener un ominoso sótano; de igual modo que una persona omnívora puede llevar el calificativo al extremo e incluir carne humana en su dieta. Por fuera nadie lo diría. Por dentro muchos esconden un sótano.

En Inglaterra y en tiempo presente, los Baker, Robert y Gillian, matrimonio, y sus hijos Eliza y Luke se dirigen hasta Castle Combe, uno de esos pueblos que parecen salidos de un cuento, para pasar las vacaciones de Navidad.

Los adultos pretenden una ansiada desconexión de las rutinas que mejore su deteriorada relación mientras que sus hijos, desplazados a regañadientes, se entretienen observando pájaros, Eliza, y jugando, Luke, hasta que unos sucesos luctuosos van a voltear la vida del pueblo y la de los recién llegados, generando un desasosiego que parece no tener fin.

La novela parte de lo cotidiano, lo familiar, lo conocido, para ir elevando el tono y pasar de la luz a la oscuridad hasta conseguir un clímax final sorprendente, inesperado y más ominoso si cabe que todo lo narrado con anterioridad.

La autora, Tania Santana Ventura, conocedora de que el verdadero terror no se viste de monstruo sino que pasa desapercibido, desarrolla, en esta novela negra, unos personajes que cuando acaba el relato no son, no pueden ser, los mismos que empezaron.

Para ello trabaja a fondo su aspecto psicológico de modo que nos permita conocer que uno no es como nace sino como se hace. El avance en la trama va mostrando como son en realidad y no como aparentan ser y lo consigue empleando dos voces, en primera persona, una narrativa y la otra epistolar, para que alternativamente tomen el control del relato.

Emplear la voz de Eliza como narradora permite un tono de lenguaje juvenil y coloquial, muy creíble, sin complejidades lingüísticas ni frases rebuscadas lo que se traduce en una lectura ligera pasa páginas.

El ritmo está acompasado para avanzar presentando hechos sin dar pistas de lo que está por venir, lo que permite gozar de la incertidumbre que debe ofrecer toda novela de suspense que se precie.

Tania Santana está iniciando un camino que tiene mucho recorrido y amplio horizonte.

Pongan un sótano en su vida si quieren vivir sus inclinaciones noir en plenitud; y mientras no lo tengan lean esta novela que les acercará a vivir esa sensación. Y si cenan filete, que sea poco hecho, pasado sería un crimen.

domingo, 11 de julio de 2021

Miradas de humo: la detective, de Pilar González Álvarez

Julia Soler es una detective privada que logra ser aceptada como colaboradora de la policía para investigar la muerte de una querida amiga, una pintora con proyección.

Su cuerpo ha sido hallado en la zona ajardinada del Museo del Prado en un estado lamentable. Si todo lo que muestra fue realizado pre-mortem, el sufrimiento debió ser atroz. Una creación artística del tenebrismo para el Museo oportuno.

Diego Jiménez, el inspector encargado del caso, no ve con entusiasmo la participación de alguien de fuera, pero debe acatar órdenes aunque no pueda evitar mostrar a cada momento su disconformidad.

Sin dar tiempo a respiro, sin casi organizar las pesquisas, la aparición de un segundo cadáver sume a los investigadores en el desconcierto y marca el inicio de una carrera contrarreloj por si hubiere otros.

El resultado es un thriller noir que bebe de obras de arte y elementos históricos, para forjar una conspiración criminal con sectas y órdenes religiosas en una trama en la que intercala elementos sobrenaturales que desconciertan a protagonistas y a lectores

Como toda obra primeriza de género, los diálogos suenan como una obra de teatro poco ensayada; y la investigación emboca sospechosamente a la primera lo que reduce desafortunadamente la complejidad de la trama, que agradecería giros inesperados y más tensión.

Nada que no se pueda conseguir y a Pilar González Álvarez, que ha osado salir de su zona de confort para adentrarse en el relato criminal, aún alejado de la esencia de la novela negra o policiaca y más cercano al de misterio, se le agradece su aportación al género.

La novela ha sido finalista del Premio Ateneo de Sevilla 2019

jueves, 1 de julio de 2021

La casa de las muñecas rotas de Fernando del Río

Hay un mundo que se rige por unas normas y leyes, no siempre justas no siempre acertadas; y hay otro que se rige por unos códigos y unos acuerdos, no siempre legales no siempre ortodoxos.

Maik Bauer sabe de eso. Tiene merecida fama por haber escrito desenmascarando corruptelas en el semanario alemán Das Fenster, con sede en Frankfut. El mismo que le ha encargado una entrevista con El Crecho, uno de los posibles capos de la droga gallegos, para incluirla en un reportaje sobre las redes europeas de tráfico de cocaína.

Colombia y las Rías Baixas se conexionan vía barco por esa inmensa autopista marítima que es el Océano Atlántico.

En el mundo del narcotráfico nunca hay que dejar ningún cabo suelto y hay que hacer apuestas a lo grande para obtener grandes resultados. Nadie a quien le tiemble la mano para contar billetes, para firmar contratos, para disparar un arma, para golpear un cuerpo, para machacar un rostro, para someter a una mujer, puede obtener respeto. Y sin respeto no hay poder y sin poder no hay influencia y viceversa.

Maik Bauer, periodista desencantado, vuelve a una Galicia que le trae recuerdos y espera volver a encontrarse con rostros sorprendidos de personas queridas y de viejos conocidos. No se imagina que el sorprendido va a ser él y que su cara de sorpresa va a llevarse el primer premio.

Su primo Iago se ha suicidado pocos días antes. Su recuerdo de Iban sumado a lo que la madre de este le cuenta, le hace suponer que todo ha sido una puesta en escena. Y su olfato de periodista de investigación, ayudado en el terreno por un detective privado y un viejo amigo, va a llevarlo por un camino donde el horror y el terror se confunden.

Como periodista de casta se formula tres preguntas: ¿quién mató a Iago? ¿por qué? y ¿quién lo vendió?

Maik sabe cómo funciona el mundo pero está oxidado respecto a como se vive en pueblos pequeños que parecen olvidados por todos menos por los que si deberían olvidarlos: los contrabandistas.

En esos lugares recónditos, delincuentes de grandes vuelos y otros de poco pelo comparten geografía y se reparten, nunca equitativamente, riqueza y poder en cargos públicos de la administración y de las fuerzas del orden.

Todos miran para el otro lado mientras están atentos a este y hacen suyo aquello de que tu mano izquierda no sepa lo que hace tu derecha. Y a la sombra de un delito mayor como el narcotráfico se cometen otros de tapadillo, como la corrupción urbanística o la desaparición de chicas jóvenes que pueden haber caído en brazos de Morfeo y no parece que sea para dormir. La vida lleva de pareja de baile a la muerte.

Fernando del Río se embarca en una historia donde no queda ningún cabo suelto, como tiene que ser al abordar el mundo del narcotráfico, y enfoca luz en su sombra para extraer de la oscuridad otros delitos execrables.

La casa de las muñecas rotas es una novela negra demudada ante el resultado de su propia génesis, sorprendida ante las turbulencias que se alzan a lo largo de su relato.

Un relato pausado dando tiempo a que las semillas germinen y saquen cabeza para mostrar que las flores poco tienen que hacer cuando están rodeadas de espinas.

Una prosa medida para que la idiosincrasia galega se entienda desde fuera, unas localizaciones precisas para un viaje que ofrece el final más adecuado y sorprende con un giro inesperado.

Diálogos bien resueltos, creíbles, con sus silencios que también se escuchan y personajes complejos, con ese punto autóctono de indefinición tópica de que cuando se ve a alguien en medio de la escalera, no se sabe si sube o baja.

Una lectura que no se anda por las ramas ni con la violencia ni con la denuncia. Deberían leerla.

domingo, 27 de junio de 2021

La página 428 de Javier Muñoz Villén

En el principio no había nada, solo el cadáver.

Como si del génesis se tratara, el inicio de esta novela negra es de los que marcan territorio. El cadáver da pie a la presentación de los personajes y del pueblo Black Lake City, un olvidado rincón del medio oeste americano solo remarcable por la proximidad de un lago, Pike Lake, que lo significa como lugar de vacaciones.

Pero hay otro principio, el que pone a la psicóloga del Departamento de Policía, Katherine Nowak, sobre una pista que se remonta a un episodio familiar de su pasado y que puede alterar significativamente su presente.

Y hay otro principio, el que narra los pasos de un escritor en horas bajas de inspiración y que recurre a métodos poco ortodoxos para superarlas.

Y de hecho aún hay dos subtramas más, en forma de libro y de cartas, que es mejor descubrir según proceda.

Los relatos mezclan tiempos pasados y presente por aquello de que son los mejores aliados en el momento de contar una historia. Pronto se darán cuenta que se hallan frente a una estructura narrativa para nada lineal ni ajustada a patrón alguno. Un planteamiento complejo del que no se sabe cómo será su representación gráfica ni su figura final.

Tres relatos alternos que corresponden a tres periodos de tiempo distintos y distantes que, con desequilibrio en el peso dentro del conjunto, cuentan tres historias con inevitable entrelazado.

Cuando se entrelazan tres hilos, subtramas o historias, a la vez, o se consigue una resultona trenza o un nudo enmarañado. Aunque, claro está, al principio solo había un cadáver y nadie sabe si el autor buscaba la trenza o el nudo.

Javier Muñoz Villén ha escrito varias novelas, haciendo acopio de tópicos del género, sin reparo en rememorar las entrevistas de la inexperta estudiante Clarice con el Dr. Lecter, y las ha juntado para hacer una sola, esta.

La página 428, a caballo entre el thriller noir y la novela negra, se pasa el tiempo buscándose a sí mismo y hay que esperar hasta el final para ver si lo logra.

La suma de relatos y su interacción se reproduce en una redacción que parece no haberse beneficiado de una revisión final que ajuste el tono y unifique criterios. Lo que lleva a recordar que hay novelas objetivas, novelas subjetivas y novelas adjetivas. Estas últimas son las que hacen uso y abuso de los adjetivos y son de muy mal leer.