Una lectura que sigue doliendo una vez finalizada. |
La maldad habita en cualquiera pero suele escoger para anidar
el huésped más adecuado a sus intereses. Aquel que le permita desplegar toda su
gama de atrocidades y es que, una vez manifiesta, la maldad se viene arriba y su
creatividad es ilimitada.
Cuando el mal echa raíces en alguien ya no se va. Es como
La mala hierba, esa que surge
salvaje haciéndose sitio de forma nociva entre el resto de plantas a pesar de su inocuo aspecto. La mala hierba es la que sobrevive
cuando otras caen.
Jacobo, Irene y Miriam, hija adolescente del matrimonio,
son víctimas de la crisis; deben abandonar su cómoda vida urbana y deshacerse
de su casa y de su Mercedes y emprender, sin alternativa y sin dinero, una
nueva etapa en un cortijo desvencijado que Irene heredó de sus padres, a medias
con su hermano Antonio, en Portocarrero.
En Portocarrero: puerta del desierto de Almería; donde el calor y la
calima no dejan refrescar las ideas y sus habitantes tienden a la cerrajón de
mentes y a defender con uñas y dientes lo que tienen y lo que consiguen
conservar pese los envites del clima mientras se llevan bien de puertas afuera;
de puertas adentro es otro cantar.
Jacobo, Irene y Miriam viajan al pasado de Irene. De la
ciudad al campo. De una vida con futuro y vistas a calles repletas de gente,
vehículos, tiendas y edificios a una vida sin futuro y vistas a un paisaje resquebrajado,
reseco, árido y vacío. Desierto de Almería.
Un tremendo choque vivencial que
tiene sus repercusiones y del que nadie, ni lugareños ni forasteros sale indemne.
Una noche, en el cortijo, Irene es asesinada a tiros y
Jacobo, malherido, sobrevive al ser dado por muerto. La violencia descarnada
azuza la tranquilidad de la colmena y agrieta lo suficiente los caracteres como
para que salgan al exterior sentimientos reprimidos y las abejas pican a quienes las molestan.
La lluvia en el desierto de Almería crea surcos en la tierra |
En Portocarrero llueve poco pero cuando lo hace se desea
que pare. Las tormentas llegan de repente igual como se van pero mientras el
cielo se vacía la lluvia golpea con la rabia de un boxeador golpeando el saco
de entrenamiento.
El agua caída recorre el suelo y crea surcos en la tierra
arenisca y yerma como la frustración, los celos y la humillación crean cicatrices en las personas. Surcos y
cicatrices que nunca desaparecen, si acaso ahondan.
Agustín Martínez recoge una historia de sentimientos y la
descarga como inclemente lluvia en Portocarrero porqué es el tipo de lugar donde
la calma es solo apariencia.
La trama corre por esas cicatrices y las
hace palpitar hasta que los sentimientos que las originaron toman las riendas del comportamiento desplazando la
razón y la lógica. Cualquier cosa que guíe los actos suplantando el
entendimiento conlleva al ser humano a cometer desbarajustes y algunos de daño
irreparable.
Y Agustín Martínez sabe mostrar esas debilidades y darles
voz propia. Ellas son las que hablan en la novela. Un inquietante thriller
capaz de mantener el corazón en un puño durante toda la lectura.Lectura que sigue doliendo una vez terminada.
Ya en Monteperdido,
su anterior novela (léan aquí la reseña) Agustín Martínez mostraba esa habilidad por crear climas
humanos tóxicos que resulta abono inmejorable para desarrollar angustiosos thrillers
de ambientación rural.
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