En algún momento la vida puede sorprender ofreciendo oportunidades cuando ya no se esperan. Y esos trenes hay que cogerlos sí o sí; aun sin saber cuánto durará el viaje ni cuál es el destino. Solo una cosa se sabe a ciencia cierta y es que coger ese tren es lo que más se desea en este mundo y si no que le pregunten a Salvo Montalbano inmerso en un caso decisivo para su carrera y su vida.
Hay casos de asesinato que se
visten de tragedia y otros de comicidad. Así sucede que una aventura amorosa
clandestina pueda acabar con el descubrimiento de un cadáver. Un cadáver móvil
para más inri.
Salvo Montalbano se enfrenta
al teatro de la vida y de la muerte, en un caso que tiene mucho de
representación de farándula.
Carmelo Catalanotti, un exigente
director de teatro aficionado y atípico guionista con un particular método, su
método, El método Catalanotti, para seleccionar y estimular actrices,
ha sido encontrado muerto en su cama, por su asistenta. El cuerpo está
completamente vestido, con un abrecartas clavado en el pecho y una actitud no
solo beatifica sino de plena satisfacción en el rostro.
Rápidamente la comisaría de
Vigàta, con sus, sobradamente conocidos, efectivos, protagonistas habituales en
la serie de novelas de Andrea Camilleri con Montalbano a la cabeza, empieza las
pesquisas para esclarecer lo que más parece una puesta en escena teatral que la
escena de un crimen.
Y va a haber sorpresas. Y no
solo en el caso, que, bueno, en realidad son tres los casos a investigar, sino
también en el equipo por la temporal colaboración de Antonia Nicoletti, jefa de
la científica, que sin querer queriendo, va a tener un papel trascendental.
Por lo demás estamos ante una
nueva novela con la impronta característica que Andrea Camilleri ha insuflado
en Salvo Montalbano. Una forma de escribir que narra obviando descripciones y
que, despreciando circunloquios, busca la línea recta por aquello que es el
camino más corto entre dos puntos. Siendo el primero el cadáver, la línea, la
investigación, y el segundo punto la identificación del culpable.
En medio: los enredos
lingüísticos de Catarella, la eficacia de Fazio, los aportes desconcertantes de
Mimì, la ironía del dottor Pasquano y
la peculiar relación amorosa con Livia, todo acompañado de café, mucho café, apetitosos
platos de comida, interesantes vinos y el color y olor del mar.
Entrega número 31 y
antepenúltima de esta serie que por su evolución y su final dejan entrever que Camilleri
tenía muy claro hacia dónde dirigirla y como cerrarla.
Una lectura que resulta tan agradecida
por saber cómo evolucionarán los protagonistas como por su contenido, aunque
este, como carta de restaurante habitual, ofrece pocas sorpresas a nivel policial
y sigue gustando por el reencuentro con los sabores y olores de los guisos de Adelina
y de la trattoria de Enzo.
Llevamos tanto tiempo al lado
de Salvo que no hay que dejarle solo, ahora que se enfrenta a sus sentimientos. Acompáñenlo
en esta lectura. Van a disfrutarla. Seguro.
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