El resto de vecinos del bloque
donde vive Rikke son buena gente con los que tomar café y charlar de vez en
cuando. Una pequeña comunidad en armonía en la que todos creen conocerse.
La armonía se tambalea cuando
de repente uno de los inquilinos aparece asesinado en su casa y las sospechas
recaen en el resto de vecinos. Surgen las suspicacias y se retrotraen los
caracteres.
Ingvild Fredly, antigua
conocida de una época lejana de Rikke, se encarga de la investigación y aunque
un caso anterior la aparta temporalmente, en beneficio de su compañero Gunnar
Gundersen, mantiene el contacto con Rikke a quien ayuda a superar la situación
y le aconseja en sus decisiones.
Helene Flood enfrenta a la protagonista al dilema de identificar si su estado emocional deriva de sentimientos de culpa o de vergüenza y le da un par de centenares de páginas para que se aclare, justo poco antes de resolver el caso policial que parece haber sido la excusa para poner a Rikke en tan dramática tesitura como verdadera razón de ser de la novela.
Una interiorización
psicológica de largo recorrido y poca trascendencia. Un estudio de laboratorio,
de la dinámica de comportamiento de grupo, cuando una tragedia sacude a una
pequeña muestra de especímenes sometidos a presión. Un experimento, extraído de Wilhem Reich i que tuvo su auge a principios de
los ’70, transportado a nuestros días.
La comunidad es
un domestic noir nórdico y responde al patrón: relato en primera persona, protagonista
femenina con protagonismo absoluto, diálogos interiores y pensamientos
verbalizados, preocupaciones por temas cotidianos, ritmo narrativo lento,
pausado. Sin sorpresas, sin giros, prácticamente sin emoción ni suspense.
Se promociona como thriller y
ni por asomo, y también como novela negra y ni las tapas aunque predomine ese
color. Si es, en cambio, un domestic noir que bucea en las intimidades ocultas para
satisfacción de las amantes de este subgénero que está en alza.
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