La famosía, palabra que me acabo de inventar para identificar a las personas que suponen un colectivo exclusivo para quienes la fama acompaña como un bien y una maldición, suele despertar filias y fobias. Suele tener de palmeros a fans irredentos, pero también suele interesar a seres envidiosos, rencorosos y alimentar deseos de venganza.
Es lo que tiene estar en
el punto de mira, que nunca se sabe si es del disparador de una cámara
fotográfica, aunque sea en un móvil, o de un rifle con bala en la recamara.
Hay personas muy, muy, famosas que son humildes, seguro que las hay, aunque cueste encontrarlas, pero hay más con un ego que supura formando una aureola de superioridad que tiene, si
es que la tiene, la condescendencia en sus relaciones como la versión más
dulce. La más agria ya ni se la cuento.
Antoñito sabe que quiere
ser de mayor y su abuelo don Manuel lo ayuda para conseguir su sueño, y ya
convertido en Bécquer el sueño se ha materializado en una proyección de su
persona urbi et orbe, traducido en una enorme fortuna material y un déficit espiritual
como sinónimo de familia con todo el cariño que conlleva, amistades sinceras y
amor cómplice.
Bécquer es el cómico que
hace reír a todo el mundo, es un seductor, es un truhán y es un señor. Es
ególatra y desapegado. Es el sueño húmedo de mujeres jóvenes y maduras. Es el deseo de
toda agencia de representación artística.
Llena teatros y salas de
espectáculos. Todo el mundo lo encuentra encantador. Todo el mundo menos
alguien que ha decidido que ese mundo que lo adora, estará mejor sin él y se ha
propuesto matarlo.
Y empieza el espectáculo.
Ante la evidencia la
intervención policial es inevitable y Elena Izaguirre, alguien que de jovencita
le idolatraba pero que ahora no lo reconocería ni muerta, es la encargada de la
investigación.
Y Bécquer es mucho
Bécquer. Y Elena es muy Elena. Choque de personalidades a la vista; la de quien
está acostumbrado a tenerlo todo con solo chasquear los dedos y la que está
acostumbrada a luchar con todo y contra todo para hacerse valer y respetar por
su condición profesional.
Del odio al amor solo hay
un paso y la ternura puede doblegar a quien se preste a comprender, si dedica
el tiempo necesario para ello.
Miguel Lago, a quien hemos visto en programas de televisión, se estrena con esta novela amable, que, para quienes hayan seguido la serie de televisión Castle, guarda mucha relación en su concepto general y en comportamiento de los personajes. El famoso y la inspectora, una inspectora que por cierto se llama Beckett, lo que acentúa el parecido ¿casualidad?
La novela es de corte
rápido y estimulante en su vertiente social y es que el modo de vida que otorga
el dinero, mucho, mucho dinero, es algo que a todos nos gustaría probar alguna
vez.
El caso policial es de sesgo enigmático, aunque la escasez de protagonistas revele
casi de inmediato la solución.
Pero en cualquier caso la
lectura es entretenida, salpicada de humor y comportamientos infantiles de
Bécquer que tira de contactos y saca rédito a su fama, de nuevo recuerda a
Castle, y con una intriga que no solo se mantiene hasta el final sino más allá.
Cuando la lean sabrán a
que me refiero.
0 comments:
Publicar un comentario