Fiona Fi
Griffiths es una joven detective perteneciente a la Comisaría de Policía del
Sur de Gales que participa en su primer caso criminal, un caso que involucra
toda la comisaría de Cardiff al tratarse de un posible doble asesinato en las
personas de una madre, aún joven, y de su hija de solo seis
años de edad.
Fi anda un poco a su aire, lo que le supone
broncas de sus superiores y alejamiento de sus compañeros. Su carácter
reservado resulta casi antisocial y el no beber alcohol ni café tampoco
predisponen a facilitar conversaciones ni dentro ni fuera de la comisaría, por
lo que es la rara.
En todas partes
hay alguien así y para ella no supone ningún problema representar este papel,
mientras con ello pueda actuar según sus impulsos y seguir su ritmo.
Un particular ritmo
que viene condicionado por una enfermedad manifestada en su adolescencia que le
arrebató dos años de su vida y que explica las razónes de ser como es y de sentir como siente.
De haberse
convertido en alguien que no comprende porqué en determinados momentos sale
agua de los ojos de las personas y no desconocer si eso duele.
De ser alguien
que necesita saber siempre la verdad y terminar lo que empieza. Y que conoce a los débiles y a los que sufren más que a su propia persona. Y que puede sentir y padecer como ellos.
Las muertes de Janet
Mancini y la pequeña April que se presentan con un atractivo misterio añadido
al descubrir una tarjeta de crédito junto a los cuerpos de alguien fallecido
tiempo atrás en un accidente de aviación en alta mar. Y este inicio genera unas
expectativas que pronto se diluyen en un caso que toma la vía convencional como
camino para el despliegue de la trama.
Hablando con los muertos presenta un caso que empieza con dos cadáveres y
que tiene detrás ramificaciones delictivas muy execrables. El desarrollo de la
investigación va delatando las actuaciones criminales y permite el encaje de
piezas en una mente privilegiada para estos asuntos como es la de Fiona.
La novela tiende
a centrarse en la complejidad psicológica de Fi, personaje sobre la que
pivota, y sobre el modo que tiene de implicarse emocionalmente en la
investigación que a menudo queda en segundo plano al destacar cada unas de las
reacciones que experimenta la protagonista en cada una de las situaciones que
se le presentan, tanto en la manera de abordarlas como de vivirlas.
De esas novelas
que las fajas promocionan como novela negra psicológica.
El porqué del
enfoque acaba entendiéndose en las últimas páginas de la novela cuando el
comportamiento de la joven detective se hace comprensible al darnos a conocer
cual fue la enfermedad padecida y como eso trastornó su crecimiento mental.
También
se facilita información sobre su infancia lo que también ofrece algunas claves
para entender otros aspectos que la inquietan de forma permanente.
El desarrollo de
la trama policial luciría más, pese a ser pulcramente ortodoxa en su
justificación y despliegue, de no quedar eclipsada por las proyecciones de la
protagonista que si resulta en exceso heterodoxa.
Al terminar de
leer queda la sensación de que podría haber sido mejor, y que el título engaña,
y que de haber continuidad en la serie hay que trabajar la integración de la
trama exterior y las vivencias interiores de la protagonista. Ambos aspectos
son muy potentes pero no se han beneficiado de su asociación.
Harry Bingham tenía un buen material de partida con esa
enfermedad, ese síndrome, ese delirio de la negación, prácticamente desconocido
y de trascendencia aterradora, y podría haberle sacado mucho más rendimiento
creando una trama más compleja y turbadora, pero por algún motivo se le ha
encogido el brazo.
Tal vez ahora, ya sin los nervios de la primera novela,
consiga soltarse y ofrecer mayor riqueza en matices.