La peor situación para un chef |
Por suerte para los chef
no es habitual toparse con un cadáver
entre plato y plato ya que el plato no servido va adquiriendo frialdad al
tiempo que rigidez, vamos ni más ni menos que lo que sucede con un cadáver. Y ya no se sabe que hacer con él. Con el plato quiero decir.
Al chef Xavier Kieffer le
acaba de suceder. Atiende en su restaurante Les Deux Églises a quien se
comporta como un crítico gastronómico, si su entrenado olfato no lo engaña.
Y todo el esmero en la
elaboración de los platos y la exquisita atención empleada en el servicio, con
el fin de causar buena impresión, queda en nada ya que el cliente muere sin
darle tiempo a escribir su crítica si es que ésta era su finalidad al recalar
en este pequeño y prácticamente desconocido restaurante en el corazón de
Luxemburgo.
Y a Xavier le entra la
curiosidad por saber quien era este cliente, que le llevó a su restaurante y si
su muerte ha sido natural o ha habido algún elemento activador (que espera y
desea no estuviera en su comida).
Y aunque su experiencia
como investigador se limite al de los ingredientes y formas de cocción y
maridaje en su cocina, el asunto lo atrapa de tal manera que lo aleja de su
zona de confort para meterlo de lleno en un torbellino detectivesco en el que
literalmente se juega la vida.
Una vista de donde vive Xavier Kieffer en Luxemburgo |
En la novela van
apareciendo, a medida que el argumento lo requiere, nuevos y curiosos
personajes como si estuviéramos ante un menú degustación del que se van
sirviendo sucesivos platos, cada uno distinto del anterior. Buscando sorprender
con cada nuevo giro en la trama como un menú lo pretende con cada nuevo plato.
Un guión que ofrece
satisfacción a las distintas tipologías de lectores que se le acerquen; así
quienes busquen una novela policiaca, encontraran ese sabor, aunque algo
diluido; quienes acudan a la llamada del thriller notarán también esa textura,
aunque algo blanda; los foodies encontrarán recetas y orientaciones
satisfactorias, que también hallarían en un libro de cocina; los fans de las
guías culinarias olerán por encima con que intereses y criterios se elaboran las recomendaciones; los teleadictos
a los programas con cocinero mediático se hallarán en su salsa y por último
los ecologistas y los naturistas se relamerán de gusto con el ligero sabor
picante de la denuncia explicita sobre el uso y abuso de aditivos y
complementos alimentarios y sus consecuencias sobre la salud.
Ya ven un menú para todos
los gustos. Y eso es lo bueno de la novela. Y eso es lo malo de la misma: esa
mezcla de comida tipo rancho que cubre el aspecto nutricional pero poca o ninguna
pretensión hedonista complace.
Tom Hillenbrand, cocinero escritor |
Tom Hillenbrand ha escrito un libro y le ha salido un potaje con mucho caldo y pocos
tropezones. Y eso para un cocinero como él es imperdonable. Aún y así los que se van degustando tienen sabor y calidad
suficiente como para desear que hubiera más.
Bajo la etiqueta de
thriller gastronómico hay una tibia crítica a los intereses de las grandes
corporaciones de alimentación y despierta el interés como consumidor para que
comprendamos que para satisfacer la demanda, excesiva para la producción actual,
se recurren a sucedáneos químicos sin pudor. Todo sea por el dinero.
El mensaje es claro: hay que
estar al tanto con el etiquetaje de los productos que compramos. Igual que hay
que comprobar que el etiquetaje de las editoriales para con sus productos sea
también el adecuado, no sea que pensando que compramos una novela policial nos
encontremos con un caldo de verduras deconstruido.