Un cadáver exquisito a la inglesa. |
¿Qué pasaría si las mentes más creativas de la edad de oro
de la literatura policiaca, miembros de The Detection Club, escribieran una novela conjuntamente?
El resultado se conoce como El almirante flotante. Una
novela escrita a 28 manos, donde cada cabeza pensante pone toda su inventiva
para mantener la coherencia en la línea argumental y a la vez destacar sus
habilidades para lucir con brillo propio.
El hecho de que nadie, solo quien lo concluya, sepa el
final le da un plus de interés ya que la escritura de cada capítulo no está
encaminada linealmente hacia un fin sino que abre expectativas a cualquier
sorpresa.
Así estableciendo unas pautas convenidas por todos, que eviten
que este cadáver exquisito tenga vida
propia, se escribe esta novela que recoge la muerte del almirante Penistone,
cuyo cuerpo es hallado en una barca a la deriva en el río Whyn, y la
investigación que debe resolver el misterio.
Como toda novela coral los capítulos son dispares aunque no en
exceso, pero los estilos particulares de redacción y el tono otorgado a los
diálogos transfieren el carácter de
quien escribe y se nota a autores más cómodos que a otros.
G. K. Chesterton inicia el caso con un prólogo muy esclarecedor
de lo que va a suceder, y le siguen Victor L. Whitechurch, G. D. H Cole y su
esposa M. I. Cole, Henry Wade, Agatha Christie, John Rhode, Milward Kennedy,
Dorothy L. Sayers, Ronald A. Knox, Freeman Wills Crofts, Edgar Jepson, Clemence
Dane y lo finaliza Anthony Berkeley.
Los miembros del Detection Club en uno de sus encuentros |
El resultado, a pesar de su heterogeneidad, ni es tan
apabullante como se esperaría de tanta ciencia infusa junta ni es insustancial
como se deduciría de lo que, a priori, parece un juego. Una variante inglesa del método del cadáver exquisito.
El conjunto resulta muy digno y supone una obra muy ingeniosa
que no solo entretiene, y mucho, sino que es ejemplo de estereotipo de la novela policíaca clásica.
Un experimento curioso y que merece prestarle un ratito de
atención ni que solo sea por reconocimiento histórico a quienes hicieron tanto
por el género.
Ol’ Man River por Paul Robeson o Swing low, sweet chariot