jueves, 29 de abril de 2021

Soledad de Carlos Bassas del Rey

Soledad es una novela negra que es un combate de boxeo. En el ring dos contendientes: Soledad y Romero. La madre de la nena muerta y el policía encargado de esclarecer la muerte. No luchan entre sí sino consigo. Yo, mí, me conmigo, tu, te, ti contigo, el, ella, se, si, consigo.

Dan golpes al aire, a su pasado, para alejar fantasmas y sombras que les han maltratado sin concesión. Golpean alejando este presente que no han buscado ni deseado y que les devuelve los golpes con saña. Golpean para parar golpes, no golpean para ganar, golpean para defenderse.

Soledad lucha para no desfallecer; para no acabar hundida sin salida. La nena, fruto maldito de su vientre, le ha dado sinsabores, como la vida, pero sabe que vivió por ella y que sin ella muere.

Romero lucha para no desfallecer. El trabajo, maldito usurpador de la familia le ha mostrado el abismo y el infierno, pero sabe que eso es lo que lo mantiene y que si lo pierde no le queda nada.

Abigail, la nena, 14 años, piel blanca y belleza sin artificio, futuro de colores por descubrir, ha sido hallada muerta. Abuela y padre se quedan sin pasaporte hacia una nueva vida y madre se queda sin vida a pesar de poder disponer ahora del visado de salida de una casa que nunca fue un hogar.

La vida de Soledad, su marido y su suegra la encarnan, es sinónimo de violencia, desprecio y servilismo extremo. Y ahora sin la nena va a ir a peor, si es que hay algo peor que perder una hija. La hija. La nena.

En ese punto ya solo importa volcar toda la rabia, todo el dolor, toda la impotencia en una venganza hacia el culpable. Ya solo importa poner cara. Ya solo importa saber quién ha sido; quién ha cortado el tallo de esa flor en el momento en que empezaba a abrirse; quién puede ser tan ominoso como para haber cortado el hilo de plata que separa la vida de la muerte.

Soledad necesita saber. Romero necesita saber. La lectora, el lector necesitan saber. Para tener un rostro a quien odiar, un rostro a quien escupir y golpear, para liberar esa tensión ponzoñosa e insostenible.

Soledad es el nombre de la madre de la nena muerta. Soledad es el vacío que queda cuando no queda nadie. Soledad es una novela pero también una radiografía que expone lo que los ojos no ven pero el corazón presiente y la mente intuye.

Carlos Bassas es un cirujano en el empleo del lenguaje, salvando lo preciso y cortando lo sobrante. Adecuándolo a la edad de los protagonistas y al contexto social de donde proceden o por donde se mueven.

Emplea su dominio del diccionario como arma con la que disparar las palabras justas y con la suficiente puntería como para colocarlas en el lugar preciso para infringir dolor: el mínimo para no dañar de forma irreversible anticipadamente y el máximo para que duela como mil demonios. Como una maldición gitana. Siempre es una gozada leer a este escritor.

Soledad es una novela negra sin etiqueta, pero devastadora como la más negra de las novelas negras. Una lectura que supone que en algún momento haya que tragar cristales, pero, masoquistas irredentos, nadie puede dejar de leer. Aunque deje marca.

Una marca que puede parecer tan inexistente y leve como el corte del filo de una hoja de papel pero el dolor, lo notaran, persiste durante mucho rato. Si no leen esta novela es que no se la merecen.

Del mismo autor e igualmente recomendables y reseñadas en este blog, las novelas:

· Justo

· Cielos de plomo

 


lunes, 26 de abril de 2021

La gallera de Ramón Palomar

Si algo tienen las novelas negras, las de verdad, es que ficcionan la cruda realidad. No para hacerla más interesante o digerible sino para que sea creíble. Porque casi todo lo que se cuenta existe y la verdad está ahí fuera.

Y La gallera es una novela negra de esas. De las de verdad, las que cuentan hechos que entrelazan historias de perdedores, porque aunque creas ganar siempre sales perdiendo y puedes acabar como el gallo de Morón: sin plumas y cacareando.

Las peleas buscan lavar afrentas, imponerse sobre alguien, marcar territorio, demostrar orgullo y casta. Tanto da el tipo de bípedo que en ellas se meta: humano o gallo.

Perico, gallo. Si es que van de la mano para marcarse un baile en el que los protagonistas masculinos llevan el ritmo mientras ellas marcan el compás: Leonor, Sacra, África mujeres con roles inicialmente dubitativos y que van cogiendo protagonismo para revelarse como los caracteres verdaderamente racionales y fuertes de la trama.

Una novela que transcurre en la España peninsular, insular y enclave africano pero que respeta en todo momento su comportamiento subproletariado, ejemplarizado en personajes degradados que subsisten por sus trabajos deshonestos, su falta de conciencia social y su sumisión al poder sobre el que gravitan.

La gallera es una de esas novelas negras intensa que va cociendo las subtramas a fuego lento reduciendo los puntos de fuga y espera el momento justo para acoplar los ingredientes y ofrecer un concentrado sabroso y aromático. Con su punto de socarrona acidez, su incuestionable ternura, su despiadado sadismo y su casticismo caciquil.

Y está hecha con ingredientes sacados de todas partes y de ninguna, de horas de estudio e investigación de peleas de gallos, de los efectos efervescentes de sustancias euforizantes, de vidas de santos dedicados al narcotráfico, de evasiones ruidosas en recónditos ibicencos, de comportamientos ilustrados de incultura adinerada, de vivencias ciertas de chonis, de yonquis, de traficas, de maderos, de putas, de lejías y de moros y de veleros.

Y macerados con unas gotas, pocas, las justas, las suficientes, de Valle Inclán (Santiago Esquemas, Generoso Coraje, Sacramento Arrogante… se puede decir más alto pero no más claro) y flambeados con un chorro del Tarantino añejo, el de las grandes ocasiones: violencia impersonal, estética, abundante pero sin rebosar y sanguínea

Ramón Palomar escribe con frases cortas y dice lo que quiere decir pasando de lo que se quiera o no oír. Se regodea con las aliteraciones, anáforas, gradaciones, epífrasis y otorga, a veces, rango intelectual en diálogos por boca de sus personajes cuando son manifiestamente iletrados cuando no directamente incultos y semianalfabetos.

Una novela que sorprende y apasiona. Recomendarla es quedarse corto.

 

miércoles, 21 de abril de 2021

El Campamento por Blue Jeans

Es esta una reseña ambivalente de dificil realización de la que espero salir airoso. Sigan leyendo y entenderán.

El Campamento es un intento de actualizar la que quizá sea una de las mejores novelas policiacas de la historia. Acercarse a un clásico infunde respeto, tan solo intentar pensar en poder actualizarlo ya es una osadía pero aún y así hacerlo, a sabiendas de donde te metes, es de una inconsciencia supina o de una valentía admirable.

El Campamento recoge el espíritu y el armazón de Diez Negritos de Agatha Christie y se lanza a reinventar para alejarse lo más posible del reflejo del espejo pero al distanciarse solo consigue una imagen borrosa que sigue recordando el original y no logra asentarse como distinta.

Para el público más leído y mucho leído ¿para qué un sucedáneo teniendo el original? Para el público menos leído todo un descubrimiento que comentar y viralizar.

Estamos viviendo tiempos donde el cortoplacismo se ha instalado con, al parecer, intención de permanecer. La gente parece querer ir deprisa en todo, incluso en la lectura, y tal vez por eso la novela no dedique páginas suficientes para ir construyendo el ambiente propicio para desarrollar la trama y vaya al grano.

Generar tensión, claustrofobia, angustia es imprescindible para que, en el relato, los asesinatos no sean un mero medio para hacer avanzar la trama.

Blue Jeans escribe para un público, en general, con sus excepciones, más acostumbrado a los mensajes breves de las redes sociales, con preferencia por el uso y disfrute de la imagen y mayoritariamente solo interesado por lo que le resulta conocido a su cultura de grupo.

Así para el argumento escoge protagonistas cuyos roles no solo sean conocidos sino incluso identificables con lenguaje afín, e incide en la química de los sentimientos opuestos: amor y desamor, fidelidad y lealtad, honestidad y mentira, en ese contexto donde la ilusión virtual a veces se confunde con la evidencia de la realidad.

Intenta humanizar el lado menos conocido de la fama: los famosos también lloran y sufren; y no se corta en denunciar el todo vale para alcanzar un posicionamiento de influencer. Pero no consigue dotar a la trama de lo necesario para que sea una novela policiaca y no solo un cúmulo de situaciones o tensiones, aunque se quede solo a un tris de conseguirlo, en un gratamente intrincado y sobresaliente argumento, al que le escuece ese final de serie televisiva.

Desaprovecha la oportunidad de mostrar las tripas de ese mundo digital, lo que hubiera sido muy revelador, pero equivaldría a morder la mano que te da de comer. Por lo que solo se pasea por la delgada línea roja que supone el entrever y el mostrar abiertamente con la sensación de que hubiera podido dar más de si. Habrá que esperar a una nueva novela completamente original para conocer realmente sus posibilidades en este género donde se estrena.

Por tanto, un público ya ducho en novela policiaca no debería leerlo so pena de entrar en comparaciones en las que Blue Jeans saldrá siempre perdedor. Y sería un error. Como comparar nueces con melones.

Pero un público no lector de género, sin referencias que condicionen la lectura y de una juventud insultante debe leer esta novela sin dudarlo ni un instante y disfrutar de esa experiencia como si no hubiera un mañana.

Hace tiempo Bob Dylan decía que los tiempos están cambiando, y tan cierto es, como que los tiempos siguen cambiando. El Campamento de Blue Jeans es un exponente de esa transición que vive la novela policiaca que la generación Z está descubriendo. Son otros tiempos. Y otras necesidades, intereses y desvelos ocupan a esa juventud incomoda ante la falta de expectativas.

El Campamento de Blue Jeans tiene su oportunidad en ese target y el tiempo la consolidará u olvidará; de momento está consiguiendo que una generación poco dada a leer, lo haga. Y si es revisitando un gran clásico mejor que mejor, ya que quizás consiga no solo hacer viral su obra sino la de quien homenajea.

La gente que mayormente sigue y lee a Blue Jeans igual no ha oído hablar en su vida de Agatha Christie, o tal vez le suene de alguna película pero casi seguro que no se pondrá a leer sus novelas de igual modo que rechaza un filme en blanco y negro, de los de antes.

Si leen El Campamento, sin tener idea de sus antecedentes, lo más seguro es que disfruten y difundan su contenido y a partir de ahí el infinito y más allá.

La cultura siempre sale ganando.

 

jueves, 15 de abril de 2021

Solo vine para que ella me mate de Charlie Becerra

La burbuja familiar de los Ocampo se resquebrajó hace tiempo y el oxígeno se escapó por las rendijas impidiendo respirar a quienes quedaron dentro.

A Víctor Ocampo solo le queda hacer algo para recomponerla, algo que a simple vista se ve casi imposible: Manuel, su hijo mayor, en prisión; Alejandro Alex, el pequeño, se fue en busca de una vida de ensueño hacia la tierra prometida, esos Estados Unidos que con el abrazo del oso hacen como que te quieren pero como te descuides te ahogan, y que acabó varado en México sin dirección conocida; y su mujer, Amalia, ausente debido a una sordera que se va agravando y su mente, a juego, solo ansía el regreso de sus niños.

Manuel no quiere salir de su encierro y Alex parece resignado a que si bien México no es lo que esperaba tampoco le va tan mal. Su voz nacida para el canto le está sacando de apuros pero le está metiendo en otros.

Y él, que de escribir canciones de amor para corridos ha pasado a los narcocorridos por encargo, debería saber mejor que nadie que esas letras no son ficción y mejor quedarse en el papel de moderno rapsoda antes que implicarse emocional y sentimentalmente.

Víctor va a contentar a su mujer y seguir los pasos de su hijo Alex de Perú hasta México para regresarlo o convivir. Lo importante es volver a juntarse. Va a reseguir las huellas de la ruta de quienes emigran, de los sin papeles, de los soñadores, de los desperados.

Solo vine para que ella me mate es un magnífico título, tanto para un narcocorrido como para esta novela, que entremezcla pasiones, ilusiones y vivencias, con dolor, sufrimiento y amor. Y es que en la vida unas no se entienden sin las otras. Relata una historia de gentes que viviendo en el cono sur ansían encontrar su norte y a veces lo confunden con el geográfico.

Alex escribe el narcocorrido como si fuera un corrido, una canción de amor y no de muerte. Solo vine para que ella me mate es el pensamiento que surge de su mente desvariada, una declaración de intenciones pero no de deseos. Lo que a veces se piensa no se corresponde con lo que se siente.

Charlie Becerra ha escrito una novela negra de las que se conoce como narcoliteratura en la que va soltando capítulos que transcurren en momentos temporales distintos. Una historia en la que las biografías de las que la componen son de por si pequeños relatos a cual más desamparado. Una obra que remueve conciencias y entrañas.

Recorre calles desvencijadas, caminos polvorientos y fachadas de calles baleadas para mostrar la otra realidad de lo que canta la letra del narcocorrido: la del perdedor.

Una lectura que golpea el estómago como un tequila en ayunas. Que desgarra como mordisco de coyote. Que desespera incluso a quienes ya de por si son desperados. No dejen de leerla.

domingo, 11 de abril de 2021

Silenciadas de Karin Slaughter

Las voces silenciadas suelen ser las que gritan más fuerte. Una voz interior que implosiona sin que atisbe alteración facial ninguna. Son voces que solo se oyen en el cerebro.

Una nueva entrega protagonizada por Will Trent y su compañera Faith Mitchell de la GBI, Oficina de Investigación de Georgia, que en esta ocasión se dirigen a la prisión del condado a investigar un asesinato durante un motín. Y de lo que suponen una reyerta más entre presos, regresan con petróleo: un convicto les ofrece la oportunidad de reabrir un antiguo caso para encontrar el verdadero culpable.

Un caso que tiene que ver con el pasado de la forense Sara Linton, actual pareja de Will. Un caso que tal vez no se enfocó con la óptica correcta o se desenfocó a propósito. Un caso que por aquello de que el destino es juguetón y malintencionado podría tener relación con otro actual. Y si fuera así todo estuvo mal y el empeoramiento podía haberse evitado.

Silenciadas es un thriller de fuegos artificiales. Esa sensación de que a cada explosión y las luces ya se ha acabado y sin embargo un nuevo fiiiiiiuuuu rasga el aire, suena el trueno, el cielo se ilumina y vuelta a empezar.

Un thriller que va dejando información y pistas a cuentagotas para dar tiempo a degustar cada nuevo avance, cada descubrimiento. Para permitir oír el inexistente ruido que hacen las piezas de un puzle al encajar.

Narrado en dos tiempos, presente y pasado, va acercando los dos relatos para converger en ese punto de no retorno que se produce cuando todo se explica.

Karin Slaughter escribe con minucioso detalle. Da igual que sea en la descripción de una herramienta, una intervención forense, el atuendo de los protagonistas, el coche con el que se circula o el suelo donde se pisa.

No importa que sea una acción, un pensamiento o un deseo. Primero disecciona y luego lo describe, el efecto es de un realismo tan cercano que resulta demoledor.

Silenciadas puede echar para atrás viendo su grosor, tiene una extensión de 600 páginas, pero sería un error. Es lo menos que debe ofrecer un thriller que se precie de serlo.

El suspense y la intriga están presentes incluso en los párrafos donde no se necesitan y aunque el argumento no ofrezca originalidad, es la forma de redactar y la capacidad para desarrollar la trama lo que acaba convenciendo.

Karin es toda una especialista, como lo acreditan sus grandes éxitos internacionales, en este tipo de literatura donde agarrarse con los dedos al borde del acantilado solo retrasa la caída.