Quienes amamos la lectura solemos tener libros, muchos libros,
la casa atestada de libros. Libros por todas partes, incluso en los lugares más
insospechados puede aparecer alguno: dentro de la nevera de pie junto a las
cervezas; en el botellero entre un crianza y un reserva; en el zapatero a juego
con unas botas de cuando te dio por bailar country o incluso en la chimenea
alimentando un fuego. Los lanzados por la ventana no cuentan al estar fuera del
hogar.
No obstante, lo más habitual es que residan con otros
congéneres en muebles y estantes adecuados para su sujeción. En las casa bien
estantes (ojo que viene un juego de palabras) solían destinarse habitaciones con
paredes forradas de estanterías de madera con estantes (ahí está el juego de
palabras) para almacenarlos y eran llamadas bibliotecas.
La facilidad a morir asesinado en ellas, moda que se impuso
en los albores del siglo XX, ha ido declinando la voluntad de mantenerlas. Así
han sido substituidas por estanterías con estantes, como bien se desprende de
su nombre: si fuesen estanterías con cajones serían cajoneras, que aunque también
sirvan para guardar libros ya se sabe que son los escondites preferidos de
los gatos.
Lo habitual suele ser que los libros, estén donde estén, se
ordenen mínimamente cuando no máximamente, aunque estén desordenados.
Hay quien teniendo los libros desordenados sabe
perfectamente donde está cada uno. Hay quien teniéndolos ordenados duda cada
vez que va en busca de un ejemplar. Cada quien, cada cual, funciona a su manera.
Yo empecé hace muchos años a ordenarlos con un sistema que
ha ido variando con el tiempo, más que con el tiempo, que tanto da que haga sol
o esté nublado, ha sido con los años: a mayor edad más o menos manías.
Hay quien ordena por colores. Si la estantería es ancha y
alta, ver una gama cromática, que incluso podría componer un bello paisaje o un
bodegón, dependiendo de la creatividad y sentido artístico de quien la
instrumente, puede alegrar la vista pero la accesibilidad a un título resulta
poco práctica.
También hay quien lo hace por editoriales o colecciones,
los lomos iguales, en formación marcial, como soldados dispuestos para la
batalla. Un orden regio que, por ejemplo, no ayuda a recolectar todos los
títulos de una misma autoría.
Y está quien lo hace por tamaños, así se consiguen líneas
paralelas, encefalograma literario plano, al tiempo que se obtiene el máximo
aprovechamiento de las baldas y un desconcierto absoluto, como en los casos
anteriores, para localizar precisamente ese título.
Claro que me refería a tamaños de altura ya que si fuera
por grosor otro gallo cantaría. Aquí habría que medir cada ancho de lomo para
afinar en la selección. Ayuda saber que los diccionarios suelen ser los más
gruesos y los libros de poesía los más delgados.
Y están quienes lo intentan por géneros. Literarios, no de
autoría que también es una opción. Que si sociología, ciencias políticas,
psicología, teatro, poesía, literatura clásica, literatura contemporánea,
terror, ciencia ficción, fantasía, capa y espada, criminal con su
correspondiente discriminación por policiaca, espionaje, negra, thriller…, historia,
deportes, cocina… buf!; al final tampoco hay tantos de cada y acaban
conviviendo en alarmante concubinato las recetas de la abuela con los héroes de
Troya.
Hay quien opta por eslóganes, así todos los No deja indiferente a nadie van juntos,
igual que lo hacen los Nada es lo que
parece o los Una trepidante historia
que no podrás parar de leer o aquellos que contienen Secretos oscuros que salen a la luz.
Y también los que ordenan, para no hacer demasiado largo el
post, sus libros por orden alfabético. Ahí sí que hay unanimidad. O ¿tal vez
no? Si se elige por título hay que definir si obviando el artículo o
manteniéndolo; si se elige por autoría, decidir si por nombre o por apellido.
Eso sin contar si por autoría nacional o internacional. E incluso por idiomas
si son personas con don de lenguas.
Un orden en el universo literario que precisa de brújula,
cada cual la suya, hay quien incluso estudia una carrera, para orientarse y no
perderse en el intento de guardar una nueva adquisición o extraer una de las
antiguas.
Y lo peor es que no siempre el libro nuevo va a caber en el
lugar que debería y entonces es cuando se colocan en decúbito prono, cuando no
supino, donde quepan, en espera de una reorganización, para la que nunca hay
tiempo, y se convierten en células anarquistas que, ya se sabe, atentan contra el
orden establecido.
Las librerías domésticas son la prueba que nos mandan los
dioses para asegurarse que nuestra inclinación a la lectura es real, y no una
pose fingida para alardear ante visitas, y poder ganarnos un espacio en la balda del
cielo de la intelectualidad (a saber en que orden nos pondrán).
Actualmente yo ordeno mis libros por grandes géneros y ya en ellos, por
orden alfabético de apellido. Muy convencional; voy a lo práctico. Y ustedes
¿cómo ordenan sus libros?