domingo, 8 de noviembre de 2020

La noche de plata de Elia Barceló

La comisaria española Carola Rey Rojo se ha tomado un año de excedencia mientras decide si se acoge a la prejubilación o sigue todavía un tiempo más en el cuerpo. La resolución de un caso reciente le hace cuestionar su función como policía, como viuda, como madre y por tanto como persona.

Viaja a Viena, donde tuvo, veinte años atrás, la más terrible experiencia que pueda tener una madre, para clasificar y evaluar una cuantiosa biblioteca. Un encargo agradable y lo suficientemente absorbente e íntimo como para alejarse de la realidad criminal de las calles y poner en orden sus prioridades.

La protagonista encarna a todas aquellas personas que llegadas a cierta edad deben de reorientar sus vidas en esa encrucijada que supone finalizar la etapa laboral, readecuar la de madre y pensar si conviene una pareja estable o dejarse llevar.

La autora retrata ese momento de vida con toda la amplitud de un horizonte por explorar y con toda la ilusión que supone la capacidad de recorrerlo, a la que vez que permite comprender la soledad vivencial que supone ser policía: sin horarios, sin descansos regulares, sin comidas familiares, con los ojos llenos de horrores y la mente en permanente programa de centrifugado.

Para ello escoge a dos protagonistas de parecido perfil pero distinta proyección. Mientras que Wolf, un amigo también policía, se conforma con poco y agradece la comodidad de la rutina, Carola aún no ha colmado su tubo de ensayo experimental y mantiene intacta la ilusión de vivir experiencias que sigan sorprendiéndola.

La novela ofrece un contenido profuso y denso del que no sobra nada y se agradece todo. Hay varias tramas todas con largo recorrido y sus consecuentes subtramas que no se quedan atrás, con hechos reales, bien documentados, y contenido ficticio que ensamblan a la perfección.

Hay riqueza cultural: musical, literaria, pictórica y gastronómica. Hay hedonismo. Hay relaciones humanas de diversas tipologías: por interés (Eva y JuanMa), por amor (Julio y Sheila), por amistad (Carola y Wolf), por conveniencia (Flor y Carola) y por necesidad (Jacobo y Santos) y todas con giros e imprevisibles finales. Y hay investigaciones policiales en marcha.

Y es que etiquetar como novela negra esta obra literaria es reducirla a solo una parte de lo que contiene y transmite.

Aparte de la bien estructurada trama policial y ejemplar labor de investigación en un caso asociado a unos hechos criminales absolutamente execrables, verdadera lacra social, ejercidos, en el más perfecto anonimato, por depredadores adinerados y poderosos, la gran riqueza de la novela es Carola.

Elia Barceló elabora un personaje tan complejo como lo son las personas en la vida real. Carola es tan real como su autora, los lectores e incluso para quienes ignoran su existencia. Transmite todas las ilusiones de adolescente, recelos y sacrificios de madre, afectos y necesidades de mujer, capacidades y aptitudes de policía que conforman ese prisma de múltiples facetas, a veces contradictorias, otras complementarias que supone ser persona y estar y sentirse viva.

Y la enfrenta a sus temores, a sus miedos, a sus anhelos y a sus esperanzas. Ni más ni menos como hace cada mortal cada mañana al levantarse.

Y en paralelo la hace partícipe directa y a la vez indirecta de un caso policial que parece perseguir fantasmas. Elia Barceló escribe sobre ese crimen que es la trata de niñas y niños para deleite de las más insanas intenciones sexuales. La autora se ahorra las descripciones y trata el caso policial desde la perspectiva del tiempo lo que permite una lectura alejada del horror pero que deja el nivel de desagradable incomodidad a la imaginación de cada cual.

El poder y el dinero encierran sus secretos y delitos tras puertas con doble vuelta de llave pero mientras exista la llave existe la posibilidad de encontrarla y hacer justicia y Carola, empedernida bibliógrafa, madre amantísima y excelente policía lo sabe.

Una lectura interesante que complace y desespera a la vez y que no puedo dejar de recomendar encarecidamente.

jueves, 5 de noviembre de 2020

Librerías en tiempos del COVID

En los últimos años están desapareciendo librerías consideradas de referencia por su antigüedad, especialización, enraizamiento o tradición. Formaban parte del paisaje urbano y parecía que iban a estar ahí siempre, porque las habíamos visto siempre: algunas ya estaban cuando nacimos o en nuestros primeros balbuceos aprendiendo a leer.

Cierran librerías y se mueren, un poco, los barrios. Librerías que plantaron cara a la represión y censura franquista están perdiendo ante la poderosa competencia on-line legal o penal.

Y es que no solo hay que guardarse de los enemigos sino también de los amigos. Las editoriales siguen necesitando dar salida a su producto para sobrevivir y los autores royalties (cuyo importe da risa) para lo mismo y ante el cierre de los puestos de venta optan por apostar por el mundo digital y vender directamente al cliente final.

Hay librerías que, como aquella aldea gala, resistían ahora y siempre al invasor, destinando cada vez más recursos, tiempo y espacio a multiplicar las presentaciones de libros, organizar charlas con autores, clubes de lectura, música en vivo, habilitar espacios de encuentro y recomendaciones entre clientes… todo con la intención de devenir espacios pluriculturales y reinventarse.

No ayuda la evidente, y parece que irreversible, disminución de nuevos lectores a los que se suman los que si leen pero las restricciones en su poder adquisitivo (contratos basura y ERTES y ERES que no ayudan nada) los está redirigiendo a bibliotecas públicas o tiendas de libros a 1€. Y, claro, tampoco ayudan los efectos pandémicos. Puntilla inmisericorde.

El COVID provocó en marzo el confinamiento y cierre (y eso cuando las estadísticas dicen que durante la cuarentena se leyó más que nunca), después obertura con restricciones, cita previa… fase a fase, sin el apoyo de las ferias dedicadas al libro, ni los certámenes, ni los festivales, ni ayudas económicas que eso de la cultura si eso ya lo vemos más adelante. Y luego el verano, época en la que solo se llenan para aprovechar el aire acondicionado mientras se hace tiempo para no llegar pronto a una cita.

Y cuando empieza el nuevo curso y asoma un brote de esperanza es segado con un nuevo cierre. La caída de las hojas de los árboles arrastra también las de los libros, como víctimas colaterales del rebrote pandémico otoñal.

Y toca esperar, no parece que esté todo dicho, a ver con que nueva ocurrencia se despertará ese dios que aprieta y como te descuides también ahoga.

Este próximo 13 de noviembre es el Día de las Librerías y en muchos lugares van a estar cerradas pero no muertas. Si pasan por delante no pongan flores en la persiana in memoriam ya que trás la puerta sigue latiendo un corazón.

Las librerías no pueden competir con tiendas de alimentos, supermercados, farmacias, gasolineras o panaderías como establecimientos de primera necesidad. Para alimentar el conocimiento, la opinión y el criterio alguien supone que ya está la televisión y su amplia oferta de canales de pago.

Las librerías no venden baguettes ni jamón en dulce ni paracetamol. En un súper no necesitan saber prácticamente nada de los productos que abarrotan lineales. Pero las libreras y libreros sí. Necesitan leer y entender y recordar para poder recomendar adecuadamente. Médicos de la lectura que han de prescribir a sus pacientes. Es su valor añadido. Es su impagable aportación.

Han de estar en situación de formación permanente, estar al día de todo lo que se publica, leer mucho y de todo tipo de género lo que les supone dedicar mucho tiempo extra al que ya de por si se dedica al mantenimiento de su negocio, que de negocio poco y mantenimiento mucho. Hoy en día en las librerías trabajan multigestores que no cobran ni como mediogestor.

Por aquello de llegar al corazón y al cerebro por el estómago en algunas se sigue combinando la fórmula de vender libros junto con bebidas y comidas esperando que los beneficios por lo comido no superen los costes de lo servido.

En nada en las librerías se podrá escuchar peticiones como: póngame un bocadillo de Proust por favor, pero bien hecho que si no me repite. Todo sea por sobrevivir.

 

 

domingo, 1 de noviembre de 2020

Alacrán de Salva Alemany

Los lugareños del desierto saben que nunca hay que levantar piedras. Si acaso por la noche pero aun y así con sumo cuidado. Nunca se sabe que puede salir de ahí pero sea lo que sea será peligroso cuando no letal.

En los desiertos de México se puede encontrar este tipo de seres capaces de segar una vida solo con la mirada. Los hay sin patas, como la serpiente de cascabel; los hay con ocho patas como el alacrán y los hay de dos patas, o mejor piernas, como Don Dimas. Como Santos. Como Chucho.

Alacrán es un magnifico narco thriller, un narcocorrido cuya letra cuenta la epopeya de los perdedores. Una novela tan letal como una picadura de alacrán que discurre en México, en la zona fronteriza con los Estados Unidos.

Un México que ha interiorizado esa lacra que es el narcotráfico como una industria más y en la que trabajan, de un modo u otro, mucha gente que sabe que la letra de un narcocorrido refleja una realidad a la que aspira y cree tener al alcance de su mano. El sueño americano versión narcotráfico.

Santos es un buen hombre entre los malos. Es un gringo en tierras mexicanas, en esa zona de narcos donde manda Don Dimas a quien obedece a distancia.

Mata por encargo, sin pasión ni satisfacción; cumple su cometido, cumple con su destino mientras lleva una vida feliz con Lupe, su mujer, su mexicanita, y con su taller de restauración de motos. Pero en uno de esos trabajos todo va a cambiar.

¿Para renacer hay que morir? ¿O basta con renegar del pasado y conformar un nuevo presente?

En la vida se dice que no hay dos sin tres; también que a la tercera va la vencida. Nadie aclara que sea en positivo o en negativo. Sea como fuere Santos se enfrentó al poderoso una vez y salió airoso; tentar la suerte por segunda vez y salir ileso se antoja difícil pero de conseguirlo debería ser motivo suficiente para no volver a probar una tercera. Pero Santos se ríe de esos refranes y está por ver si quien ríe el último ríe mejor.

Salva Alemany ha alimentado su novela Alacrán con amores ciegos y desesperados, con sentimientos efervescentes y con decisiones tan definitivas o más que la propia muerte. Se dice que la pasión ciega la razón de ahí que sean demoledores los hechos que en ella se describen, que sea angustioso presagiar como se aproxima el desenlace y que culmine con un sobrecogedor final.

El autor documenta perfectamente el entorno donde transcurre la trama y la desgrana con voz grave, rasgada por culpa de la arena que se mete en la garganta al respirar y consigue absorber toda la atención con frases cortas de fuerte sonoridad y mejor escritura.

Al alacrán acorralado solo le queda defenderse levantando el aguijón y clavarlo. No dejen de leer esta novela cuya apropiada cubierta ya es de por si todo un anticipo de los peligros que les aguardan. Nada más que añadir.

jueves, 29 de octubre de 2020

Crimen en el paraíso temporada 9

Si la temporada anterior ya no mejoraba ni tan solo igualaba temporadas pasadas y tomaba una deriva donde la pausa cómica adquiría más protagonismo que el caso criminal, en esta, la 9ª, la constatación de lo antedicho ha convertido una inocente, pero entretenida con deductiva e interesante investigación policiaca, serie de sobremesa de tardes de verano en una parodia desacertada de sí misma.

Solo los dos personajes sobrevivientes desde el principio, el comisario Selwyn Patterson y la actual alcaldesa Catherine Bordey, resultan creíbles; los otros cuatro a cual peor. Para nada metidos en su papel, actuando sin orden ni concierto y presagiando una muerte anunciada, la de la serie, si nada no cambia, y sin capacidad de encontrar a su asesino ya que habrá sido un claro suicidio.

Vale que se transige con su humor blanco, su noir también blanco, su ausencia de erotismo, no hablemos de sexo, inexplicable en una isla llena de sensualidad pero aceptado, y vale todo porqué el caso policiaco, sobre el papel, lo aguantaba todo. Todo menos esta temporada.

Algo que parece que también ha sido constatado por alguien con capacidad de decisión y suficiente autoridad para que su voz sea escuchada, la mía predica en el desierto, ya que se anuncian drásticas medidas para la décima y próxima temporada.

La primera de las medidas es la sustitución del inspector que ya no ha esperado a la nueva temporada y a falta justo en la mitad de episodios ya se ha materializado. Cierto que le falta rodaje e interiorizar el papel pero apunta más y mejores maneras que su predecesor, Jack Mooney. Desde ahora Neville Parker (el actor Ralf Little) es el inspector jefe de la Policía de Saint Marie.

El método de trabajo no cambiará, ya que hasta ahora todos poco aportan al particular método patrón y que juega a la inadaptación en el entorno, el deseo de marchar contrarrestado con el de quedarse, el aparente despiste pero que no se escapa ni una, el empleo de la pizarra y la resolución del caso agrupando todos los sospechosos y señalando al culpable. Si algo funciona no lo cambies.

La segunda medida sería el reingreso de la subinspectora Florence Cassell, alegando su recuperación y las ganas de volver a la actividad normal después del episodio traumático sufrido y que la apartó a una isla vecina.

La tercera sería la salida de la serie de la actual subinspectora Madeleine Dumas. De la que cabe destacar su nula aportación como investigadora (rol que sus predecesoras desarrollaron con empeño y convicción) y el mérito de no haber conseguido que sus expresiones faciales encajasen con la situación sea la que fuese, como si no entendiera el idioma.

La cuarta apunta también a otra salida, la de la oficial Ruby Patterson que si bien se le ha ido dando más peso a su papel, llegando a intervenir en casos demostrando más capacidades e iniciativa que su compañero JP o la subinspectora, no resulta creíble en absoluto y su comportamiento adolescente hormonado no acaba de encontrar su lugar.

Y la quinta y última supondría otra incorporación: la de un joven delincuente, amigo de J.P, que buscaría una oportunidad para rehacer su vida.

De J.P. Hoover nada se sabe pero el hecho de haber aprobado el examen de ascenso deja la puerta abierta a cualquier posibilidad argumental.

Habrá que esperar al próximo verano, la décima temporada, para ver si el cambio de piezas va de la mano también de una mayor tensión en las tramas y podemos volver a disfrutar de una serie, que sin ninguna pretensión más que entretener resulta perfecta para ayudar a soportar calores insoportables.

Recuerden como fueron las temporadas anteriores:

1ª Temporada (con Richard Poole y Camille Bordey)

2ª Temporada (con Richard Poole y Camille Bordey)

3ª Temporada (con Humphrey Goodman y Camille Bordey)

4ª Temporada (con Humphrey Goodman, Camille Bordey y Florence Cassel)

5ª Temporada (con Humphrey Goodman y Florence Cassel)

6ª Temporada (con Humphrey Goodman, Jack Mooney y Florence Cassel)

7ª Temporada (con Jack Mooney y Florence Cassel)

8ª Temporada (con Jack Mooney, Florence Cassel y Madeleine Dumas)

 

lunes, 26 de octubre de 2020

La voz de la tierra de Alejandro Moreno Sánchez

En los pueblos pequeños cerrados lo primero que se aprende es a plantar el rencor para que florezca cada primavera y no se olvide nunca. Y en un rincón, al otro extremo, alejado de todo cuidado y cualquier atisbo de curiosidad se entierra el perdón, para que no tenga ocasión de brotar.

En los pueblos pequeños de mentes cerradas lo primero que se aprende es a odiar.

En los pueblos la genetica lo marca todo. No hay personas: hay familias; no hay nombres: hay apellidos. No hay gestos desinteresados: hay una libreta con dos columnas: debe y haber.

Regresar al pueblo, esa bucólica ensoñación propia de urbanitas, no supone fundirse en un abrazo con la naturaleza sino caer en sus garras. La naturaleza solo es bella cuando se la ve de paso, no cuando se la vive a diario y se depende de sus cambios de humor y su estado de ánimo. La naturaleza, en los cuadros y muerta.

Rubén Duarte, un pintor que no encuentra ni reconocimiento ni obtiene ingresos y que no sabe nada de todo eso, decide irse a vivir al pueblo donde queda la casa familiar. Esa que se abandonó buscando en la ciudad las posibilidades que el campo no ofrece. Cree que nada puede ser peor que su mala suerte y busca un retiro espiritual alejado del mundanal capitalismo buscando una salida a su situación. Y es que creyendo salir no consigue sino entrar.

Entrar en la vida del pueblo Villar del Valle; algo que puede resultar más asfixiante y angustioso de lo que cabría imaginar. La atmosfera opresiva se va apropiando de su voluntad y del argumento de la novela; la búsqueda del yo ya no parece tan buena idea. Todo alrededor respira hostilidad, miedo y resentimiento. Y Rubén va a descubrir que aquel rencor plantado tiempo ha por no se sabe quién, acaba de florecer. Y aquel Rubén bisoño e ilusionado va a tener que madurar para hacer frente a insospechados desafectos que ponen su vida en jaque.

Alejandro Álex Moreno nos introduce en un mundo rural, muy bien descrito, donde los inhóspitos fenómenos atmosféricos y la ira de la naturaleza van a juego con las actitudes e intenciones de las personas. Y en donde el pasado siempre, siempre, condiciona el presente.

La violencia aparece contenida y el ritmo narrativo y la trama se desacoplan en alguna ocasión pero logra que la desazón acompañe la lectura; y es que la búsqueda de respuestas ya es de por si motivo más que suficiente de inquietud. El autor se luce en los diálogos y en el dibujo de los personajes.

La voz de la tierra, se oye ronca por el paso del tiempo pero firme en su timbre, es un thriller noir rural de un escritor que tiene mucho que decir y que está llamado a ser considerado.