domingo, 10 de enero de 2021

El crimen del Liceo, Barcelona 1909, de Fernando García Ballesteros

En el escenario del Liceo, ese templo operístico y artístico de Barcelona, donde tantos crímenes de ficción se han representado, se acaba de cometer uno de verdad.

El cuerpo de Victoria, la condesa de Cardona, se encuentra sin vida reposando, con la elegancia que la ha caracterizado, sobre un catafalco y luciendo en la cabeza la diadema de Catalina de Rusia y escondiendo, sorprendentemente, en su puño cerrado, el rubí de los Cardona, durante años desaparecido.

Una imagen gloriosa a la vista de todos los asistentes al baile de máscaras con el que el Liceo quiere contribuir a beneficio de los damnificados por el terremoto de Sicilia y Calabria. Tragedia sublimada en belleza.

Ignasi Requesens, inspector bisoño pero concienzudo y con aptitudes para el cargo, va a tener que moverse con pies de plomo entre unas gentes, muy alejadas de su condición y de su clase social. En esa época, y tal vez aun en otras, la servidumbre policial a nobles y burgueses está por encima de su labor profesional. Nunca el lema Proteger y Servir tuvo tanto significado.

Si El crimen del Liceo fuese un cuadro expuesto en una sala, no sería uno sino que sería todas las obras que compondrían la exposición. Cuadros que bien podrían haber sido pintados por Casas y Rusiñol, intercalados con declamaciones de poemas de Alcover con el arropamiento de la música de Falla.

Y es que El crimen del Liceo es un gran fresco de la sociedad catalana en plena época modernista. Todo el ambiente social, económico, artístico y político de la época está prolijamente descrito y todos sus dimes y diretes, verdaderos o inventados, magníficamente explicitados.

Fernando García Ballesteros ha buceado en la realidad de los grandes nombres, apellidos y familias de quienes ostentaban, y en algunos casos aún retienen, la capacidad de decisión sobre los temas trascendentales en la sociedad catalana. Y se ha apoyado en la ficción para colorear con distintos tonos según interese resaltar o diluir acciones y comportamientos que, si no fueron, bien podrían haber sido.

Y resaltando por encima de todo el templo, ese Liceo que se muestra desnudo a los ojos de los lectores. Ninguno de sus secretos queda oculto, todo a la vista, su gestión, sus mecenas, sus artistas, sus modistas, sus porteros, sus tramoyistas y todos sus espacios públicos y privados, sus escaleras, El salón de los Espejos, los camerinos, los guardamuebles, los pasillos, despachos, salones…

Una apasionante novela de suspense, de aquel suspense clásico plagado de misterios, envidias, rencores y sometimientos. De cuando no había efectos especiales. Pasen, siéntense y gocen del espectáculo.

jueves, 7 de enero de 2021

Vivar de David Braña y Pedro Segade

Vivar ha dejado la policía por una situación traumática de la que es difícil recuperarse, si es que acaso es posible, lo que ha acentuado su sentido de la justicia y su particular modo de entenderla.

Económicamente sobrevive aceptando encargos como investigador, es tuerto y tenaz, y partiéndose la cara en peleas clandestinas, es duro y luchador. Tal vez en su apellido se encuentren genes de aquel otro De Vivar, tan particularmente justiciero según su cantar.

Tiene un encargo sobre la mesa: una mujer desea que le confirme que su hija está bien ya que tiene el presentimiento de que algo va mal y teme por ella.

Este caso da pistoletazo de salida al argumento de este comic, va a jugarse el tipo más de una vez y con más peligro que en esas luchas a cuerpo, donde no hay más norma que la de acabar la pelea cuando uno, caído, ya no puede más.

El argumento se despliega plenamente en la trama principal pero mantiene una secundaria, latente, sin casi pistas, pero omnipresente por su aparente ausencia, que se resuelve dando sentido al todo.

Un todo con evidentes influencias del noir estadounidense por encima del nacional. Y es que tanto las situaciones, especialmente las violentas, que se dan, como las relaciones entre los protagonistas y los lugares donde tienen lugar las acciones, tienen mucho de serie policial americana.

David Braña ha guionizado una historia que no se aleja de los cánones del género negro y son los tópicos lo que la hacen verosímil. La historia se resuelve de forma apresurada seguramente debido al número de páginas: con 62 seguro que hubiera desarrollado una trama más compleja y ofrecer unos desenlaces mejor argumentados; pero no es un desmerecimiento sino un loable reconocimiento al esfuerzo que supone concentrar tan interesante historia en tan poco espacio.

El dibujo de Pedro Segade, de trazo fino y limpio, trata a los personajes con formato realista, casi rozando el expresionismo en algunos gestos y muecas, lo que le permite emplear el lenguaje visual como refuerzo del texto escrito. Resuelve las, siempre difíciles, escenas de acción con gran dinamismo y el tratamiento del color resulta muy acertado.

Guion y dibujo van a la par y consiguen un conjunto armónico para acaba ofreciendo un álbum fácil de leer, con secuencias espectaculares y una resolución que cierra los casos abiertos y ofrece un nuevo inicio para algunos personajes y, porque no, la posibilidad de continuar la serie. Se agradecería.

domingo, 3 de enero de 2021

Audiolibros

Los libros sonoros, los audiolibros, son una magnifica alternativa para regalar el oído de personas convalecientes, o de salud delicada. Y también para quienes conducen durante largas horas y ya empiezan a hartarse de programas de radio que se repiten más que el ajo. Y para toda aquella persona que mientras pinta cuadros o paredes, o las enyesa o las levanta, o realiza labores de jardinería o de índole doméstica o lo que sea en cualquier otra profesión que se le permita esta libertad, aprovecha para disfrutar de una buena trama literaria.

Incluso para quienes habitualmente no leen, esta es una forma de leer sin leer.

Hay una incipiente industria con gente emprendedora que procura tratar el producto con mimo e ilusión y aspira a su parcela en ese, frágil y flaco, negocio y a quienes deseo mucha suerte.

Conozco a autoras y autores que ven una vía más para rentabilizar su creación y bien saben los dioses que lo necesitan casi tanto como el aire (cobran una miseria por cada libro vendido) o que simplemente lo ven como una vía alternativa para experimentar su creatividad.

Y envidio a quienes escuchan audiolibros, a quienes son oyentes de lectores, ya que de momento no soy capaz de poder disfrutar de ese placer.

Y no es por prejuicio, ni por defender el papel, ni su alternativa digital. Ni por padecer ningún trastorno de oído o cognitivo.

Es simplemente que mi tempo de lectura se adecua al ritmo de mi procesador. Que vuelvo atrás para refrescar o simplemente para deleitarme en la sonoridad de esa palabra o de esa frase y que detengo su avance para reflexionar sobre lo leído; para formular hipótesis, para imaginar escenarios…

En la música la sonoridad nos viene dada. En la lectura las voces, la musicalidad, la pone la persona que lee. En cambio cuando se escucha un audiolibro se está a merced de la voz, suele ser una única para todos los personajes, y el ritmo de otra persona.

Y yo necesito poner mis voces, oírlas y escucharlas y administrar mi tempo, tal como pide implícitamente toda lectura que se precie.

Hoy no soy target de audiolibro. Tal vez, como con la primera tónica, es que lo he probado poco. Por lo que nunca digo nunca jamás.

lunes, 28 de diciembre de 2020

1793 de Niklas Natt och Dag

Hay novela negra que ni se recuerda al nanosegundo después de acabarla, hay otra que aportará su nombre a la historia del género, conformando una larga lista de imprescindibles y luego está la que genera historia.

Hay pocas novelas así, cada vez se dan con menos frecuencia y no tienen patrón fijo que permita entender su errática floración, pero cuando se tiene la suerte de topar con una vale la pena tomárselo con calma y saborearla como si fuera la primera y última vez que se tiene esa suerte.

1793 es un fresco histórico de una época con una calidad de vida lamentable, una higiene prácticamente inexistente y una salubridad aún por descubrir lo que invita a morir comúnmente por pudrición de la sangre, el término sepsis aún no se había inventado, gangrena, tifus, tisis o por cercenamiento del cuello a golpes de hacha, manejada por un verdugo generalmente borracho y con poco tino lo que supone un sufrimiento añadido al de la condición de víctima.

Pero no solo la podredumbre es física, también lo es moral. En París madame la guillotine ha hecho horas extras y en Estocolmo hay quien desearía que hiciera lo mismo, entre la que no se encuentra la corte ni sus polillas, evidentemente.

Sueñan los mendigos, legión, en las noches en las que consiguen dormir, con llegar con vida al día siguiente y no ser pasto de la dominación, que bajo distintas formas, practican los poderosos sintiéndose omnipotentes y amparados por su posición, fortuna o blasón.

Los cargos administrativos penden de frágiles hilos, la honradez no existe, la corrupción es predominante, la villanía es ley y la violación es de grado o por fuerza.

1793 es una novela policiaca que transcurre antes de que se acuñara el género literario por lo que bien podría ser una investigación avant la lettre de haberse escrito entonces. Y es que tal y como está escrita bien parece un extraño manuscrito rescatado de un baúl putrefacto, entre otros documentos, roídos por las ratas y mohosos por absorción de efluvios infectos de procedencia sospechable pero evitable para mantener la salud mental.

1793 es la narración de una investigación criminal que empieza por el descubrimiento de un cuerpo quirúrgicamente cercenado y orgánicamente mutilado. Una investigación que llevan a cabo, unidos por el infortunio, un abogado tísico, Cecil Winge, que empeora a cada paso que da y un guardia retirado, Mickel Cardell, en un remedo más que satisfactorio de Holmes y Watson.

Sitúense por un momento en 1793. Imagínense llevar a cabo una investigación policial en esa época. Por unas calles en las que sortear alternativamente los deshechos humanos lanzados desde las ventanas, no hay alcantarillado, y los muertos que las ocupan, en una suerte de slalom donde el premio es no caer sobre ninguno de los distintos restos humanos.

Niklas Natt och Dag coloca ficción en la historia real de una época y un país sin que chirríe. Mueve sus personajes con delicadeza, si es que en la época es eso posible, y despliega un gran caso criminal, con gran persistencia por parte de los investigadores que se diría impropia en tiempos de tan terribles penurias y donde una vida tiene de valor lo que de sus ropas se pueda aprovechar.

El relato se sostiene en principios de razonamiento filosófico que dan esa profundidad imprescindible para que éste cale durante y después de la lectura.

Afortunadamente la vida de 1793 no es la que nos toca vivir, las ciencias adelantan que es una barbaridad, pero lo que impulsa al ser humano a ser violento con sus congéneres se mantiene inalterable de principio a fin de los tiempos.

No dejen de leer esta magna obra. Magna por su contenido y su continente: 426 páginas; pero mejor háganlo con el estómago vacío a fin de minimizar los peligros que supone adentrarse en un mundo tan maloliente que su hedor se percibe nada más pasar la primera página. Luego empeora.

Una lectura perfectamente acorde para despedir este año pandémico donde se ha reclamado higiene y distancia social para seguir con vida. Igualito que en la época en la que transcurre la novela. Lean, lean y no olviden la mascarilla.

Y lo mejor es que es la primera parte de una trilogía y que la segunda, 1794, se anuncia traducida para el primer trimestre de 2021.

¡Feliz año nuevo! Y sigan leyendo (me) el año que viene ;-)

domingo, 20 de diciembre de 2020

Cava dos fosas de Félix García Hernán

La venganza es quizás el motivo más nutritivo para el género criminal. La venganza busca equilibrar el daño recibido infringiendo igual o más daño: amores despechados, delincuentes condenados, humillaciones profesionales, diagnósticos médicos erróneos… tantos y tantos motivos, con razón y proporcionalidad o no, buscan en la venganza su compensación que es lógico creer que esta sea inherente a la raza humana probablemente desde antes de que los homínidos anduvieran erguidos.

A finales de los ’70 y principios de los ’80 en la España de la Transición, había pistoleros como los que hubo en los años ’20, que sufragados, alentados y amparados, por poderosos reaccionarios con dinero o con posicionamiento casi o del todo intocable, administraban su justicia que condenaba todo atisbo de libertad que el régimen dictatorial tenía prohibido, a pesar de que este ya no ejercía, pero había quien quería que todo siguiera igual.

Una época convulsa que lamentó números actos violentos contra librerías, persecuciones y palizas a gente que respiraba vientos libertarios, fueran culturales o ideológicos y asesinatos de rivales políticos y sindicales; la depuración en la policía y en el poder judicial se producía en cuentagotas en la primera y aún hoy se sufre la inactividad de renovación del segundo.

De aquella época parte el argumento de Cava dos fosas, como novela negra, que inmediatamente gira a thriller para desaprovechar una buena ocasión crítica y enfoque más social para centrarse en los protagonistas y tomar la deriva más simple de generar y encadenar acción con acción. Un inicio prometedor de buena literatura se convierte en pseudoguión cinematográfico.

Una paliza con fatales consecuencias a una pareja de jóvenes homosexuales en el Parque del Retiro de Madrid por parte de un grupo ultranacionalista, exige a un joven Javier Gallardo a tomarse el caso casi como un tema personal y hacer de su resolución incluso motivo de insubordinación. Se trata de un policía convencido de que el aperturismo en el cuerpo es posible.

Pero todo pasado tiene incidencia en el presente y ahora un Javier Gallardo, que dobla la edad a aquel, se ve obligado a revisitar rincones de su memoria para intentar comprender como ha llegado a la situación actual y aceptar que la tortura psicológica es más difícil que soportar que la física.

Cava dos fosas es una historia de venganza que alterna dos tiempos narrativos, pasado y presente. Ambas estructuras se desarrollan linealmente no exenta de giros y sorpresas inesperadas para cumplir su función de thriller hasta que se resuelva el caso si es que lo consigue una investigación, ingeniosa y bien argumentada, lo mejor de la novela, que mantiene por si sola el interés ante los hechos consumados del pasado y los previsibles del presente.

Una narración sin concesiones a las florituras; que busca con un lenguaje directo provocar una sensación de claustrofobia, angustia y temor, sustentada por unos personajes muy carismáticos y entre quienes no ofrece muestras de predilección aunque haya quien se erija como líder.

Lo peor de la novela es la moraleja que se extrae de ver que a pesar de los años transcurrido estamos igual: palizas a colectivo LGTBI, rechazo de la democracia, poderes fácticos por encima de los legalmente constituidos, abuso de fuerza policial, prevaricación judicial, violencia de género, machismo…

Félix García Hernán ha escrito una obra dramática que gustará a crítica y público, que entusiasmará por su tensión pero que no dará satisfacción a quienes le pidan a la lectura un plus en trascendencia y denuncia.

Habrá que esperar a su siguiente publicación, Pastores del mal, ya anunciada, para ver hacia donde se inclina.