Maik Bauer sabe de eso. Tiene merecida fama por haber
escrito desenmascarando corruptelas en el semanario alemán Das Fenster, con sede en Frankfut. El mismo que le ha encargado una
entrevista con El Crecho, uno de los
posibles capos de la droga gallegos, para incluirla en un reportaje sobre las
redes europeas de tráfico de cocaína.
Colombia y las Rías Baixas se conexionan vía barco por esa inmensa autopista marítima que es el Océano Atlántico.
En el mundo del narcotráfico nunca hay que dejar ningún cabo
suelto y hay que hacer apuestas a lo grande para obtener grandes resultados.
Nadie a quien le tiemble la mano para contar billetes, para firmar contratos,
para disparar un arma, para golpear un cuerpo, para machacar un rostro, para
someter a una mujer, puede obtener respeto. Y sin respeto no hay poder y sin
poder no hay influencia y viceversa.
Maik Bauer, periodista desencantado, vuelve a una Galicia que le trae recuerdos y
espera volver a encontrarse con rostros sorprendidos de personas queridas y de viejos conocidos. No se imagina que el sorprendido va a ser él y que su cara de
sorpresa va a llevarse el primer premio.
Su primo Iago se ha suicidado pocos días antes. Su recuerdo
de Iban sumado a lo que la madre de este le cuenta, le hace suponer que todo ha
sido una puesta en escena. Y su olfato de periodista de investigación, ayudado
en el terreno por un detective privado y un viejo amigo, va a llevarlo por un
camino donde el horror y el terror se confunden.
Como periodista de casta se formula tres preguntas: ¿quién mató a Iago? ¿por qué? y
¿quién lo vendió?
Maik sabe cómo funciona el mundo pero está oxidado respecto
a como se vive en pueblos pequeños que parecen olvidados por todos menos por
los que si deberían olvidarlos: los contrabandistas.
En esos lugares recónditos, delincuentes de grandes vuelos
y otros de poco pelo comparten geografía y se reparten, nunca equitativamente,
riqueza y poder en cargos públicos de la administración y de las fuerzas del
orden.
Todos miran para el otro lado mientras están atentos a este y hacen suyo aquello de que tu mano izquierda no sepa lo que hace tu derecha. Y a la sombra de un delito mayor como el narcotráfico se cometen otros de tapadillo, como la corrupción urbanística o la desaparición de chicas jóvenes que pueden haber caído en brazos de Morfeo y no parece que sea para dormir. La vida lleva de pareja de baile a la muerte.
Fernando del Río se embarca en una historia donde no queda ningún cabo suelto, como tiene que ser al abordar el mundo del narcotráfico, y enfoca luz en su sombra para extraer de la oscuridad otros delitos execrables.
La
casa de las muñecas rotas es una novela negra demudada ante el
resultado de su propia génesis, sorprendida ante las turbulencias que se alzan a
lo largo de su relato.
Un relato pausado dando tiempo a que las semillas germinen
y saquen cabeza para mostrar que las flores poco tienen que hacer cuando están
rodeadas de espinas.
Una prosa medida para que la idiosincrasia galega se entienda
desde fuera, unas localizaciones precisas para un viaje que ofrece el final más
adecuado y sorprende con un giro inesperado.
Diálogos bien resueltos, creíbles, con sus silencios que
también se escuchan y personajes complejos, con ese punto autóctono de indefinición tópica de que cuando se ve a alguien en medio de la escalera, no se sabe si sube o baja.
Una lectura que no se anda por las ramas
ni con la violencia ni con la denuncia. Deberían leerla.