jueves, 1 de julio de 2021

La casa de las muñecas rotas de Fernando del Río

Hay un mundo que se rige por unas normas y leyes, no siempre justas no siempre acertadas; y hay otro que se rige por unos códigos y unos acuerdos, no siempre legales no siempre ortodoxos.

Maik Bauer sabe de eso. Tiene merecida fama por haber escrito desenmascarando corruptelas en el semanario alemán Das Fenster, con sede en Frankfut. El mismo que le ha encargado una entrevista con El Crecho, uno de los posibles capos de la droga gallegos, para incluirla en un reportaje sobre las redes europeas de tráfico de cocaína.

Colombia y las Rías Baixas se conexionan vía barco por esa inmensa autopista marítima que es el Océano Atlántico.

En el mundo del narcotráfico nunca hay que dejar ningún cabo suelto y hay que hacer apuestas a lo grande para obtener grandes resultados. Nadie a quien le tiemble la mano para contar billetes, para firmar contratos, para disparar un arma, para golpear un cuerpo, para machacar un rostro, para someter a una mujer, puede obtener respeto. Y sin respeto no hay poder y sin poder no hay influencia y viceversa.

Maik Bauer, periodista desencantado, vuelve a una Galicia que le trae recuerdos y espera volver a encontrarse con rostros sorprendidos de personas queridas y de viejos conocidos. No se imagina que el sorprendido va a ser él y que su cara de sorpresa va a llevarse el primer premio.

Su primo Iago se ha suicidado pocos días antes. Su recuerdo de Iban sumado a lo que la madre de este le cuenta, le hace suponer que todo ha sido una puesta en escena. Y su olfato de periodista de investigación, ayudado en el terreno por un detective privado y un viejo amigo, va a llevarlo por un camino donde el horror y el terror se confunden.

Como periodista de casta se formula tres preguntas: ¿quién mató a Iago? ¿por qué? y ¿quién lo vendió?

Maik sabe cómo funciona el mundo pero está oxidado respecto a como se vive en pueblos pequeños que parecen olvidados por todos menos por los que si deberían olvidarlos: los contrabandistas.

En esos lugares recónditos, delincuentes de grandes vuelos y otros de poco pelo comparten geografía y se reparten, nunca equitativamente, riqueza y poder en cargos públicos de la administración y de las fuerzas del orden.

Todos miran para el otro lado mientras están atentos a este y hacen suyo aquello de que tu mano izquierda no sepa lo que hace tu derecha. Y a la sombra de un delito mayor como el narcotráfico se cometen otros de tapadillo, como la corrupción urbanística o la desaparición de chicas jóvenes que pueden haber caído en brazos de Morfeo y no parece que sea para dormir. La vida lleva de pareja de baile a la muerte.

Fernando del Río se embarca en una historia donde no queda ningún cabo suelto, como tiene que ser al abordar el mundo del narcotráfico, y enfoca luz en su sombra para extraer de la oscuridad otros delitos execrables.

La casa de las muñecas rotas es una novela negra demudada ante el resultado de su propia génesis, sorprendida ante las turbulencias que se alzan a lo largo de su relato.

Un relato pausado dando tiempo a que las semillas germinen y saquen cabeza para mostrar que las flores poco tienen que hacer cuando están rodeadas de espinas.

Una prosa medida para que la idiosincrasia galega se entienda desde fuera, unas localizaciones precisas para un viaje que ofrece el final más adecuado y sorprende con un giro inesperado.

Diálogos bien resueltos, creíbles, con sus silencios que también se escuchan y personajes complejos, con ese punto autóctono de indefinición tópica de que cuando se ve a alguien en medio de la escalera, no se sabe si sube o baja.

Una lectura que no se anda por las ramas ni con la violencia ni con la denuncia. Deberían leerla.

domingo, 27 de junio de 2021

La página 428 de Javier Muñoz Villén

En el principio no había nada, solo el cadáver.

Como si del génesis se tratara, el inicio de esta novela negra es de los que marcan territorio. El cadáver da pie a la presentación de los personajes y del pueblo Black Lake City, un olvidado rincón del medio oeste americano solo remarcable por la proximidad de un lago, Pike Lake, que lo significa como lugar de vacaciones.

Pero hay otro principio, el que pone a la psicóloga del Departamento de Policía, Katherine Nowak, sobre una pista que se remonta a un episodio familiar de su pasado y que puede alterar significativamente su presente.

Y hay otro principio, el que narra los pasos de un escritor en horas bajas de inspiración y que recurre a métodos poco ortodoxos para superarlas.

Y de hecho aún hay dos subtramas más, en forma de libro y de cartas, que es mejor descubrir según proceda.

Los relatos mezclan tiempos pasados y presente por aquello de que son los mejores aliados en el momento de contar una historia. Pronto se darán cuenta que se hallan frente a una estructura narrativa para nada lineal ni ajustada a patrón alguno. Un planteamiento complejo del que no se sabe cómo será su representación gráfica ni su figura final.

Tres relatos alternos que corresponden a tres periodos de tiempo distintos y distantes que, con desequilibrio en el peso dentro del conjunto, cuentan tres historias con inevitable entrelazado.

Cuando se entrelazan tres hilos, subtramas o historias, a la vez, o se consigue una resultona trenza o un nudo enmarañado. Aunque, claro está, al principio solo había un cadáver y nadie sabe si el autor buscaba la trenza o el nudo.

Javier Muñoz Villén ha escrito varias novelas, haciendo acopio de tópicos del género, sin reparo en rememorar las entrevistas de la inexperta estudiante Clarice con el Dr. Lecter, y las ha juntado para hacer una sola, esta.

La página 428, a caballo entre el thriller noir y la novela negra, se pasa el tiempo buscándose a sí mismo y hay que esperar hasta el final para ver si lo logra.

La suma de relatos y su interacción se reproduce en una redacción que parece no haberse beneficiado de una revisión final que ajuste el tono y unifique criterios. Lo que lleva a recordar que hay novelas objetivas, novelas subjetivas y novelas adjetivas. Estas últimas son las que hacen uso y abuso de los adjetivos y son de muy mal leer.

domingo, 20 de junio de 2021

La última paloma de Men Marías

Hay algo de simbolismo macabro en matar una paloma. Hay un mensaje que tal vez no sea inteligible a primera vista, pero que está claro para quien se ha cuidado de que la puesta en escena sea vistosa y espeluznante a la vez.

Y es que es de esas que quedan grabadas en retina y cerebro para siempre jamás. El cuerpo de la joven Diana Buffet yace sobre el suelo en posición miserere, si la retórica tuviese representación física. Ha sido mutilado con intenciones que se esconden y le han cosido unas alas blancas a la espalda.

Se diría que su belleza y su inocencia evocan la pureza del espíritu santo, el que se representa como una paloma. Matar a una paloma, especialmente a esa paloma, tiene mucho de enfermizo y no puede deberse ni a la casualidad ni a la espontaneidad. Detrás de ese aborrecible crimen hay mucho escondido que aún está por aflorar.

O eso sospecha, o peor, teme, la sargento Patria Santiago encargada de la investigación junto a su compañero Sacha Santos. Patria es de Rota de toda la vida. Su pasado, el suyo y el de su familia, la precede y estigmatiza. En un pueblo, quien fuiste y de quien eres es pan de cada día.

Por eso su vida no es placida y la mide de instante en instante, sin futuro que alcanzar; solo presente que sobrellevar y emplea el dolor de la autolesión como terapia para exorcizar aquel otro dolor que la retrotrae a la época en que la apodaban Escaleras.

En Rota transcurre el relato. Los lugareños conviven con la basa naval americana que se instalara en la bahía de Cádiz en 1953 fruto de un acuerdo aún vigente (que la mantendrá mínimo hasta 2024) con el que el dictador Franco, persona non grata en Europa, pretendía obtener la gracia y el soporte económico y militar de un poderoso e influyente aliado.

Mientras la vida en España era gris, pobre, hambrienta, temerosa, religiosa y acogotada, los vecinos de Rota, vivían otra realidad. Una Sodoma que no se veía porque se miraba hacia otro lado. Y en la base militar, pedazo de EEUU expatriado, regían otras directrices y por eso algunos actos se escapaban al conocimiento y jurisdicción de las autoridades españolas.

Diana Buffet, periodista sin sueldo, investigaba sobre aquella época y sobre hechos sucedidos que sus convecinos desconocen o dicen desconocer. Diana quería saber y eso pudo llevarla a convertirla en paloma muerta.

Men Marías ha escrito una novela negra muy exigente para el lector; recurre a muchos saltos temporales, atrás y adelante y a tres voces narrativas por lo que hay que estar por la lectura si no se quiere perder algún hilo, pues de todos hay que tirar para componer el tejido de esta historia.

Ha escogido una época con poca transparencia. Documenta episodios oscuros y reporta lo que no se dio nunca a conocer oficialmente por el régimen pero que era vox populi. Y lo hace recorriendo escenarios reales y reconocibles para dar testimonio fehaciente y mezclando candilejas de luces multicolores con bombillas de 25V.

Todos los personajes son verosímiles, complejos y atormentados. Los de antes y los actuales, los americanos y los locales. Por poderosas razones o insignificantes motivos nadie escapa a su dolor aunque esconde sus miedos. Y, marcadamente perfilados, cubren los papeles necesarios para dar cuerpo a una trama que toca muchos palos y denuncia muchas injusticias. Y es que Rota sigue siendo un pueblo, con lo que eso supone para la convivencia, con chascarrillos constantes que esconden groseros reproches.


Con la novela negra La última paloma, Men Marías se asoma al género con visión renovadora, poniendo voz a mujeres, arcilla en manos de hombre, que nunca tuvieron oportunidad de hacerse oír.

Compone un trabajoso melting pot literario, única manera de explicar el melting pot que supuso la coexistencia del way of life americano y la vida rural española con un siglo de retraso sobre la anterior, y logra interesar por el costumbrismo histórico y atrapar por su truculento argumento noir. Hay que leerla.

domingo, 13 de junio de 2021

Un plan perfecto de Iván Farías

Para que una novela negra lo sea, debe tomarse en serio a sí misma.

Y para eso basta con mostrar vidas anónimas y circunstancias a juego nada alejadas de la realidad. En lo cotidiano se encuentran magníficas ideas que dan origen a mejores argumentos. Y entre perdedores se encuentran los personajes más idóneos.

Un plan perfecto es una novela negra que sabe leer esa oscura partitura y traducirla a música.

Diego tuvo un pretérito, pluscuamperfecto primero y perfecto después, tanto por lo que se refiere a tiempo verbal como vida real. Ahora tiene un presente y una idea y si le sale bien tendrá un futuro, condicional.

Y es que los verbos lo son todo. Indican acción, movimiento, existencia, consecución, condición o estado de un sujeto. No se puede estar vivo si no hay verbo y la novela negra, y la latina por las dictaduras vividas, sabe mucho sobre lo que significa estar vivo ya que se sustenta en pequeñas vivencias para construir grandes historias. El futuro suele ser la hora siguiente.

Y es que incluso de las grandes pérdidas pueden obtenerse pequeñas ganancias. A veces basta con degustar un cantinero para sentirse en el cielo y es suficiente con no meterse en donde no se sepa salir basta para seguir degustándolo más veces. Eso es el futuro.

Diego tiene un plan, o mejor tiene una idea, una intención y una ilusión. Por ese orden y si los tiempos verbales encajan puede ser que conjugue su vida de forma correcta. O lo que es lo mismo: que acabe vivo.

Diego El Soñador planea un atraco y si sale bien puede hacer realidad su sueño y hacer que su papá, allá donde esté, sonría feliz de que sus enseñanzas se aplicaron y no se deshicieron como manoseadas y viejas páginas de enciclopedia.

Para ello cuenta con la colaboración de Sonrisas aunque la súbita aparición de Danilo y su obsesión por resolver un asunto pendiente con un joyero puede complicarlo todo o tal vez lo simplifique, y es que en eso la vida y el destino a veces juegan de pareja y otras como rivales.

Iván Farías toma unos retazos de vidas de unos personajes y los conjuga verbalmente para mostrar un pedazo del lado oscuro de esa cotidiana realidad.

Nuestra vida transcurre paralela a muchas otras de las que ni sospechamos su condición y mientras leemos el periódico otro congénere humano está siendo asesinado, y mientras hacemos cola en el súper alguien está sufriendo tortura, una violación está en curso y un móvil está siendo hurtado.

Y es que la grandilocuencia en el empleo del lenguaje, en la construcción del argumento y en el dibujo de personajes de novela negra no es sinónimo de nada más que de su propia vacuidad. La novela negra bien entendida toma la realidad y no la refleja en pulidos espejos sino en charcos de la calle. Y por eso Iván Farías busca calles sin asfaltar.

Y el verbo se hizo novela negra y se dejó leer. Un plan perfecto es una muestra de ello. Su final puede sorprenderles, pero nadie dijo nunca que la vida fuese el guion de una película ¿tienen un plan mejor que leer esta novela?

domingo, 6 de junio de 2021

Pandora de Jesús María Sáez

Donostia, esa Bella Easo que se asoma al mar, no se escapa de tener suicidios. Y asesinatos. E incluso pudiera ser que hubiere asesinatos disfrazados de suicidios.

El cuerpo de un político, un edil municipal, se ha encontrado desperdigado a trozos después de que lo embistiera un tren y le corresponde a la Ertzaintza, y en concreto a la inspectora Maialen Guevara, dilucidar si es uno u otro. Suicidio o asesinato, ya que no cabe el accidente.

Pero igual que no se debe mover una piedra en el desierto, so pena de encontrarse un huésped dañino, no debería abrirse una investigación sin tomar precauciones. De ahí el título. No toda la mitología es mito.

Maialen y su compañero van a recibir una ayuda inesperada de una detective privada madrileña cuya investigación podría tener elementos en común. Con lo que el abanico va abriéndose lentamente para mostrar entre varilla y varilla la sección de país que muestra el dibujo en toda su ominosa magnitud.

Pandora es una novela negra en la que lo dañino está más en lo que se infiere que en lo que salta a la vista y es que el argumento de Pandora tiene base real y, tal vez por eso, remueve aún más el interior de quien se acerca a su lectura.

Pandora es una novela negra que denuncia, sin ambages, el execrable comportamiento de pederastas y pedófilos, que se mueven entra las sombras del internet oscuro; y el rechazo a mujeres lesbianas, especialmente en cuerpos y fuerzas de seguridad.

Y les pone el acento y la tilde para que quede claro que ahí están: uno para ser penado severamente en aras de su erradicación y el otro para ser integrado con total normalidad sin atisbo de reticencia.

Y lo hace sin perder un ápice su intención de entretener y emocionar, prueba superada, al tiempo que incita a la reflexión sobre el comportamiento de la especie humana. Esa que siempre está presta a medir con doble rasero optando a cum laude de hipocresía.

Jesús María Sáez, hábil compositor de distintas melodías, como el cosmopolita thriller Siberia o la novela negra Poniente, ambas reseñadas en este blog, ofrece ahora una nueva novela negra tratando temas que la sociedad parece no querer afrontar.

Lo hace con un redactado de estilo directo que facilita una lectura rápida y comprensible y dando vida a unos carismáticos personajes con los que es fácil solidarizarse.

Hay una buena puesta en escena del procedimiento policial y de las relaciones personales dentro y fuera de la profesión, que da cohesión al conjunto, alejándose de esa imagen preconcebida de la soledad que acompaña al elenco policial.

Y para quien desee una inmersión más completa, el autor sugiere acompañar la lectura de, algunos capítulos con banda sonora y para ello aporta un código QR.

jueves, 3 de junio de 2021

La Sirena Roja de Noelia Lorenzo Pino

La fascinación enfermiza por la piel humana ha supuesto, en la historia, actos espeluznantes y aficiones aberrantes, basta con recordar acciones primitivas de selvas amazónicas y otras igual de primitivas pero peor en manos de nazis. Mentes que recorren adarves sin salida, perdidas en sus disquisiciones, que no dudan en matar para obtener ese bien tan preciado para satisfacer su hedonismo malsano.

En la zona de Irún aparece un cadáver con parte del cuerpo desollado. Al muerto le han arrancado la piel y eso suena a venganza personal, fanatismo religioso o ritual satánico. Habrá que investigarlo. Y a eso se van a dedicar la agente de la Ertzaintza Eider Chassereau y el suboficial Jon Ander Macua.

Ambos conocen la película que mostraba un psicópata dispuesto a confeccionarse un vestido de piel humana, y que resultaba atrapado con la ayuda de otro psicópata que prefería el hígado encebollado, pero no suponen que estén ante un caso parecido. Y afrontan el caso desde la racionalidad que supone investigar un crimen: con método y perseverancia.

Pero ambas características requieren tiempo y sacarlo de la vida familiar no parece buena idea. Cuando el trabajo relega la vida particular a un segundo plano el precio a pagar puede exceder lo humanamente aceptable.

Y esa vida personal y esa actitud profesional favorecen que sea una novela de personajes primando sobre la trama. Supone una tendencia a humanizar a quienes investigan alejándose de los tópicos de la novela negra que prefieren a solitarios que lo han perdido todo menos el cinismo.

La apuesta por personajes de carne y hueso dificulta el equilibrio entre costumbrismo y policial, pero aporta el toque humano que contextualiza con el hecho de que criminales e investigadores son personas y por tanto vecinos de alguien.

El procedimiento policial aparece bien presentado pero si en la realidad se dedica tanto tiempo a investigar poco creíbles no es de extrañar la baja cuota de éxitos.

De hecho la solución elegida para rematar el caso resulta poco verosímil por precipitada ante un final que puede anticiparse con demasiada facilidad.

Noelia Lorenzo Pino escribe con lenguaje sencillo y asequible, pero con una redacción que precisa de mayor atención y cuidado, así el resultado confunde aspectos de lectura por omisión o reiteración aunque el entretenimiento no se vea perjudicado.

domingo, 30 de mayo de 2021

La lista de invitados de Lucy Foley

Jules Keegan fue una bloguera que ha dado el salto emprendedor y ha conseguido crear una revista de éxito de la que es directora con empleados a su cargo. Un triunfo ganado con esfuerzo y trabajo. Ahora está a punto de casarse con Will Slater el hombre que le ha robado el corazón, ese corazón que llevaba protegido por una coraza para que no estuviera al alcance de arribistas.

Ha preparado una boda con todo lujo de detalles y exclusividad. Ha elegido un torreón en una diminuta isla irlandesa de paisaje abrupto no exento de peligro, y de difícil acceso, sus invitados no van a disfrutar del viaje en barco, para darle un toque distinto y personal al evento.

No en vano su futuro marido es el protagonista de una exitosa serie televisiva sobre supervivencia.

La lista de invitados es un intento de thriller que se desarrolla en el breve espacio de tiempo que comprende el día anterior y el mismo día de la ceremonia y se relata en capítulos cortos que alternan distintas voces en primera persona de los principales protagonistas.

Irlos conociendo permite a su vez entender su comportamiento, conocer sus secretos, todo el mundo los tiene, y avistar su lado oscuro.

Estamos ante lo que en inglés se diría un chick thriller, es decir una novela romántica con visos de thriller, asesinato incluido, pensado mayormente para entretenimiento ligero, suspiros incluidos, del público femenino ya que en ningún momento se ofrece opción al público masculino.

Los cuatro personajes femeninos se llevan de principio a fin el protagonismo, dejando a los masculinos el papel de comparsas, ridiculizándolos cada vez que hay ocasión por sus inseguridades y por su comportamiento inmaduro cuando no infantil.

Los preparativos de la boda, los tocados de peluquería, la elección de vestidos y zapatos a juego, de la lencería, las preocupaciones por que todo salga bien, los sentimientos a flor de piel y las reconciliaciones familiares son elementos permeables a la condición femenina y relegados, por adn, de la masculina, que solo piensan en emborracharse y en sexo como adolescentes salidos que aún están encerrados en sí mismos.

Lucy Foley ha juntado letras para conformar un relato que podría rellenar páginas de una revista del corazón o de hogar y moda y ser leído en los tiempos de espera en la peluquería.

No profundiza en ninguna de las dramáticas situaciones que le dan pie a estructurar la trama y no aprovecha una situación de bullying en internados para su denuncia. Se limita a sumar eventos susceptibles de justificar la intención criminal lo que deja el argumento a merced del viento y la marea.

Es sabido que las casualidades no casan bien, aunque el argumento gire alrededor de una boda, con la novela criminal. Aún y así, y tratándose, como es el caso de un thriller y no de una novela negra, se podría admitir una. Dos sería excesivo pero cuando se dan tres, dan ganas de abandonar la lectura pero siendo al final, el mal ya está hecho.

miércoles, 26 de mayo de 2021

Pequeños secretos, grandes mentiras, de Anna Snoekstra

¿Quién marca la línea de lo que se puede o no hacer, para alcanzar un sueño?

A la oficina de policía de una pequeña localidad australiana, se le acumula el trabajo: a un incendio con víctima mortal, aún por resolver y certificar, le sigue la aparición, en algunos portales, de unas muñecas de porcelana de mirada inquietante depositadas en el suelo, como si de un regalo se tratase, sin servicio de reparto a la vista.

Los habitantes han visto su vida sacudida por una desgracia primero, la víctima era persona muy querida, y por un temor irracional después, que supone que la presencia de las muñecas sea un mal augurio; un preludio de algo peor.

Recibir un regalo puede alegrar un instante, incluso una vida. Recibir un regalo, sin remitente y susceptible de alevosía, no.

Rose es una joven aspirante a periodista que ve en esa angustia de sus convecinos el cuerpo de un reportaje para primera plana y no duda en iniciar una investigación a fin de recabar datos y de aportar imaginación y creatividad para rellenar los huecos.

Su trabajo de tarde sirviendo copas le permite pulsar el ambiente a cada momento e ir conformando el texto a escribir. Sueña con irse a una gran ciudad y empezar su vida de cero, y espera que su reportaje pueda ser el billete para ello.

En los pueblos con pocos habitantes los sucesos se viven con mayor intensidad; no existe el anonimato que confieren las grandes urbes y todo de todos pronto se sabe y una sola chispa puede provocar una gran explosión, si encuentra el acelerador adecuado.

Afloran sentimientos primarios como la posesión y los celos que solo son los síntomas de una enfermedad catalogada como machismo y que tiene difícil tratamiento, máxime si el diagnosticado lo entiende como normal.

Una novela negra distinta que Anna Snoekstra nos ofrece como alternativa a lo habitual del género en estos tiempos donde abunda la repetición y el cliché.

En ella se palpa la tensión y su avance de andante a allegro confirma el presagio que aún pueda ir a peor. Anticiparlo no evita que suceda lo que debe suceder.

Pequeños secretos, grandes mentiras, es una denuncia a la cortedad de miras propiciada por una incultura que florece asilvestrada en entornos con poca salida al exterior.

Una apuesta por luchar con uñas y dientes por un sueño, aunque el procedimiento para conseguirlo pueda ser cuestionado y siempre habrá quien lo explique enarbolando el clásico el fin justifica los medios.

No todo vale, pero no todo lo que socialmente no es aceptado ha de ser necesariamente malo.

Una lectura negra interesante. Costumbrista y por ser antipodal, con poco conocimiento de su idiosincrasia, revela tics lejanos y a la vez próximos y es que la condición humana, reducida a aspectos primarios es, lamentablemente, igual en todas las latitudes y continentes.

domingo, 23 de mayo de 2021

Insomnio de Daniel Martin Serrano

Tiempo pasado, tiempo presente. Dos tiempos narrativos para mostrar el antes y el después de la vida de Tomás. El pasado para explicar el presente, el presente para sufrirlo, porque para vivirlo no hacía falta tanto dolor.

En el pasado Tomás Abad, inspector de policía ante un caso extravagante y mediático con un asesino en serie. En tiempo presente, Tomás Abad agente de seguridad privada del cementerio de la Almudena. En el pasado un brillante policía, en tiempo presente un insomne zombi. En medio una decisión errónea.

El tiempo tiende a poner las cosas en su sitio y a veces ofrece segundas oportunidades que, bien entendidas, pueden enmendar errores o por el contrario pueden añadir otros.

Así Tomás Abad se ve envuelto en unos acontecimientos que pueden otorgarle el perdón y abrirle el cielo o condenarlo al infierno. En medio una decisión.

Insomnio es una novela negra que no solo ahonda en la psicología de su protagonista sino en su alma e intenta discernir cuales de sus visiones son realidad y cuales son alucinaciones. Y es que en los, variados y poderosos, efectos secundarios de un insomnio prolongado se encuentra la dificultad de identificar lo que es percepción y lo que es imaginación.

En el pasado unos cuerpos mutilados, cabeza por un lado y resto por el otro, en un caso resuelto aunque no cerrado. En el presente, sin placa no hay caso pero si fantasmas de aquel otro y temor por revivir lo que no había de haberse vivido jamás.

Daniel Martín Serrano desgrana lentamente una trama que explica cómo van mermando las facultades del ex-inspector ya de por si disminuidas. Día a día la mente se obnubila con lo que pasó y espera, desea, ansía que no vuelva a pasar. La prosa camina despacio como lo hace quien pasea por un cementerio. El vocabulario elegido como quien elige el gravado de una lápida: con emoción contenida y con capacidad para evocar recuerdos.

Una novela muy bien escrita. Un lenguaje preciso para desligarse del arte de hacer guiones y entrar en el de hacer novelas. Antes otras y otros lo han intentado cayendo en la trampa y sucumbido sin ataduras que les libren del canto de sirenas. En Daniel Martín Serrano el debut no puede ser más esperanzador.

Les sugiero que aborden la lectura con calma y le dediquen tiempo. En la novela se cuenta mucho y se sugiere más. Imágenes mentales que requieren atención para ser comprendidas en su espeluznante complejidad. Al final agradecerán haberla leído.

domingo, 16 de mayo de 2021

Nenúfares negros de Michel Bussi

Giverny, el pequeño pueblo normando de poco más de 500 habitantes donde Claude Monet, padre del impresionismo pictórico y renovador de la pintura mundial, vivió durante 43 años hasta su muerte en 1926, se llena de actividad policial al haberse encontrado un cadáver, triplemente asesinado, con medio cuerpo dentro de un arroyo.

Al espectáculo de las hordas de turistas y los pintores extranjeros de tercera edad buscando la primera inspiración, se suma ahora el de los agentes recorriendo las calles y recolectando botas (si ya sé que es surrealista y no impresionista, pero es lo que hay).

Jerôme Morval es la víctima y Laurenç Sérénac y Sylvio Bénavides los dos inspectores encargados del caso y tres mujeres, una anciana, una joven y una niña, como una santísima trinidad, son el eje sobre el que gira la trama.

La vida de los habitantes y la investigación transcurren dentro de un cuadro, porque eso es Giverny, una suerte de enorme decorado, un cuadro donde nada parece poder salir del marco so pena de estropear el conjunto. Y aunque el color siempre ha predominado en ese bucólico lugar, a instancias de Monet, se acaba de descubrir el negro de su parte más oscura.

Nenúfares negros, algo impensable en la época de Monet, que desterró el negro de su obra por ser la ausencia de color, la ausencia de luz, es una novela policiaca que es un cuadro. La trama la componen sentimientos extraídos de los tubos de pintura.

Michel Bussi ha escrito una trama que, como una pintura, presenta diversos puntos de fuga que acentúan la sensación de movimiento, aunque este transcurre sin transcurrir, como los nenúfares, esas gigantescas Nympheas estáticas, silenciosas y apáticas pero mostrando preciosas flores llenas de color y reflejos de luz sobre sus hojas y el agua del estanque.

A la novela hay que leerla como se mira una obra impresionista, desde cierta distancia. Porque lo que interesa no es ver lo que hay, sino entender, deducir, imaginar, lo que quiere mostrar.

Y la novela se reserva ese misterio hasta el final, cuando el lector convertido en un apasionado por la pintura la ve no solo con los ojos sino también con la inteligencia.

Porque la novela es muy inteligente, está construida con piezas que tienen su significado pero que no alcanzan a entenderse hasta que se ve el conjunto. ¿Recuerdan la obra de Dalí, cuadrito a cuadrito, que muestra el retrato de Lincoln solo visible a una distancia de 18 metros? Pues Michel Bussi juega al mismo juego y escribe una obra que solo se explica desde la distancia temporal y desde la perspectiva visual.

Estamos ante una construcción mucho más que original, que encaja con magnifica precisión, una novela excepcional y con una resolución, cuando el cuadro se muestra totalmente, que obtiene un oh! de admiración por la sorpresa y por la inconsciencia de saber que hemos permanecido todo el rato dentro del cuadro y a la vez fuera. Que hemos estado viendo cuando había que mirar. ¿La primera impresión es la que vale?

Hay cuadros que cuentan historias, dignas de ser novela. Hay novelas, como Nenúfares Negros que deberían enmarcarse como un cuadro.

Esta novela fue la más vendida en Francia en 2010 y la pregunta es ¿por qué hemos tenido que esperar 11 años para disfrutarla? No se demoren ni un día más: es sensibilidad artística.

domingo, 9 de mayo de 2021

Verano de lobos de Hans Rosendfeldt

En el norte, bastante al norte, donde la climatología es tan extrema como radical es la luz del sol, tan pronto hay muchas horas como tan pronto muy pocas, se descubre el cuerpo, semioculto en un bosque, de un hombre muerto.

La pista la ha facilitado un lobo y no precisamente un lobo detective. Y esto solo es el principio. Bueno el principio fue antes, cuando la matanza en zona lejana y fronteriza lo desencadenó todo sin posibilidad de marcha atrás y huyendo hacia delante, aunque sea hacia el precipicio.

Luego el destino, el azar, las habilidades del guionista, hicieron el resto hasta conseguir que pase de todo donde hasta hace poco no pasaba nada. El aburrimiento cede ante el estrés.

Más tarde sabremos más de ese cuerpo y sabremos de como las casualidades son consecuencia de causalidades concatenadas. Sabremos como hechos distantes en tiempo y espacio tienden a relacionarse y como las decisiones que se toman siempre han de partir de cabezas frías y nunca de cabezas calientes o, peor, vacías. La ambición ciega incluso a quienes no ven.

El cuerpo de policía de Haparanda se encarga de averiguar quién es el muerto y no sospecha que pronto va a cubrir el cupo bianual de cuerpos en solo unos días. Y no van a ser víctimas de accidente precisamente.

Hay mucho guion en Verano de lobos, mucha intención visual, mucho dominio del ritmo de pantalla, y por eso es tan fácil de leer. Y por eso atrapa con tanta facilidad como ver una serie repantingado en el sofá.

La presentación de los vecinos de Haparanda, con esa voz en off omnisciente que hace de ciudad y que conoce todo de todos, formula muy socorrida por el cine español de los ’50 y ’60, es inequívocamente cinematográfica.

Sus altibajos de atracción de feria, con momentos de alta tensión compensados con momentos de anodina cotidianeidad, para dar respiro, son los habituales de los realizadores de series de televisión.

Todo pensado, incluso ese final que lo cierra todo pero no cierra nada, para cautivar al lector no solo en esta primera entrega sino para las futuras, con esa anticipación, solo sugerida, que actúa a modo de tráiler de próximamente.

Innegable y admirable la capacidad del autor, Hans Rosendfeldt, para trenzar una trama que imbrica hilos de muchos ovillos y por tanto permite ir adecuando las combinaciones de colores y grosor para ir mostrando distintas subtramas y escenarios y alargar o acortar sobre la marcha en futuras entregas.

Entretenimiento en estado puro: acción, mujer como arma letal, término muy recurrente pero siempre efectivo, drogas, mafias del noreste, amor… Queremos saber más de la vida de cada personaje, queremos saber todo de sus relaciones, queremos conocer su futuro, queremos más. Y eso es un logro que no hay que dejar de reconocer. No estamos ante literatura sino ante televisión leíble en páginas de libro.

Verano de lobos es una primera entrega que tiene garantizado el éxito y su continuidad. La segunda se anuncia para 2022 y la tercera, y aún no se sabe si última, para 2024. Todo planificado. Lo dicho, más parecido a un guion expandido para televisión, imposible.

domingo, 2 de mayo de 2021

Animal de Leticia Sierra

Animal es una novela negra de Leticia Sierra cuya cubierta, un lindo gatito, no hace justicia al contenido que contiene, y que resulta una de las mejores primeras novelas de autora.

Explorar los límites entre el ser humano y la bestia que lo habita, y evidenciar la doble moral por la que se rigen las personas con poder, es la razón de ser de esta novela. Una novela negra que pone sobre la mesa algo para comer que no resulta apetitoso.

Siempre hemos creído que todo ser humano lleva una bestia dentro, pero la sorpresa se produce cuando se descubre que hay muchísimas bestias que muestran tímidamente la persona que llevan dentro.

Animal racional o animal irracional. Todos somos animales aunque por suerte solo unos pocos se comportan como tales. Como lo que son. Animal es una novela que se atreve a bucear en ese interior sin miedo a toparse con el monstruo.

La trama se despliega inteligentemente a partir de las investigaciones paralelas llevadas a cabo por el equipo policial, encabezado por el inspector Agustín Castro y supervisado por la juez instructora del caso, y por el equipo periodístico que cubre la noticia en busca de liderar la exclusiva con la periodista Olivia Marassa al frente ante el descubrimiento de un cadaver mutilado encontrado en un polígono adyacente a un club nocturno.

La primera de las líneas de actuación encorsetada en el procedimiento policial muestra las limitaciones de los agentes que han de obviar la intuición, tan frecuente en serie de televisión, para centrarse en hechos y pruebas a petición de la juez de instrucción.

La segunda, más abierta, responde solo al criterio informativo y por ello solo necesita informaciones y datos, previa constatación, que permitan hilvanar una historia de interés lector.

Este poco habitual planteamiento permite ir conociendo hechos anteriores al asesinato y presentes desde dos puntos de vista que a veces se solapan, otras se complementan e incluso por momentos llegan a conformar una figura que si bien para la persona lectora aparece claramente dibujada para los dos equipos de investigación aún no, por no disponer de todos los elementos.

Hábilmente planteado así, el argumento resulta interesante por sus distintos ritmos de avistamiento de datos y la lectura se beneficia de este dinamismo y coexistencia.

Ni Agustín Castro ni Olivia Marassa se alejan de los estereotipos de inspector solitario al que le cuesta socializar el primero, y periodista con olfato de investigadora tenaz, sociable y mundana la segunda. Pero la autora no se regocija en tópicos y si los usa es para mostrar el contrapunto de que los polos opuestos se atraen e incluso pueden llegar a complementarse. Como la investigación.

Ambos son profesionales de seriedad incontestable. Y sorprende que tanto la dirección del periódico, como su equipo jurídico, como, por supuesto, el equipo de redacción Olivia y Mario, antepongan, como principio inamovible, la ética al sensacionalismo. En estos tiempos de fake news y de periódicos y otros medios tan dados a la mentira y al escándalo se agradece que alguien rompa una lanza a favor del periodismo entendido como información veraz y contrastada.

Leticia Sierra ataca una novela que mejor no podría empezar y que va ganando en interés a medida que van saliendo a relucir las interioridades de la víctima y consigue un final de clímax.

jueves, 29 de abril de 2021

Soledad de Carlos Bassas del Rey

Soledad es una novela negra que es un combate de boxeo. En el ring dos contendientes: Soledad y Romero. La madre de la nena muerta y el policía encargado de esclarecer la muerte. No luchan entre sí sino consigo. Yo, mí, me conmigo, tu, te, ti contigo, el, ella, se, si, consigo.

Dan golpes al aire, a su pasado, para alejar fantasmas y sombras que les han maltratado sin concesión. Golpean alejando este presente que no han buscado ni deseado y que les devuelve los golpes con saña. Golpean para parar golpes, no golpean para ganar, golpean para defenderse.

Soledad lucha para no desfallecer; para no acabar hundida sin salida. La nena, fruto maldito de su vientre, le ha dado sinsabores, como la vida, pero sabe que vivió por ella y que sin ella muere.

Romero lucha para no desfallecer. El trabajo, maldito usurpador de la familia le ha mostrado el abismo y el infierno, pero sabe que eso es lo que lo mantiene y que si lo pierde no le queda nada.

Abigail, la nena, 14 años, piel blanca y belleza sin artificio, futuro de colores por descubrir, ha sido hallada muerta. Abuela y padre se quedan sin pasaporte hacia una nueva vida y madre se queda sin vida a pesar de poder disponer ahora del visado de salida de una casa que nunca fue un hogar.

La vida de Soledad, su marido y su suegra la encarnan, es sinónimo de violencia, desprecio y servilismo extremo. Y ahora sin la nena va a ir a peor, si es que hay algo peor que perder una hija. La hija. La nena.

En ese punto ya solo importa volcar toda la rabia, todo el dolor, toda la impotencia en una venganza hacia el culpable. Ya solo importa poner cara. Ya solo importa saber quién ha sido; quién ha cortado el tallo de esa flor en el momento en que empezaba a abrirse; quién puede ser tan ominoso como para haber cortado el hilo de plata que separa la vida de la muerte.

Soledad necesita saber. Romero necesita saber. La lectora, el lector necesitan saber. Para tener un rostro a quien odiar, un rostro a quien escupir y golpear, para liberar esa tensión ponzoñosa e insostenible.

Soledad es el nombre de la madre de la nena muerta. Soledad es el vacío que queda cuando no queda nadie. Soledad es una novela pero también una radiografía que expone lo que los ojos no ven pero el corazón presiente y la mente intuye.

Carlos Bassas es un cirujano en el empleo del lenguaje, salvando lo preciso y cortando lo sobrante. Adecuándolo a la edad de los protagonistas y al contexto social de donde proceden o por donde se mueven.

Emplea su dominio del diccionario como arma con la que disparar las palabras justas y con la suficiente puntería como para colocarlas en el lugar preciso para infringir dolor: el mínimo para no dañar de forma irreversible anticipadamente y el máximo para que duela como mil demonios. Como una maldición gitana. Siempre es una gozada leer a este escritor.

Soledad es una novela negra sin etiqueta, pero devastadora como la más negra de las novelas negras. Una lectura que supone que en algún momento haya que tragar cristales, pero, masoquistas irredentos, nadie puede dejar de leer. Aunque deje marca.

Una marca que puede parecer tan inexistente y leve como el corte del filo de una hoja de papel pero el dolor, lo notaran, persiste durante mucho rato. Si no leen esta novela es que no se la merecen.

Del mismo autor e igualmente recomendables y reseñadas en este blog, las novelas:

· Justo

· Cielos de plomo

 


lunes, 26 de abril de 2021

La gallera de Ramón Palomar

Si algo tienen las novelas negras, las de verdad, es que ficcionan la cruda realidad. No para hacerla más interesante o digerible sino para que sea creíble. Porque casi todo lo que se cuenta existe y la verdad está ahí fuera.

Y La gallera es una novela negra de esas. De las de verdad, las que cuentan hechos que entrelazan historias de perdedores, porque aunque creas ganar siempre sales perdiendo y puedes acabar como el gallo de Morón: sin plumas y cacareando.

Las peleas buscan lavar afrentas, imponerse sobre alguien, marcar territorio, demostrar orgullo y casta. Tanto da el tipo de bípedo que en ellas se meta: humano o gallo.

Perico, gallo. Si es que van de la mano para marcarse un baile en el que los protagonistas masculinos llevan el ritmo mientras ellas marcan el compás: Leonor, Sacra, África mujeres con roles inicialmente dubitativos y que van cogiendo protagonismo para revelarse como los caracteres verdaderamente racionales y fuertes de la trama.

Una novela que transcurre en la España peninsular, insular y enclave africano pero que respeta en todo momento su comportamiento subproletariado, ejemplarizado en personajes degradados que subsisten por sus trabajos deshonestos, su falta de conciencia social y su sumisión al poder sobre el que gravitan.

La gallera es una de esas novelas negras intensa que va cociendo las subtramas a fuego lento reduciendo los puntos de fuga y espera el momento justo para acoplar los ingredientes y ofrecer un concentrado sabroso y aromático. Con su punto de socarrona acidez, su incuestionable ternura, su despiadado sadismo y su casticismo caciquil.

Y está hecha con ingredientes sacados de todas partes y de ninguna, de horas de estudio e investigación de peleas de gallos, de los efectos efervescentes de sustancias euforizantes, de vidas de santos dedicados al narcotráfico, de evasiones ruidosas en recónditos ibicencos, de comportamientos ilustrados de incultura adinerada, de vivencias ciertas de chonis, de yonquis, de traficas, de maderos, de putas, de lejías y de moros y de veleros.

Y macerados con unas gotas, pocas, las justas, las suficientes, de Valle Inclán (Santiago Esquemas, Generoso Coraje, Sacramento Arrogante… se puede decir más alto pero no más claro) y flambeados con un chorro del Tarantino añejo, el de las grandes ocasiones: violencia impersonal, estética, abundante pero sin rebosar y sanguínea

Ramón Palomar escribe con frases cortas y dice lo que quiere decir pasando de lo que se quiera o no oír. Se regodea con las aliteraciones, anáforas, gradaciones, epífrasis y otorga, a veces, rango intelectual en diálogos por boca de sus personajes cuando son manifiestamente iletrados cuando no directamente incultos y semianalfabetos.

Una novela que sorprende y apasiona. Recomendarla es quedarse corto.

 

miércoles, 21 de abril de 2021

El Campamento por Blue Jeans

Es esta una reseña ambivalente de dificil realización de la que espero salir airoso. Sigan leyendo y entenderán.

El Campamento es un intento de actualizar la que quizá sea una de las mejores novelas policiacas de la historia. Acercarse a un clásico infunde respeto, tan solo intentar pensar en poder actualizarlo ya es una osadía pero aún y así hacerlo, a sabiendas de donde te metes, es de una inconsciencia supina o de una valentía admirable.

El Campamento recoge el espíritu y el armazón de Diez Negritos de Agatha Christie y se lanza a reinventar para alejarse lo más posible del reflejo del espejo pero al distanciarse solo consigue una imagen borrosa que sigue recordando el original y no logra asentarse como distinta.

Para el público más leído y mucho leído ¿para qué un sucedáneo teniendo el original? Para el público menos leído todo un descubrimiento que comentar y viralizar.

Estamos viviendo tiempos donde el cortoplacismo se ha instalado con, al parecer, intención de permanecer. La gente parece querer ir deprisa en todo, incluso en la lectura, y tal vez por eso la novela no dedique páginas suficientes para ir construyendo el ambiente propicio para desarrollar la trama y vaya al grano.

Generar tensión, claustrofobia, angustia es imprescindible para que, en el relato, los asesinatos no sean un mero medio para hacer avanzar la trama.

Blue Jeans escribe para un público, en general, con sus excepciones, más acostumbrado a los mensajes breves de las redes sociales, con preferencia por el uso y disfrute de la imagen y mayoritariamente solo interesado por lo que le resulta conocido a su cultura de grupo.

Así para el argumento escoge protagonistas cuyos roles no solo sean conocidos sino incluso identificables con lenguaje afín, e incide en la química de los sentimientos opuestos: amor y desamor, fidelidad y lealtad, honestidad y mentira, en ese contexto donde la ilusión virtual a veces se confunde con la evidencia de la realidad.

Intenta humanizar el lado menos conocido de la fama: los famosos también lloran y sufren; y no se corta en denunciar el todo vale para alcanzar un posicionamiento de influencer. Pero no consigue dotar a la trama de lo necesario para que sea una novela policiaca y no solo un cúmulo de situaciones o tensiones, aunque se quede solo a un tris de conseguirlo, en un gratamente intrincado y sobresaliente argumento, al que le escuece ese final de serie televisiva.

Desaprovecha la oportunidad de mostrar las tripas de ese mundo digital, lo que hubiera sido muy revelador, pero equivaldría a morder la mano que te da de comer. Por lo que solo se pasea por la delgada línea roja que supone el entrever y el mostrar abiertamente con la sensación de que hubiera podido dar más de si. Habrá que esperar a una nueva novela completamente original para conocer realmente sus posibilidades en este género donde se estrena.

Por tanto, un público ya ducho en novela policiaca no debería leerlo so pena de entrar en comparaciones en las que Blue Jeans saldrá siempre perdedor. Y sería un error. Como comparar nueces con melones.

Pero un público no lector de género, sin referencias que condicionen la lectura y de una juventud insultante debe leer esta novela sin dudarlo ni un instante y disfrutar de esa experiencia como si no hubiera un mañana.

Hace tiempo Bob Dylan decía que los tiempos están cambiando, y tan cierto es, como que los tiempos siguen cambiando. El Campamento de Blue Jeans es un exponente de esa transición que vive la novela policiaca que la generación Z está descubriendo. Son otros tiempos. Y otras necesidades, intereses y desvelos ocupan a esa juventud incomoda ante la falta de expectativas.

El Campamento de Blue Jeans tiene su oportunidad en ese target y el tiempo la consolidará u olvidará; de momento está consiguiendo que una generación poco dada a leer, lo haga. Y si es revisitando un gran clásico mejor que mejor, ya que quizás consiga no solo hacer viral su obra sino la de quien homenajea.

La gente que mayormente sigue y lee a Blue Jeans igual no ha oído hablar en su vida de Agatha Christie, o tal vez le suene de alguna película pero casi seguro que no se pondrá a leer sus novelas de igual modo que rechaza un filme en blanco y negro, de los de antes.

Si leen El Campamento, sin tener idea de sus antecedentes, lo más seguro es que disfruten y difundan su contenido y a partir de ahí el infinito y más allá.

La cultura siempre sale ganando.

 

jueves, 15 de abril de 2021

Solo vine para que ella me mate de Charlie Becerra

La burbuja familiar de los Ocampo se resquebrajó hace tiempo y el oxígeno se escapó por las rendijas impidiendo respirar a quienes quedaron dentro.

A Víctor Ocampo solo le queda hacer algo para recomponerla, algo que a simple vista se ve casi imposible: Manuel, su hijo mayor, en prisión; Alejandro Alex, el pequeño, se fue en busca de una vida de ensueño hacia la tierra prometida, esos Estados Unidos que con el abrazo del oso hacen como que te quieren pero como te descuides te ahogan, y que acabó varado en México sin dirección conocida; y su mujer, Amalia, ausente debido a una sordera que se va agravando y su mente, a juego, solo ansía el regreso de sus niños.

Manuel no quiere salir de su encierro y Alex parece resignado a que si bien México no es lo que esperaba tampoco le va tan mal. Su voz nacida para el canto le está sacando de apuros pero le está metiendo en otros.

Y él, que de escribir canciones de amor para corridos ha pasado a los narcocorridos por encargo, debería saber mejor que nadie que esas letras no son ficción y mejor quedarse en el papel de moderno rapsoda antes que implicarse emocional y sentimentalmente.

Víctor va a contentar a su mujer y seguir los pasos de su hijo Alex de Perú hasta México para regresarlo o convivir. Lo importante es volver a juntarse. Va a reseguir las huellas de la ruta de quienes emigran, de los sin papeles, de los soñadores, de los desperados.

Solo vine para que ella me mate es un magnífico título, tanto para un narcocorrido como para esta novela, que entremezcla pasiones, ilusiones y vivencias, con dolor, sufrimiento y amor. Y es que en la vida unas no se entienden sin las otras. Relata una historia de gentes que viviendo en el cono sur ansían encontrar su norte y a veces lo confunden con el geográfico.

Alex escribe el narcocorrido como si fuera un corrido, una canción de amor y no de muerte. Solo vine para que ella me mate es el pensamiento que surge de su mente desvariada, una declaración de intenciones pero no de deseos. Lo que a veces se piensa no se corresponde con lo que se siente.

Charlie Becerra ha escrito una novela negra de las que se conoce como narcoliteratura en la que va soltando capítulos que transcurren en momentos temporales distintos. Una historia en la que las biografías de las que la componen son de por si pequeños relatos a cual más desamparado. Una obra que remueve conciencias y entrañas.

Recorre calles desvencijadas, caminos polvorientos y fachadas de calles baleadas para mostrar la otra realidad de lo que canta la letra del narcocorrido: la del perdedor.

Una lectura que golpea el estómago como un tequila en ayunas. Que desgarra como mordisco de coyote. Que desespera incluso a quienes ya de por si son desperados. No dejen de leerla.