En la narrativa policiaca abundan pastiches y parodias. Esta novela es un claro ejemplo y no sin cierto recato, ya que es poco el parecido con la presente, me permito recordar una de las primeras reseñas de este blog ya que es inevitable su evocación al leerla.
Se trata de la película paródica Un cadáver a los postres, a la que se
debe regresar una y otra vez.
En Misterio para
tres detectives, como toda buena parodia que se precie, se dan todas las
circunstancias tópicas, buscadas ex profeso, para el desarrollo de una novela
genuinamente enigma: chantajes, extorsiones, pasiones carnales y pasiones
religiosas, dinero, herencia, testamento, mayordomo, chofer, cocinera, criada,
chimeneas encendidas y todo encerrado entre muros.
Los Thurston, un matrimonio bien avenido, disfrutan
teniendo invitados en su mansión georgiana en un maravilloso rincón de la
campiña inglesa. En la velada del fin de semana, a la que hace referencia esta
novela, se debate sobre las diferencias entre crímenes literarios y reales, lo
que parece ser una premonición ya que esa noche se comete un horrible asesinato
que tiene como víctima a uno de los asistentes.
Un aparentemente irresoluble asesinato en habitación
cerrada. El máximo placer para ejercitar la mente de un detective y, como no,
del lector.
Una magnífica ocasión para que tres mentes brillantes en
investigaciones criminales se den cita y procedan a desplegar toda su capacidad
analítica, sus métodos deductivos y su privilegiado ingenio para resolver el
intrincado caso que tiene a los habitantes, habituales y circunstanciales, de
la casa, en un alto grado de ansiedad.
Así el prolífico escritor inglés Leo Bruce (1903-1979) inicia la parodia, ciertamente gruesa y escasamente bien afinada, que ridiculiza más que retrata los caracteres y los métodos de tres grandes de la literatura universal de novelas enigma pertenecientes a la edad de oro británica del género.
Por un lado tenemos a Simon Plimsoll, que emula a Peter
Wimsey el diletante investigador creado por Dorothy Sayers. Está también Amer
Picon, alter ego del inefable Hércules Poirot de la simpar Agatha Christie y
por último monseñor Smith, que evoca al bonachón padre Brown creado
por Gilbert Keith Chesterton.
Cada uno a su modo y manera darán con la solución del caso
dejando boquiabiertos a los asistentes, en especial al sargento Beef, un hombre
pragmático y con poco interés por la imaginación, principal protagonista de una serie de novelas policiacas de Leo Bruce.
Para el sentido común del sargento Beef es el conocimiento
de las gentes del lugar lo que debería ser determinante para amarrar la
fantasía al suelo e impedir que echando a volar deje un culpable en libertad.
La intención de la novela es interesante y su planteamiento
logra satisfacer las expectativas. Está claro que va dirigida a un público
sobradamente conocedor de los tres investigadores elegidos, por su personalidad
y sus métodos de trabajo, y por ello, el autor no se entretiene en presentarlos
adecuadamente y se nota tanto en lo que se escribe y en lo que se debería haber
escrito.
Quienes conozcan las hazañas de Wimsey, Poirot y Brown
gozarán al verlos inundados en su propia salsa de vanidades y ridiculeces y
como su fatuidad se volatiliza en un abrir y cerrar de ojos. Quienes no los
conozcan tiene ahora un buen motivo para acercarse a los originales.