El cuerpo de Victoria, la condesa de Cardona, se encuentra
sin vida reposando, con la elegancia que la ha caracterizado, sobre un
catafalco y luciendo en la cabeza la diadema de Catalina de Rusia y escondiendo,
sorprendentemente, en su puño cerrado, el rubí de los Cardona, durante años
desaparecido.
Una imagen gloriosa a la vista de todos los asistentes al
baile de máscaras con el que el Liceo quiere contribuir a beneficio de los
damnificados por el terremoto de Sicilia y Calabria. Tragedia sublimada en belleza.
Ignasi Requesens, inspector bisoño pero concienzudo y con
aptitudes para el cargo, va a tener que moverse con pies de plomo entre unas
gentes, muy alejadas de su condición y de su clase social. En esa época, y tal
vez aun en otras, la servidumbre policial a nobles y burgueses está por encima
de su labor profesional. Nunca el lema Proteger
y Servir tuvo tanto significado.
Si El crimen del Liceo fuese un cuadro expuesto en una
sala, no sería uno sino que sería todas las obras que compondrían la
exposición. Cuadros que bien podrían haber sido pintados por Casas y Rusiñol,
intercalados con declamaciones de poemas de Alcover con el arropamiento de la
música de Falla.
Y es que El crimen del Liceo es un gran fresco de la
sociedad catalana en plena época modernista. Todo el ambiente social,
económico, artístico y político de la época está prolijamente descrito y todos
sus dimes y diretes, verdaderos o inventados, magníficamente explicitados.
Fernando García Ballesteros ha buceado en la realidad de los grandes nombres, apellidos y familias de quienes ostentaban, y en algunos casos aún retienen, la capacidad de decisión sobre los temas trascendentales en la sociedad catalana. Y se ha apoyado en la ficción para colorear con distintos tonos según interese resaltar o diluir acciones y comportamientos que, si no fueron, bien podrían haber sido.
Y resaltando por encima de todo el templo, ese Liceo que se
muestra desnudo a los ojos de los lectores. Ninguno de sus secretos queda
oculto, todo a la vista, su gestión, sus mecenas, sus artistas, sus modistas,
sus porteros, sus tramoyistas y todos sus espacios públicos y privados, sus
escaleras, El salón de los Espejos, los camerinos, los guardamuebles, los
pasillos, despachos, salones…
Una apasionante novela de suspense, de aquel suspense clásico
plagado de misterios, envidias, rencores y sometimientos. De cuando no había
efectos especiales. Pasen, siéntense y gocen del espectáculo.