Muerte en el Nilo se convierte, por obra y arte del director y protagonista principal Kenneth Branagh, en Muerte en el Cine… de aburrimiento.
En una escena de la película,
una de los protagonistas se dirige a Poirot calificándole de pomposo, engreído,
petulante y vanidoso, entre otros elegantes adjetivos.
Lo suscribo y, como los
Dupondt de Tintín, aún diría más: es la descripción perfecta de Kenneth Branagh en ese vano,
insustancial y huérfano intento de remakear (no sé si existe el verbo pero se
entiende) dos grandes films que sí intentaron, con más modestia, adaptar dos de
las mejores novelas de Agatha Christie y que consiguieron aprobación unánime.
Las dos versiones de Kenneth Branagh, Asesinato en el Orient
Express y Muerte en el Nilo, no son las
peores adaptaciones que ha sufrido la obra de la autora inglesa, hay algunas de
10 negritos verdaderamente espeluznantes, pero no será por falta de méritos.
Empeño lo han puesto.
Muerte en el Nilo en
manos del director y actor británico es un títere sin cabeza. Unos personajes
sin carisma ni protagonismo, es imposible hacerse con ellos; tienen poquísimos
diálogos con sustancia y un papel casi irrelevante en la trama. Se diría que
están porque a medida que avanza el metraje se les usa y deshecha a medida que
son necesarios.
Poco mobiliario, poco
vestuario; no hay ninguna comida, ni ninguna relación con el personal del barco
que no tiene papel alguno (de repente aparecen en tropel para un registro), ni
tan solo el capitán. No se siente el calor del lugar, ni la humedad del río, no hay tensión que cargue el ambiente y que dispare suspicacias y temores; y el barco parece de cartón piedra con las cubiertas vacías sin nada que demuestre que tenga un uso habitual.
Todo está tan exageradamente
dramatizado, las posiciones de los protagonistas en cada toma, los gestos, las
muecas de sorpresa y asombro, que estamos claramente ante papeles teatrales y
no cinematográficos, salvo que fuera en la época del cine mudo.
Los paisajes, algo que debería arropar la trama, se reducen a imágenes tópicas que no le llegan a la suela
del zapato de cualquier documental de la 2 y están a años luz de un reportaje
del National Geographic.
El destrozo que sufre el argumento original, Disney productions fecit, y los innecesarios cambios en las localizaciones buscan desmarcarse de comparaciones con el film anterior y la novela original y lo logran por el lado contrario al deseado.
La explicación del bigote de Poirot resulta tan ridícula
como el propio bigote de guías bicéfalas y su recién descubierta pasión por el soul es
algo tan alejado de su personalidad como tener un cocodrilo en un gallinero
esperando que enseñe a leer a los polluelos.
Kenneth Branagh como Poirot evoca el papel que mejor lo
representa: el de Gilderoy Lockhart en Harry Potter y la Cámara Secreta.
Hay quien valora que se
intente algo nuevo, creo que para ello lo mejor es crear y no adaptar. Claro
que esto último es más fácil: no es necesario trabajar solo cambiar algo aquí y
acullá sobre lo ya realizado. Versionar se le llama. Recrear.
Concluyendo, vayan a ver esta versión
de Muerte en el Nilo solo si no han
leído la novela homónima ni visto la versión cinematográfica protagonizada por
Peter Ustinov; si no es el caso y aun así insisten, relájense y disfruten.